Una vez mas queda demostrado aquello de que todo depende del cristal con que se miren las cosas.

Si atendemos a la interpretación del gobierno acerca de la reunión de cancilleres de la OEA del miércoles pasado la misma resultó en un resonante éxito para la diplomacia bolivariana puesto que la sesión se levantó para una fecha aún indeterminada (posiblemente antes o durante la reunión de la venidera Asamblea General en Cancún, 19/21 de junio) por cuanto no se pudo llegar a un consenso entre las propuestas de resolución presentadas por dos grupo de países y una tercera de Antigua/Barbuda que al final se retiró. Si atendemos a la interpretación de la oposición el triunfo fue cosechado por esta en la medida en que las intervenciones de los representantes de los Estados no dejaron de reconocer la gravedad de la crisis que se vive en Venezuela. Las diferencias de criterio solo se evidenciaron en cuanto a las propuestas de solución, todo ello haciendo caso omiso del insólito argumento de Venezuela afirmando que hay que contar con su autorización para hablar de ella.

Este opinador estima que la balanza se inclinó a favor de la defensa de la democracia en su forma tradicional con garantía del Estado de Derecho que incluye, en primer lugar, el cese de la represión, el respeto a los derechos humanos, la separación y equilibrio de los poderes, la conveniencia de un diálogo siempre que el mismo tenga una agenda concreta con garantía y supervisión de su desarrollo, el canal humanitario, etc. Todos estos postulados coinciden con los de la oposición democrática. En todo caso –en nuestra opinión– América no estuvo a la altura de las expectativas de los demócratas del continente.

A tan solo algunas horas de haberse levantado la sesión en forma sorpresiva aún no atinamos a entender si todo fue una maniobra hábilmente tramada por los pocos aliados que Maduro & Co. aún conservan en el Caribe (a punta de Petrocaribe que le ha resultado altamente rentable para esta emergencia) o si a lo mejor el grupo genuinamente comprometido con soluciones más concretas sería que no contaba con los 21 votos que hacían falta para aprobar la resolución o declaración que presentaron y/o si la sorpresiva presencia de Venezuela en la sesión pese a sus anuncios de retiro fue parte de una maniobra para alterar la cuenta del quórum y consecuente incremento del número de votos requerido para pasar a una resolución que no fuera del agrado de Miraflores.

Según quienes estuvieron cercanos al cabildeo previo y simultáneo a la reunión, parece que las fricciones estuvieron en la crítica o no a la actuación de secretario general, a quienes estuvieron dispuestos o no a solicitar el diferimiento de la convocatoria a la constituyente y entre quienes creen o no que el acompañamiento por un grupo de “países amigos” (como se hizo en el grupo Contadora que consiguió pacificar a América Central a finales de los ochenta o más recientemente en el proceso de pacificación de Colombia) pudiera ser útil. Solo dos países: Nicaragua y Bolivia, como era de esperar, pusieron en tela de juicio la legitimidad de la reunión –igual que Venezuela– sin dejar de asistir para no facilitar el número de votos requerido. Se sospecha que Antigua/Barbuda pudo prestarse para la trampa procedimental que culminó en el levantamiento inesperado del encuentro.

En todo caso, la reunión mostró una vez más cómo a la hora de las chiquitas la invocación hipócrita de la noción de soberanía tuvo que enfrentar la sólida argumentación de quienes creen que tales conceptos deben ceder ante el de derechos humanos que, por otra parte, también forma parte del derecho internacional contemporáneo y de los compromisos con fuerza legal suscritos por los Estados (incluida Venezuela) precisamente en ejercicio de su soberanía (Carta Democrática, Ushuaia, etc.). Y en cuanto a autodeterminación, parece más que obvio que el pueblo de Venezuela lo demostró libre ampliamente el 15 de diciembre de 2015 cuando eligió su Asamblea Nacional, por lo que tal derecho está sumamente actualizado pese a que el Ejecutivo lo ignore supinamente.

Lo que está ya por encima de toda discusión es que el tema Venezuela –sin necesidad de luz verde dada por Maduro & Co.– está en la agenda internacional no solo de la OEA sino de la ONU, Mercosur, Unasur, Parlamento Europeo y pare usted de contar, todo ello en virtud de las dramáticas circunstancias que vive nuestra patria en esta hora. También es cierto que hubo un clima general enfocado en solicitar a Venezuela que suspenda su proceso de retiro de la organización y un discurso con distinto grado de convicción en el que los ponentes reiteraban su deseo de “ayudar” no se sabe bien si a Venezuela o a su gobierno.

Sugerencia útil para la solución: una persona de mi entorno con quien previamente comenté el lineamiento que tendría este artículo, me ofreció la sugerencia más útil y rápida para poner a todas las delegaciones de acuerdo: ¡que en vez de reunirse en Washington o Cancún lo hagan en Caracas por varios días y luego saquen conclusiones! Jajaja.


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