Querido Niño Jesús, hoy me decidí a escribirte mi carta de Navidad. Son tantos los sentimientos encontrados que he acumulado en estos 12 meses que no sé por dónde comenzar sin que se me anude el corazón.

Este año me quedé más sola. Otra parte de mi familia se fue del país, emigró buscando alternativas a la crisis económica que ahoga a mi Venezuela. El silencio en los pasillos de mi casa es ensordecedor. Los gritos, las risas y las visitas de los míos ya no están por ningún lado. Se fueron. Intentan sobrevivir al igual que los casi 4 millones de venezolanos que han tenido que escapar de su tierra por su supervivencia y la de los suyos.

Mi viejita es la que más sufre. Se ha quedado sin el abrazo de sus hijos y nietos. A sus 80 años de edad ha tenido que aprender a utilizar el teléfono y conformarse con un “te amo” en la distancia. «En Venezuela sólo quedamos los viejos», me dice siempre con tristeza y resignación en su cara. Nunca pensó que después de tener una familia numerosa, hoy no podamos disfrutar ni de un domingo juntos. Se fueron. El gobierno de Nicolás Maduro los obligó a irse. Pero ella no guarda rencor porque dice que «arriba hay un Dios que mira hacia abajo y que su justicia divina siempre llega». Y yo le creo. Le quiero creer. Ningún dolor puede ser eterno.

Querido Niño Jesús, hoy me atrevo a hablarte en nombre de todos los venezolanos. No puedo ser egoísta y contarte solo de mi dolor cuando sé que la misma historia se repite en cada hogar de mi país. Todos están mutilados, desmembrados. En esta Navidad quedarán muchos puestos vacíos en nuestras mesas. Lloraremos ya no solo por los que han muerto, sino por tantos que han tenido que partir a otros países en contra de su voluntad. Aunque seguro mostraremos nuestra mejor sonrisa para darle fuerzas a los que están lejos, nuestra alma desgarrada llorará por dentro el sinsabor de una despedida, de un no sé cuándo nos volveremos a ver; nuestra alma llorará por las ausencias y los abrazos no dados.

Sin duda, el mayor logro de la revolución ha sido dividirnos. Tan valientes son los que han decidido marcharse como los que seguimos aquí. Es muy difícil desarraigarse del país que los vio nacer y en el que pensaron formarían una familia y echarían raíces.  A muchos les ha tocado irse después de viejos, cuando creían que se jubilarían y estarían tranquilos cuidando a los nietos. A muchos les ha tocado morir afuera, y a otros, enterrar a sus muertos desde lejos. A ellos debemos agradecerles haber visibilizado a Venezuela ante el mundo. Se han convertido también, en la mayoría de los casos, en el sustento de sus familias. Si no fuera por ellos, muchos no podrían sobrevivir a esta catástrofe porque la economía de este país ya nos quedó grande.

Los que seguimos aquí estamos guapeando. Hacemos de tripas corazón para intentar llevar una vida normal, muchas veces sin lograrlo. Los que seguimos aquí nos estamos quedando sin esperanzas de que haya un cambio a corto o a mediano plazo. Cada vez son más viscerales los ataques entre la misma oposición, olvidándonos que nuestro verdadero enemigo es el gobierno con sus políticas de hambre y miseria.

A veces hasta pena me da arrodillarme ante ti, Niño Jesús, e implorarte que intercedas por la libertad de Venezuela. Tú no debes entender como es que después de 20 años no hemos podido ponernos de acuerdo y caminar juntos hasta la meta común. Y no te reclamo nada porque, ¿cómo pedirte que entiendas algo cuando nosotros mismos no nos entendemos? Por eso en esta carta quiero hacer un acto de contrición en nombre de la mayoría de los venezolanos. Llegó el momento de aceptar nuestros errores para poder asumir los correctivos que hagan falta y romper con este drama nacional. ¡Ya no aguantamos más!

Querido Niño Jesús, apiádate de nosotros. Míranos con tus ojos de bondad y trae a mi Venezuela la reconciliación, el perdón y la libertad. Nos estamos desangrando, agonizamos, y aún no somos capaces de llegar a acuerdos mínimos para poder salvarnos. Aleja la soberbia que tanta destrucción nos ha traído. Haznos merecedores de otra historia posible, una historia que comencemos a escribir juntos, a trabajar juntos, a motorizar juntos, sin complejos ni ataduras, sin egos ni pase de facturas.


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