“A un hombre le pueden robar todo,

menos una cosa,

la última de las libertades del ser humano,

la elección de su propia actitud

ante cualquier tipo de circunstancias,

la elección del propio camino”.

(Viktor Frankl, 1946)

Hay figuras de la literatura universal que jamás pueden ser ignoradas; una de esas plumas inmortales, Fiódor Dostoievski, el “gran gigante de la literatura rusa”, como algunos lo han llamado, concibió personajes que aún viven e inspiran a otros autores. Conocedor de las miserias humanas, logró retratar de manera inigualable tanto los vicios como las virtudes del ser humano creando personajes como Mischkin, protagonista de El Idiota, quien encarna el más excelso ideal espiritual y moral de sus creaciones, o como Teodor Karamazov, el padre de Los hermanos Karamazov, hombre repleto de vicios. Dostoievski centra en la moral el hilo conductor de esta novela.

La vida del gran escritor estuvo signada por sufrimientos indecibles, como el momento en que tan solo a minutos de ser fusilado, el zar Nicolás I le conmutó la pena capital por presidio y trabajos forzados en Siberia. A raíz de este suceso, escribió una carta a su hermano donde decía: “No gemí, no me quejé, ni perdí el valor. La vida, la vida está en todas partes, la vida está dentro de nosotros, y no fuera de nosotros. A mi lado habrá gente; de lo que se trata es de ser una persona entre la gente, serlo siempre por muchas desgracias que nos sobrevengan, en ello reside la vida”. Parafraseando a Nieves Conscontrina, diré que cuando el zar le perdonó la vida a Dostoievski, cuando lo indultó, su acción traspasó los siglos, incluso sin ser consciente de ello, Nicolás I permitió que nacieran Dmitri Karamazov, Mischkin, Raskolnikov, el inmortal personaje de Crimen y castigo.

Hago esta referencia a Dostoievski, porque su frase “de lo que se trata es de ser una persona entre la gente, serlo siempre por muchas desgracias que nos sobrevengan, en ello reside la vida” cobra vigencia en este aciago momento de nuestra vida nacional.

Cuando nuestra dignidad como ser humano ha sido vulnerada, golpeada inmisericordemente es indispensable conservar la esperanza de vida.

Al iniciar esta reflexión con uno de mis autores predilectos, también relacioné nuestra actual tesitura con otro autor de obligada referencia, Viktor Frankl, y su obra El hombre en busca de sentido. Este libro narra experiencias propias de su autor; es la historia de un campo de concentración relatada por un sobreviviente. En la primera parte, Frankl persigue responder una angustiosa pregunta: ¿Cómo perturba la cotidianidad en un campo de concentración la mente y la psicología de un prisionero? En la segunda parte narra la vida en el campo de concentración.

Frankl cita en su obra en varias ocasiones a Dostoievski y enlaza sus célebres frases con una cita que reproduzco: «Es esa libertad espiritual que no se nos puede arrebatar lo que hace que la vida tenga sentido y propósito». Y es a ello a lo que hoy quiero apelar, a nuestra libertad espiritual, porque más allá de las situaciones espinosas es posible salvaguardar la dignidad. Si ella no se conserva, el ser humano llega a bestializarse.

Cuando Frankl habla de los campos de concentración, analiza la conducta de los centinelas. ¿Es posible explicar cómo seres humanos iguales a quienes estaban presos fueron capaces de infligir daños a sus semejantes? Se señala que hubo algunos sádicos, usando médicamente el vocablo, y nos agrega fueron escogidos precisamente por serlo. Agrega que los sentimientos de la generalidad de los guardias se encontraban insensibilizados por el tiempo que llevaban empleando procedimientos absolutamente inhumanos. Sin embargo, Frankl cuenta que un comandante de la Gestapo llegó a gastar sumas considerables en medicinas para algunos prisioneros. Una de las conclusiones a las que arriba Frankl es que “hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la ‘raza’ de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.


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