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EL COMERCIO. PERÚ / GDA

Para que un sistema pueda definirse como democrático debe reunir un conjunto de características y principios. Estos son varios, pero los podemos resumir en cuatro: libertad, igualdad, dignidad y autogobierno. Vale decir que una sociedad es más o menos democrática en la medida en que se cumplen, en mayor o menor medida, estos principios.

También es cierto que, si bien la democracia como forma de organizar el poder es una sola, tiene diversas manifestaciones. Por ejemplo, la directa y la representativa, que no son opuestas sino complementarias.

En cuanto a su aplicación en los gobiernos, tenemos la democracia parlamentaria –de origen inglés– y la presidencialista –creada por los estadounidenses–. También fórmulas mixtas, como la francesa.

No todas las democracias son iguales; varían en la medida en que se acercan a la puesta en práctica de los cuatro ideales ya mencionados.

Esta variedad en la forma de organizar el poder, así como su unicidad, también se reproduce en las dictaduras.

Karl Loëwenstein, famoso constitucionalista y politólogo alemán, llama a las dictaduras ‘autocracias’. Las autocracias, del griego auto (uno) y kratos (poder), son lo contrario a las democracias, porque a diferencia de estas, el poder se concentra en una persona a la que se la conoce como dictador o, de manera menos frecuente, como autócrata. También, en otros casos, se lo denomina tirano, palabra también de origen griego que se refiere al usurpador del poder.

Sí. El autócrata, tirano o dictador es un sujeto que usurpa el poder. Se lo usurpa, primero, al pueblo, porque le quita la libertad, y luego a la autoridad elegida democráticamente.

Santo Tomás de Aquino, en su monumental obra “Del gobierno de los príncipes” señala que hay dos tipos de tiranía: la leve (o soportable) y la excesiva, donde el poder se concentra en manos de un feroz tirano. Sostiene, además, que el pueblo tiene el derecho de rebelarse contra el tirano, una idea que ya había sido desarrollada por Cicerón y reproducida, en los albores de la modernidad, por el filósofo inglés John Locke.

El pueblo tiene el derecho a rebelarse contra el usurpador del poder puesto que este le quita su libertad y su derecho a autogobernarse –es decir, a proveerse su propio gobierno–. Así, la insurgencia queda jurídica y moralmente justificada, y eso es precisamente lo que viene haciendo el pueblo venezolano, no solo en estos días, sino a lo largo de la dictadura chavista, con su actual versión encabezada por Nicolás Maduro, que no difiere en cuanto a sus mecanismos de poder que la que liderara en su momento Hugo Chávez. Ambos, Maduro y Chávez, son dictadores porque le usurparon el poder al pueblo venezolano, aplastando la autonomía de los poderes del Estado y, lo que es más grave, liquidando la libertad de prensa, el gran bastión institucionalizado de la libertad de expresión.

Hoy, las dictaduras pueden ser monárquicas (como antaño), individualizadas (cuando un militar o un civil concentra el poder como si fuese un monarca), militar (que nace tras un golpe de Estado castrense), cívico-militar (fruto de una alianza entre civiles y militares) o institucionalizadas (como las de corte marxista-leninista o nazi-fascista).

Por lo que viene ocurriendo, la dictadura de Maduro es cívico-militar, y no se fue tejiendo desde que él entró al poder: ya lo era en la época de su predecesor, Hugo Chávez. Es una alianza entre la cúpula en el poder y las fuerzas armadas; o para ser más exactos, una cúpula de las fuerzas armadas.

Ellos son los que controlan y concentran el poder. Ellos son los que están matando de hambre al pueblo llanero. Ellos son los que continúan aferrados al poder y seguirán reprimiendo al pueblo, encarcelando y matando gente.

Dicen que usan un discurso de izquierda. ¡Falso! Quien atenta contra la libertad, la igualdad, la dignidad y el autogobierno del pueblo no puede ser de izquierda; es solo un vil tirano que utiliza un discurso político para justificar sus crímenes y su poder absoluto.


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