Algunos dicen ahora en Europa que es un anacronismo, un concepto desfasado, demodé,  como se dice en francés, y sin embargo nosotros lo seguimos utilizando, más bien reivindicando, para designar la condición de resistentes de muchos venezolanos, que resisten como resistieron en el pasado el general Charles De Gaulle, François Mitterrand y tantos otros contra la ocupación alemana de Francia y los colaboracionistas de Vichy; como aguantaron con vigor y fuerza los compañeros de AD contra Pérez Jiménez: Ruiz Pineda, Carnevali, Pinto Salinas, y tantos que honran la historia nacional, pero que ahora ignoran en las ejecutorias partidistas, quizá, porque la corrupción los hizo olvidar cuál fue la motivación del brío para derrocar la dictadura perezjimenista; la doctrina cedió todo el paso al pragmatismo, los dirigentes populares se hicieron pequeñoburgueses a la sombra del erario público. Las consecuencias de aquella claudicación seguida en el tiempo las sufre el país ahora.

Lo reivindicaron el centenar y tantos de jóvenes asesinados hace poco por las fuerzas de choque del desgobierno terrorista, también lo hacen veteranos luchadores y los que nos han ido dejando con la amargura contemplativa del desastre nacional. Lo reivindican insobornables intelectuales que perciben los ecos del fragor social en términos de hambre, muerte prematura, abandono y destrucción nacionales. Lo reivindicaban hace tanto tiempo el puñado de valientes que resistían en el castillo de Puerto Cabello, La Rotunda, contra la dictadura gomecista, los de la invasión del Falke, etc. (Pero que no nos engañen las connotaciones históricas, resistir aquí y hoy es algo tremendamente actual).

A despecho de la mala literatura que para muchos seudointelectuales de una izquierda desechable, decafeinada, pueda tener el concepto de resistencia, la verdadera oposición democrática está ahí: en no tragarse, menos sentarse a compartir, los anillos dorados de la dictadura con su discreto encanto avalado por billetes verdolaga, cebos groseros y ordinarios, a veces imperceptibles. Resistir los cantos de sirena o los hachazos del tirano. Denunciar la presunta asamblea constituyente, el pisoteo de los derechos humanos, la complicidad, el deseo de convivir de la MUD con este aborrecible estado de cosas, buscando acomodarse por un ladito al fisco nacional, denunciar la política electorera para evadir el cambio político de régimen. Desenmascarar la traición de progresistas de pacotilla que significa el ejército de ocupación cubano, oponerse con la pluma, con los brazos y con los hombros a las avalanchas fustigadoras que provienen del mal funcionamiento estatal, y de quienes intentan defender su prosaico cocido político con el cuento de “la patria grande”, “la revolución bolivariana”, cuando de lo que se trata es de hundirnos en el remolino del subdesarrollo.

Resistir es lanzar nuestras verdades como puños que podría haber lanzado el Morocho Hernández, poniendo en evidencia los versallescos puñitos y rositas que traicionan por enésima vez a las clases populares.

Con los resistentes contra Gómez, Pérez Jiménez, con los jóvenes asesinados, y después de los amañados resultados de las regionales, hay que seguir enarbolando la rasgada y martirizada bandera de la resistencia. Resistir es vencer, sobre todo, por la incompatibilidad del régimen con la libertad, porque fracasará la dictadura ante esta irreprimible y altruista reivindicación, que permitirá a la vez preservar nuestra identidad, nuestra creatividad y constituir un proyecto de porvenir durable, una utopía que nos conducirá hacia el futuro.

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