Al cierre de año corresponde una mirada a las proyecciones económicas y políticas en Latinoamérica que maneja el Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas, y reflexionar sobre las políticas –o la ausencia de estas– de la administración Trump y lo que es dable esperar de esta en el hemisferio.

Comencemos por lo económico. Los cálculos del equipo del CDDA proyectan que la región, en promedio, crecerá solo 2% de su PIB, y excluyendo a Venezuela, cuyo decrecimiento se calcula en la exorbitante cifra de –11,5%, solo crecerá 2,1%. Habrá decrecimiento también en Argentina (–1%). Ninguna economía verá crecer su PIB a ritmo superior al del año que termina. Salvo Colombia, Brasil y Panamá, de los que se calcula un crecimiento en 2018 de 2,7%, 1,4% y 4,2% y se proyecta uno de 3,2%, 2,4% y 5% en 2019, respectivamente. En economías importantes, como Chile, Perú y México, el crecimiento proyectado para 2019 es inferior al de 2018, lo que redundará en ralentización.

La inflación, según proyecciones del reporte citado, estará bajo control en todos los países de la región, promediando 3,8% anual. Se excluye del cómputo a Argentina, que verá un incremento anualizado de 28%, y a Venezuela, caso sin precedentes en el mundo, que podría experimentar una hiperinflación anual de varios millones porcentuales.

Las balanzas de pago, siempre según el informe, serán superavitarias solo en Guatemala (USD 0.7 millardos), Paraguay (USD 0.2 millardos) y Venezuela (USD 2,6 millardos). El caso de Venezuela, una crisis de magnitudes humanitarias, salta a la vista como contradictorio al tener ese superávit en su balanza de pagos, resultado, entre otras cosas, del “default” o moratoria selectiva de su endeudamiento externo, además del estricto control de cambios combinado con una relativa mejora en los precios del petróleo y con el incremento de las remesas de la creciente diáspora venezolana a sus familiares.

En el otro extremo serán deficitarias por encima del promedio regional, la balanza de pagos de Brasil (USD –27 millardos), México (USD –23 millardos), Colombia (USD –11,2 millardos), Argentina (USD –10 millardos) y Chile (USD –6,2 millardos). Esto representa un importante desafío financiero para mantener los precarios equilibrios y el moderado crecimiento de estas economías.

La cuestión del crecimiento económico es crítico para Latinoamérica. Para reducir la pobreza y cancelar la deuda social acumulada con tanta desigualdad, es preciso crecer en promedio, y de forma sostenida por más de una década, a ritmos asiáticos (por la época en que esa región experimentó crecimientos superiores al 7 y 8 %, en los países por esto conocidos como los “Tigres de Asia”, dado el avance y prosperidad de sus economías y sociedad). La clave, más allá del intercambio comercial, está en los volúmenes de inversión, tanto privada como en infraestructura dura (comunicaciones, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones y servicios públicos) e infraestructura blanda (educación, salud, capacitación y transferencia tecnológica).

Atrás quedaron los tiempos en que desde el BID, Luis Alberto Moreno, su presidente, hablaba de la década de oro latinoamericana. Por segundo año consecutivo estamos ante crecimientos magros y equilibrios frágiles, no obstante los importantes recursos naturales y el potencial de los mercados de la región. Por otra parte, la magnitud de la oportunidad es monumental, si pensamos en la reducción de la pobreza e integración de mercados o economías compartidas en el hemisferio.

Esta situación nos lleva a un asunto crucial en el plano geopolítico: ¿tiene Estados Unidos una propuesta coherente de políticas públicas, internacionales, comerciales y de promoción del desarrollo que capitalice en beneficio recíproco esta oportunidad? ¿Han pensado los factores de decisión en lo delicado que es este escenario para Centroamérica, así como su impacto migratorio en el actual contexto de violencia en la subregión? ¿Existe alguna estrategia cohesiva entre los sectores público y privado de Estados Unidos para lograr, a través de la diplomacia económica, una posición de impacto en la región con beneficios compartidos? La respuesta es No. Entonces, ¿alguien lo está haciendo? ¿Quiénes han comprendido esa oportunidad?

España se ha colocado en un buen espacio en ese sentido, al construir alianzas muy favorables para ambas partes. Particularmente relevante es el dato según el cual las multinacionales españolas han derivado la mayor parte de sus utilidades en los últimos años desde sus subsidiarias en Latinoamérica. Por ejemplo, José María Álvarez, hoy vicepresidente del Banco Santander, admitió que las filiales de América Latina les salvan el negocio global del grupo, ya que en España pierden dinero. “Del total de beneficios, 60% proviene de Latinoamérica, 21% de Reino Unido y 17% de Santander Consumer Europa. El negocio en España, incluido el Banco Santander España, el centro corporativo y la división inmobiliaria, no genera beneficios”, aseguró Álvarez en la comisión de investigación de la crisis financiera en el Congreso de España.

El fenómeno de Latinoamérica como principal aportador de utilidades se repite en gigantes corporativos españoles, como Repsol y Telefónica. Después de Estados Unidos, América Latina devino el mercado donde ponen sus ojos los empresarios de España. Y Alemania también tiene un importante stock de inversión en la región, sobre todo en Brasil. Pero en realidad el gran actor económico comercial que incide y crece en la región es China. No solo en Venezuela, donde se ha configurado una dependencia leonina, dada la ineptitud del régimen venezolano en el manejo de su riqueza natural, que lo ha arrastrado a un verdadero colapso.

China ha venido ganando espacio y hoy es el principal inversionista y acreedor. En términos de intercambio comercial, en algunos países está a punto de desplazar a Estados Unidos. Es una política de Estado. China se propuso invertir en América Latina, 250 millardos de dólares entre 2015 y 2019, de forma directa y llevar sus intercambios comerciales a 500 millardos de dólares. Y ha cumplido sus metas; sin embargo, no todo es un lecho de rosas en cuanto a la participación de China. No porque su presencia conlleve influencia política o ideológica, o porque represente necesariamente un problema de seguridad nacional para Estados Unidos, como sí podría argumentarse con Rusia también propuesta a penetrar la región. No es el caso. El avance chino es puramente mercantilista: su objetivo es asegurarse el suministro de insumos y materia prima para sostener su crecimiento e industrialización, y captar el mercado latinoamericano para colocar sus productos y servicios. De hecho, es usual que los financiamientos sino-latinoamericanos vengan atados a condiciones como la garantía de materias primas y la importación de productos chinos. En consecuencia, tal como advierten muchos analistas, la creciente presencia china estabiliza a la región en lo económico y financiero, pero perpetúa su subdesarrollo al impedir la emergencia de una economía industrializada o de valores agregados con sello y origen latinoamericano.

Más allá del debate, hay una realidad: como van las cosas, pronto podríamos preguntarnos, ¿América Latina o América, la china?

@lecumberry      


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