«Me podría parar en medio de la Quinta Avenida en Manhattan y dispararle a alguien y aun así no perdería votos” afirmó el actual presidente de Estados Unidos cuando aún era candidato. Probablemente tenía razón entonces y hoy seguramente aun cuenta con un gran número de incondicionales seguidores.  

Esto no quiere decir que Donald Trump sea invulnerable. Su estadía en la Casa Blanca puede verse truncada por una masiva revuelta política o  por un proceso judicial que conduzca a su destitución. 

Esto último es más probable que el primero.  Es sorprendente la frecuencia con la cual, en Estados Unidos, gobernadores y alcaldes, congresistas, miembros del gabinete ejecutivo y otros altos funcionarios públicos pierden su cargo por incumplir alguna ley. Ni siquiera los presidentes han sido inmunes a estos catastróficos accidentes legales.

Estos accidentes suelen ocurrir cuando un político o gobernante trata de encubrir un delito “menor” u ocultar una conducta que daña su reputación. Al intentar ocultarlo miente bajo juramento  u obstruye la justicia, cometiendo así un delito más grave que el que intenta esconder.  “Lo que te hace caer no es el delito, es su encubrimiento” es una frase que se oye  regularmente en los círculos del poder en Estados Unidos  (y que es ignorada con sorprendentemente frecuencia).

Esto le pasó a Richard Nixon, quien renunció justo antes de ser destituido por obstruir la justicia cuando intentó esconder su participación en el caso Watergate. Y también le pasó a Bill Clinton, quien fue acusado de mentir cuando fue interrogado bajo juramento sobre su relación con Mónica Lewinski. La cámara de diputados votó a favor de su destitución como presidente, pero el senado lo absolvió,  permitiéndole así terminar su periodo presidencial.

Esto mismo le acaba de pasar al gobernador de Alabama, Robert Bentley, quien tuvo que renunciar al ser acusado de mentir y usar recursos públicos para ocultar la relación extramatrimonial que mantuvo con su  asesora política. De nuevo, los esfuerzos por esconder su conducta, y no la conducta en sí, fueron la causa de su salida del poder. Lo mismo le pasó al general Michael Flynn, el consejero para la seguridad nacional nombrado por el presidente Trump. Flynn batió un record al solo durar 20 días en el cargo. Tuvo que renunciar al descubrirse que sus conversaciones con el embajador Ruso en Estados Unidos habían incluido la posibilidad de aliviar las sanciones económicas impuestas a Rusia por haber invadido Crimea y agredir a Ucrania. Las conversaciones con el diplomático Ruso no fueron la causa de la salida de Flynn  sino el haber mentido sobre el contenido de esas conversaciones.

Los casos del gobernador Bentley y del General Flynn  son solo los ejemplos de esta semana y del mes pasado, pero la lista de poderosos que dejan de serlo al tratar de encubrir relaciones sexuales escandalosas, el tráfico de influencias, actos de corrupción, el uso indebido de recursos públicos, o la  responsabilidad en decisiones erradas es increíblemente larga. Donald Trump haría bien en aprender la lección que se deriva de esta lista.

La otra lección que debería tener muy presente es que el dinero deja huellas. Es por eso que “seguir el dinero” se ha convertido en otra popular consigna en Washington. Trazar los orígenes y los intermediarios, las contraprestaciones y todos los movimientos de fondos es la mejor manera de encontrar las vulnerabilidades de los poderosos. En Estados Unidos, las relaciones sexuales escandalosas y el manejo indebido del dinero son las dos razones más frecuentes por las cuales se estrellan los lideres políticos..

“Seguir el dinero” fue la consigna que finalmente llevo a Al Capone a la cárcel, por ejemplo.  El  gángster más famoso del Siglo XX  fue acusado de todo tipo de crímenes, incluyendo 33 asesinatos, pero nunca se le pudo comprobar nada. Solo cuando las autoridades pudieron probar que había evadido el pago de impuestos  Capone pudo ser condenado a una larga pena en prisión.  

La semana pasada, la agencia de noticias Associated Press reveló que Paul Manafort,  el jefe de la campaña electoral de Donald Trump entre marzo y agosto del año pasado, recibió 1.2 millones de dólares de un grupo político pro-ruso basado en Ucrania. Manafort, quien inicialmente dijo que el informe era falso, ahora acepta haber recibido el dinero, pero alega que fue el pago de sus honorarios. Se sabe que el FBI está investigando a Manafort por sus posibles contactos con agentes rusos que podrían haber estado apoyando la campaña presidencial de Donald Trump. 

También se sabe que Donald Trump se ha negado a mostrar sus impuestos. Es difícil que esos documentos no se hagan públicos y que cuando eso suceda “seguir el dinero” que allí se muestra puede ofrecer interesantes revelaciones. 

Trump haría bien en pensar cómo fue que se hundieron Al Capone y Richard Nixon.

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