Al igual que el semestre anterior, en nuestra primera clase volvemos a preguntarles a nuestros alumnos sobre nuestro presente. Pero ahora hemos cambiado la pregunta, si hace unos meses era la siguiente: ¿Qué debemos hacer ante la dictadura del hambre? (ver respuestas en “¿Qué piensan y hacen los jóvenes que se quedan?”, publicadas en esta misma columna el 7 de marzo de 2018), ahora les preguntamos: ¿Cuáles son los problemas históricos de la Venezuela del presente y cuáles son sus soluciones? Una vez más las respuestas nos han sorprendido, y si las comparamos con lo que pensaban hace 10 años, los cambios son radicales. No es una encuesta en el sentido que no tiene las características de una muestra representativa, pero algo nos permite observar sobre las nuevas generaciones y especialmente de las clases medias (o lo que queda de ellas) porque esta misma pregunta la hice en todos mis cursos de la UCAB, UMA (Monteávila) y UCV, en lo que suman aproximadamente poco más de 200 estudiantes.

Para los jóvenes universitarios, el principal problema es Nicolás Maduro y el socialismo-comunismo, y esta respuesta fue unánime. Posteriormente muchos señalaron algunos lugares comunes: falta de educación y valores, la corrupción, la ineficiencia administrativa, la inseguridad, etc., pero varios afirmaron que la causa de nuestra crisis actual era la tradición rentista petrolera que ha estimulado un Estado intervencionista y populista. En el pasado, cuando hablaba con los alumnos sobre nuestras crisis, jamás advertían lo relativo tanto al petróleo como el estatismo. Por primera vez observo un despertar de la conciencia en que nuestras crisis y fracasos no tienen que ver con un gobernante en especial, en que la solución no está en cambiar al presidente o a una clase política, sino que tiene que ver con nuestras políticas estatales y económicas.

En lo que respecta a las soluciones, todos también fueron unánimes: hay que salir de Nicolás Maduro y de los gobiernos socialistas-comunistas para iniciar el camino hacia un país productivo. Una vez logrado esto se deben iniciar reformas que establezcan el libre mercado y el capitalismo en general en Venezuela. Lo dijeron con esas mismas palabras y esto es lo que hoy me impresiona. Anteriormente podía escuchar a mis estudiantes hablar de industrialización, estímulo a la producción, diversificación de la economía, desarrollo, etc., pero nunca de “capitalismo y libre mercado”, porque en su mentalidad esto era visto probablemente como un sistema no del todo justo y nada nacionalista. El Estado, para ellos como para las mayorías, era visto desde el terrible legado de nuestros años ligados a España: el mercantismo y la tradición fundada en 1936 que lo establecía como el regulador de la economía para lograr la justicia social. Todo eso parece que ha quedado atrás en la mentalidad de muchos de nuestros jóvenes.

Al final fue inevitable preguntarles por la solidaridad y el problema de la transición del actual sistema a su propuesta capitalista, por la preocupación por los más pobres. Me dijeron que tenía razón, que no se pueden olvidar “porque de lo contrario podían terminar votando otra vez por el candidato populista de turno”. No me convenció ni me gustó esta sola razón, pero al menos es algo. También les pregunté ante la realidad de su condición de potenciales emigrantes: ¿Y ustedes van a realizar estos cambios en el país? “Si nos dejan”, me dijeron de inmediato. Y para que los dejen deben valorar la actividad política, no queda otra.

Venezuela ya no es la misma, y no hablamos de lo material y de la economía, sino de la mentalidad de nuestra gente. Poco a poco nos vamos vacunando contra la peste estatista. Por ello hay sobradas razones para tener esperanzas en el verdadero cambio que tanto anhelamos.


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