Aún cuando las elecciones brasileñas no han concluido, todo apunta a que en la segunda vuelta del próximo 28 de octubre Jair Bolsonaro saldrá victorioso. Podría ser que en esta segunda vuelta, la oposición tumbe el resultado o que otros partidos que no apoyan la causa de Bolsonaro se agrupen en una extraña e insostenible alianza, aunque esa ruta es cada vez mas improbable. Al mismo tiempo, las empresas y los bancos ya se están moviendo para apoyar al ex capitán del Ejército, ampliando su base a medida que los mercados reaccionan positivamente a su ascenso.

Ya se ha derramado mucha tinta sobre lo que una inminente administración bolsonariana significa para Brasil. Pero aún permanece en el aire la cuestión—planteada y respondida de manera convincente por Brian Winter en Americas Quarterly—de lo que la victoria de Bolsonaro significa para las relaciones entre los Estados Unidos y Brasil en el contexto de la administración Trump. Me gustaría centrarme en ese tema específico mas a detalle. 

Pero primero, algunas aclaraciones. Si bien las comparaciones entre Bolsonaro y Trump vuelan “rápido y furioso”, hay que señalar con claridad que Trump no es Bolsonaro. Sí, Trump ha dicho cosas ofensivas, vulgares e inexcusables sobre las mujeres, los inmigrantes y sus opositores políticos, ha defendido a grupos racistas y atacado normas democráticas en el país y en el extranjero. Aún así, sus comentarios no se acercan a las cosas reprensibles que ha pronunciado Bolsonaro sobre las mujeres, las personas LGBT+, la comunidad afro-brasileña y, sobre todo, sus propuestas sobre el uso de la violencia y la tortura para combatir el crimen y el regreso de la milicia para hacer política. Comparar a Bolsonaro con Trump es echar aún mas leña al fuego de la desinformación que corre por Brasil, en el sentido de que la retórica de Bolsonaro es mucho más odiosa e incendiaria que la de Trump.

Una segunda advertencia. El fenómeno Bolsonaro no significa un viraje del hemisferio a la derecha, tal como se denominó «marea rosa» a los gobiernos de izquierda que predominaron en la década de los dos miles. Mauricio Macri de Argentina no es Bolsonaro; Sebastian Piñera de Chile no es Bolsonaro; e Iván Duque de Colombia no es Bolsonaro. Todos estos son presidentes demócratas pro-mercado que respetan la división entre civiles y militares y el estado de derecho. Tienen más en común con Michelle Bachelet y Juan Manuel Santos que con Bolsonaro, de quien ni siquiera nos queda claro si es pro-mercado o no. El gobierno militar al que le encanta elogiar fue un gobierno pro-estatista, y recordemos que los populistas, de ambos lados del espectro ideológico, nunca han sido ni serán neoliberales.

Con esas importantes advertencias sobre la mesa, analicemos lo que la presidencia de Bolsonaro podría significar para las relaciones entre EE.UU. y Brasil. Aquí algunos escenarios, ninguno de ellos mutuamente excluyentes. De hecho, bien podrían ser cumulativos:

  1. Dada su admiración hacia perfiles “rudos y fuertes”, Trump acogerá a Bolsonaro con brazos abiertos: ya sea Orban en Hungría, Erdogan en Turquía, Kim en Corea del Norte, Duterte en Filipinas o, por supuesto, Putin en Rusia, el talón de Aquiles de Trump es justamente su afinidad por este tipo de liderazgos, una afinidad tan personal como ideológica, ya que Trump sabe que forma parte—sino es que lidera—un auge global del populismo de derecha. No resulta sorprendente entonces que hace unos meses los hijos de Bolsonaro viajaran a la ciudad de Nueva York para reunirse y rendir homenaje al padrino ideológico del movimiento: Steve Bannon.  Y es que aunque Trump y «Sloppy Steve» se hayan distanciado, Bannon dejó huella en el gobierno de Trump. En resumen, se podría esperar que Trump comience por elogiar a Bolsonaro y de muestras de apoyo hacia su  hostil postura para combatir el crimen y la violencia.
  2. Bolsonaro sabrá cómo torear a Trump para afianzar su relación: halagar al Presidente de los Estados Unidos es una estrategia con un rápido retorno a la inversión («nos gustaría construir una base militar y ponerle su nombre», dijo el Presidente polaco en su visita mas reciente), una estrategia que Bolsonaro podría emplear con eficiencia. Más importante aún, lo que Bolsonaro probablemente hará será encontrar terreno común en aquellos temas de cajón de la política de Trump. Sobre Venezuela, ¿por qué no avanzar de una postura de rechazo a desenvainar la espada?, sobre los migrantes, ¿por qué no enfocarnos aun mas en el crimen y la violencia generada por estos grupos minoritarios? ¿Quizás mudar la embajada de Brasil en Israel de Tel Aviv a Jerusalén? ¿Hacer concesiones a las demandas arancelarias de los Estados Unidos en productos clave? ¿Subir el tono con Cuba? Quizás esta estrategia de pie a un nuevo bromance Trump-Bolsonaro y eso que ni siquiera he tocado el tema anti-LGBT y la resonancia que podría tener con el vicepresidente de Trump y su propia base.
  3. Bolsonaro acepta la visita a la Casa Blanca que Dilma Rousseff desdeñó: El PT podrá haber dado marcha atrás a la visita histórica a la Casa Blanca tras conocerse las revelaciones de espionaje de Estados Unidos a la entonces presidenta, pero con una posible amistad con Trump, es probable que la visita se retome, visita que ayudaría a obtener el respaldo, o por lo menos el silencio de la administración  de Trump ante posibles abusos de la policía y el ejército y la concentración del poder ejecutivo en Brasil.
  4. El «deep state» en el gobierno de los EE.UU. como contrapeso: a través de los informes de derechos humanos, filtración de información y muestras (discretas) de preocupación, algunas por parte del Departamento de Estado, sobre el deterioro de la situación en Brasil, el gobierno de los EE.UU, marca distancia de la postura adoptada por la Casa Blanca, para preservar su compromiso básico con la democracia y los derechos humanos en la región. De manera similar, aquellos miembros del congreso con un fuerte compromiso con la democracia y los derechos humanos suscitarán de manera constante y ruidosa sus preocupaciones sobre los abusos en Brasil.
  5. Sube la presión en el sistema interamericano: como hemos indicado en Global Americans con anterioridad, el consenso que ha respaldado la misión del sistema interamericano de proteger los derechos humanos y la democracia se encuentra en un estado muy frágil. La erosión al sistema interamericano no solo proviene de las autoproclamadas dictaduras izquierdistas (que en realidad son autocracias cleptocráticas) de Venezuela y Nicaragua; sino también de la acción (o inacción) de la República Dominicana, Honduras, Jamaica, México y el propio Estados Unidos ante abusos a los derechos humanos. En otras palabras, el ataque es pan-ideológico. Brasil bajo Bolsonaro probablemente se enfilaría para desprestigiar la credibilidad y efectividad de un organismo que ha defendido los derechos humanos en las Américas durante más de 40 años.

Espero que ninguno de estos escenarios se vuelvan una realidad, excepto quizás el número cuatro, que será solo necesario si los demás se dan en primer lugar. Mientras tanto, todavía hay tiempo para que aquellos brasileños, decididos a proteger su frágil democracia de un demagogo, se agrupen en torno a Fernando Haddad y den la vuelta a la segunda ronda electoral a final de mes.


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