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“Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna”.

(Antonio Machado)

Supongo que habrá visto ya en cualquier dispositivo electrónico el video del crío maravillado al oír por primera vez en sus cinco meses de vida la voz de su madre. Alex Denman, un bebé sordo de nacimiento, es capaz de percibir los sonidos con la ayuda de un implante en el oído, y hay que reconocer que emociona ver su alegría.

El momento epifánico de Alex debe de parecerse en parte a esos otros momentos en los que uno se da cuenta de lo que merece de verdad la pena. La ciencia y la tecnología hicieron posible el despertar de uno de los sentidos de un niño. Sin embargo, el uso de la tecnología y la ciencia hacen difícil en ocasiones la percepción de la realidad. Uno piensa en las cosas que nos perdemos ahora mismo por culpa de la hipnótica abducción de una pantalla conectada a una red única-Internet.

Nos creímos esclavos hace unos años cuando solo veíamos dos canales de televisión, luego pensamos que ya éramos libres al disponer de más canales y más opciones para elegir; pero ahora seguimos siendo esclavos de una misma pantalla, un buscador y un juguetito electrónico que nos recuerda a aquella navaja suiza multiusos de nuestros padres.

Ese juguete moderno permite grabar audios, hacer fotografías y hablar a distancia. El tamagotchi, varita mágica, elixir de la felicidad o lo que sea abre las puertas ipso facto a una fuente de información enciclopédica y universal sin contención ni medida. El pianista aficionado teclea “crisantemo” y en segundos aparece la flor a todo color en la pantalla


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