En la entrega anterior cabeceábamos en cuanto a responder la interrogante formulada, y decidimos no correr aventuras. Hicimos mención, apenas, de dos muy acertadas definiciones. Pero como el tema es tan rico manantial, agreguemos ahora dos de Guillermo Cabanellas: “Hombre genéricamente es el animal racional” y, la otra: “Todo individuo de la especie humana, cualquiera sea su edad y sexo”. Por su parte, Fernando Corripio, en su diccionario de sinónimos, identifica el término hombre con individuo, ser humano, varón, persona.

Entonces, tal como afirmábamos en el artículo anterior, siempre que empleamos el término hombre no nos referimos solo al varón, sino también a la mujer. O sea, al ser humano, sin exclusiones.

El humanista Miguel de Montaigne, quien mantuvo siempre inquietante preocupación por estudiar y conocer cabalmente al hombre, dedicó a ello toda su atención. Empezó por estudiarse a sí mismo: se autoanalizaba, se hacía introspecciones para conocerse, pues era él mismo el hombre que tenía más cerca, haciendo suya aquella máxima de la filosofía clásica: “Conócete a ti mismo”. Sus cuidadosos estudios le llevaron a concluir que el hombre es un ser heterogéneo, variable y muy difícil de conocer, e hizo esta afirmación: “Cada hombre lleva en sí la forma entera de la condición humana”.

Ajenos nosotros a complicaciones, en vez de intentar definirlo, tomamos la fácil alternativa de afirmar que el hombre por su complejidad es indefinible. Y dejamos ese trabajo a la antropología, por ser esta la ciencia que, entre otros aspectos, estudia el comportamiento del hombre en su ambiente natural y social.

Así, cuando empleamos el vocablo hombre o mujer no nos estamos refiriendo, simplemente, al ser físico que ocupa espacios y está expuesto a tantas miradas. Lo más importante es lo que hay dentro de esa tangible presencia; es algo misterioso, lo que podríamos denominar el aparato intelectual o psíquico, para llamarlo de alguna manera. En ese oscuro e intangible mundo reside la razón de ser de la vida del hombre. Allí están el intelecto, la emotividad y la vida de relación que constituyen la fuente generadora de todas las inquietudes humanas. Entonces, categóricamente podemos afirmar: el hombre es un haz de preocupaciones, de angustias, de ilusiones y, ¿por qué no?, de problemas. Está siempre cargado de emociones (positivas y negativas) y también de dudas. Sediento de informaciones, de saberes y de conocimientos.

Podríamos concluir afirmando que el humano es el ser más dinámico e importante que existe sobre la tierra, y el único dotado de una excepcional capacidad intelectual. Gracias a esa extraordinaria facultad, la misión del hombre en el mundo es trascendental.

Finalmente, apuntemos que el hombre conforme ama la vida, ama igualmente su libertad. Esta es suya por herencia, pues la obtuvo desde que advino del reducido vientre materno. Es el derecho más natural que poseemos los seres humanos y las autoridades están obligadas no solo a respetarla, sino a protegerla y a defenderla. (Continuaremos en próxima entrega).

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