Estos cuarenta días han sido de vértigo, el gobierno aparece como una unidad llena de contradicciones. Por un lado un ala radical encabezada por Cabello y un ala moderada encabezada por Maduro. Su unidad se debe, a pesar de sus contradicciones, a su renuencia a desprenderse del poder y por otro lado a que el costo de salida de algunos personeros que conforman ese contradictorio bloque en el poder se ha incrementado con la profundización de la crisis, por ejemplo, como buscarle una salida negociada a Diosdado Cabello y qué país lo querría.

Por otro lado, la oposición es también una unidad llena de contradicciones. Por un lado, el viejo liderazgo que ha sido rebasado en su validez de conductor de los procesos políticos por no entender o tener una lectura inexacta de los cambios experimentados por el país, especialmente a finales de los años ochenta y los noventa del siglo pasado, que conceptualizó inicialmente al régimen como un paréntesis y que una vez cerrado se volvería a recuperar lo que había sido el régimen democrático, y, por otro lado, una nueva generación de líderes, nacida al calor de la crisis estructural de la sociedad, a la que ya incluso se les ha dado un titulo “la Generación de 2007” hoy articulada por el liderazgo de Juan Guaidó.

Entre lo más relevante de estos días de vértigo ha sido la pérdida de la iniciativa del autoritarismo madurista devenido apenas en un mal administrador de la crisis. Ahora situado en su peor escenario, pues no hay manera de recuperar la confianza ni siquiera regresando a lo que dio lugar a su llegada al poder como fueron las determinaciones de la vida política venezolana a finales de los ochenta y de la década de los noventa. En gran parte porque ellos en el poder han sido mucho peor de lo que había.

¿Qué ámbito de acción le queda al autoritarismo chavista-madurista? Pienso que el madurismo desarrolla por un lado una que no es extraña a su manera de hacer política, pues desde un inicio la han llevado a cabo con relativo éxito, pero con Chávez vivo: seguir concibiendo la lucha política como guerra.

La otra es también una práctica heredada por lo que tanto le han criticado a lo que han llamado la cuarta república: el clientelismo, esta vez con el objetivo de disciplinar a los sectores más pobres que el chavismo ha asumido como su sujeto y que por esa práctica han devenido en mero objeto en masa de maniobra.

La lucha política como guerra la pudimos ver en la exhibición que nos ofreció el régimen el día 23 de febrero, cuando, por un lado, sus grupos armados y otros irregulares conducidos por Iris Varela en la frontera occidental arremetieron quemando parte de lo que era la ayuda humanitaria, y por otro lado, los oficiales cuerpos de seguridad arremetieron en la frontera sur contra indígenas pemones produciendo una significativa cantidad de muertos y heridos.

Concebir la lucha política como guerra significa eso: los demás no son meros adversarios, son enemigos y todas las relaciones quedan reducidas a ese límite clasificatorio amigo vs enemigo, donde este último es detenido (López y trescientos presos más), muerto (los muertos de 2014, de 2017 y estos de 2019) y desparecido (por ejemplo, Alcedo Mora).

El concebido como enemigo, como dice Hanna Arendt, “no tiene derecho al derecho” y es demonizado como antipatriota, lacayo del imperio, escuálido, títere de Trump, traidor, etc.

Este ambiente podrá seguir trajinándose hasta la náusea, pero la guerra requiere algo de que esta, desarrollada por el madurismo, carece: el heroísmo.

Le queda profundizar el clientelismo como mediación con los sectores más pobres con el objeto de su disciplinamiento y cooptación, pero esta política expresada fundamentalmente a través de programas como el CLAP y los bonos dados a través de mecanismos financieros requiere de recursos financieros permanentes que hoy no existen en la misma cantidad de hace 15 años, por tanto, lo que parecían buenas medias para su disciplinamiento y cooptación han perdido eficacia en su rol de ordenamiento de la sociabilidad.

La crisis es general, política, social, económica y un largo etcétera, es fundamentalmente la crisis de esta manera de hacer política y construir sociabilidad. 90 % de la sociedad venezolana le ha dado la espalda, pero, ojo, el descontento con lo existente no basta, es necesario que podamos determinar la superación de los límites que el autoritarismo chavista ha impuesto.

A falta de tiempo citaré la mejor definición de lo que viene y de lo que nos espera, recomiendo la entrevista realizada a Miguel Pizarro, porque para construir la democracia hay que imaginarla. En esa entrevista Pizarro dice: “No somos la restauración, no queremos el cambio político para pasar de un sistema de salud pública a uno privado, queremos uno público de verdad… No queremos cambiar la élite corrupta del madurismo por una élite empresarial transnacional que venga de la mano de dos o tres países. Nosotros no estamos buscando el cambio para poner a Venezuela a finales de los ochenta o principios de los noventa. La mayoría de los que encabezamos este movimiento no somos herederos de la cuarta república, pero somos víctimas de la quinta… hemos llegado a 2019, a un momento que inventamos, un nuevo polo de poder que haya aprendido de estos últimos cuarenta años, o dentro de veinte tendremos otro Chávez peleando por Miraflores con algunos de nosotros”.


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