«Estamos mal, pero vamos bien», dijo a la prensa, a mediados de 1996, un realista y optimista Teodoro Petkoff, refiriéndose a la política económica instrumentada por la Oficina Central de Coordinación y Planificación de la Presidencia de la República (Cordiplan), a objeto de contener el derrumbe del sistema financiero y combatir un incremento interanual de casi 100% en el índice de precios al consumidor. 18 meses después de esa declaración (1998), la tasa inflacionaria se ubicó en 30%, una insignificancia comparada con los 10.000.000% calculados para el año en curso por organismos internacionales –tan millonaria rata hace del venezolano uno de los peores casos de hiperinflación de todos los tiempos–. La última administración del ya lejano siglo XX, comenzó dando tumbos, pero, al agarrar el toro por los cachos, la economía, en el umbral del milenio por llegar, encontró el camino de la rectificación y, eso sí, a un elevado costo político. Los electores se alejaron de las urnas y en 1999, gracias a la antipolítica, a la moralina de los notables, a medios de comunicación suplantando a los partidos y al resentimiento de preteridos e irredentos, sepultamos la República civil y democrática, y le entregamos la nación a una banda de facinerosos, acaudillada por un ignaro, revanchista e incompetente golpista y magnicida frustrado, responsable intelectual y material de la mayor tragedia humanitaria de nuestra historia, quien se acuarteló en la «patria» e hizo de esta su particular hacienda, a la manera de los dictadores novelados por Valle Inclán, Asturias, Carpentier, Roa Bastos y Ibargüengoitia; y, por si fuese poco, al estirar la pata nos encasquetó un usurpador sin luces, bajo la tutela de los hermanos Castro Ruz. Ahora, en el año XX de la revolución bonita, peor no podríamos vivir.

No, nos encontramos nada bien. La crisis no se circunscribe exclusivamente a la economía y a los perniciosos efectos de su mal manejo sobre el estómago y bolsillos del ciudadano; la putrefacción es total: no hay agua, ni luz ni gas, tampoco teléfonos ni Internet y, colmo de los colmos, se acabó la gasolina. Con la aparición de la marabunta escarlata, la política, dejó de ser «arte, ciencia u oficio de gobernar», y devino en quehacer propiciador del enriquecimiento ilícito y de oportunidades para el crimen organizado. Enfrentarse a mafias logísticamente asistidas por Cuba, Rusia, China, Irán y Turquía postula formas inéditas de resistencia y el diseño de una estrategia distinta al cómo vaya viniendo vamos viendo de Eudomar Santos, y ajena al apocalipsis según John Bolton. Es importante, y mucho, el reconocimiento por más de 50 países de la constitucionalidad del presidente interino y la legitimidad de la Asamblea Nacional; pero también lo es –y en grado superlativo– convencer a las instancias multilaterales abocadas a consensuar una salida a la crisis de la inutilidad de convocar a elecciones sin antes poner término a la usurpación, y sin un gobierno de transición capaz de asegurar la transparencia del proceso comicial pautado en la hoja de ruta propuesta al soberano a comienzos de año, cuando comenzó a vislumbrarse al final del túnel el fulgurante resplandor de la antorcha del cambio y la libertad, portada por Juan Guaidó, cuya llama continúa ardiendo, muy a pesar de los vientos en contra provenientes de Fuerte Tiuna y Miraflores. Consolidar la unidad de las diversas corrientes opositoras con criterios de amplitud contribuirá a mantener vivo ese fuego esperanzador y no importará cuán bien o mal nos sintamos, pues podremos «andar haciendo caminos», como cantó el poeta.

A partir de lo acontecido el 30 de abril –todavía no satisfactoriamente explicado–, la ventolera arreció. Maduro ordena detenciones a granel y la represión sube de tono –ya son casi 1.000 los presos políticos, y nada se sabe de Edgard Zambrano, primer vicepresidente del Parlamento verdadero–. También las acciones desesperadas. Así, el Sr. Cabello, amo y señor de la constituyente filocubana y (des)comunal, sometió a consideración de esta un decreto por él leído a fin de extender su espurio funcionamiento hasta el 31 de diciembre de 2020. Sin anestesia nomás: no solo porque quiso, pudo y le salió vaya usted a saber si del forro del o del hoyo, ¿oyó?, sino para ocupar definitivamente los espacios de un congreso legítimo de origen, en trance de ser disuelto por exilio, encarcelamiento o desaparición forzada de sus diputados. El decreto, era previsible, fue aprobado por unanimidad con el habitual ¡clap, clap, clap, Chávez vive, viva Chávez! Con idéntica mala fe, Maduro, guapo y apoyado en Carlos Quintero, perpetrador de fraudes y milagros electorales –el «Pollo» Carvajal, dixit–, desafió a la oposición y amenazó con adelantar las elecciones legislativas a objeto de liquidar al único poder genuino de la república. El despropósito fue de plano repudiado por la Unión Europea, y así lo comunicó Maja Kocijancic, en nombre de Federica Mogherini, alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la comunidad, a la cual no le hizo ninguna gracia el escape postrimero de Nicolás por la guardarraya, buscando, como el periquito de la canción, sacudirse del gallo que amenaza con pisarle y de su quiquiriquí libertario. A través de su invasivo andamiaje mediático, el gobierno de facto trata de vender una imagen pacificadora. Necesita ganar tiempo y se muestra presto a dialogar. ¡De librito! Hasta el sol de hoy, «todos los “diálogos” terminaron fortaleciendo al gobierno y debilitando a la oposición», sostiene Moisés Naím. La súbita y providencial aparición de ángeles vikingos es saludada con alborozo por el usurpador. Guaidó recela, pero envía observadores –exploradores, precisó– a Oslo. Entre fiordos es la cosa. ¿Dilación? Sí, a Dios rogando y con el garrote mandando. Y, para enredar más la enmarañada cola del papagayo, Christopher Figuera le pide a Vladimir Padrino se ponga al frente de la transición. Las tiene grandes el fugado general ex jefe del Sebin. Y no sé si bien puestas.

The Right Stuff, expresión en lengua inglesa generalmente traducida al castellano como Lo que hay que tener, fue el nombre dado por el escritor y periodista norteamericano Tom Wolf (1930-2018) a un extenso y detallado reportaje (360 páginas), acabado exponente del «nuevo periodismo» de los años sesenta del pasado siglo, en el cual contrasta a los astronautas del proyecto Mercurio con los pilotos de prueba que arriesgaban hasta sus vidas dispuestos a volar cada vez más alto, cada vez más rápido. A uno de ellos hubiese correspondido el honor de ser el primer norteamericano en orbitar nuestro planeta, pero la NASA prefirió tripulantes robotizados, dóciles como un chimpancé o la perra Laika. El libro fue cinematografiado por Philip Kaufman –guionista de un par de entregas de la saga Indiana Jones y director de una celebrada versión de la novela de Milan Kundera La insoportable levedad del ser–, con Sam Shepard, actor y dramaturgo de vasta obra, en el papel de Chuck Yeager, el primer ser humano en romper la barrera del sonido y arquetipo de los «míticos héroes voladores», dotados de lo que hay que tener: coraje, valor, instintos. En las actuales circunstancias, la Venezuela rebelde necesita una dirigencia con atributos de esa índole, a fin de plantarles cara a los perdonavidas bolivarianos. Juan Guaidó, además de talento y capacidad de aguante, sin reparar en los tropiezos derivados de su determinación, tiene lo que hay que tener y el semidiós de Sabaneta no tuvo: ¡cojones! (1). Por eso, arrugan los matones. Y, por eso mismo, podemos exclamar, tal cual Teodoro: ¡Estamos mal, pero vamos bien!

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(1) Pude haber escrito testículos en lugar de la malsonante expresión castiza, pero tal vocablo no rima con matones.


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