La escasez rampante y creciente, y los precios de hiperinflación de lo que a duras penas se podría conseguir, lo que hace que esos pocos productos sean muy difíciles o imposibles de adquirir, lleva a la gran mayoría de la población a preguntarse: ¿y qué hay?

Por contrapartida, también la otra expresión “no hay” es de lo que más se escucha en esta Venezuela de mengua extrema. No hay tal o cual alimento básico, no hay casi ninguna medicina de necesidad convencional, no hay repuestos para prácticamente nada, no hay efectivo en los bancos, casi no hay unidades de transporte público. En fin, el “no hay” es lo característico de la catástrofe que padece Venezuela. De hecho, el “no hay” es el reflejo de la propia catástrofe.

En pocas palabras, a la interrogante “¿qué hay?” se les responde con la afirmación del “no hay”. Así de sencillo. Lógica matemática. Dos más dos son cuatro…

Hace varias décadas, un jefe del Estado, al posesionarse del cargo, señaló que administraría la abundancia con criterio de escasez. Si lo hizo o hizo lo contrario es otro tema. Pero lo cierto de todo es que Venezuela era un país de abundancia. Y a pesar de los largos años de crisis que vinieron después, el país siguió siendo uno de abundancia, a pesar de los pesares.

Cuando el señor Chávez empezó su primer gobierno, y aunque los precios internacionales del petróleo –incluso los de Venezuela– se ubicaban en siete dólares por barril, en el país no faltaba nada. Tampoco sobraba de todo. No. Pero no faltaba nada importante. Ni la gente se preguntaba “¿qué hay?” y, por lo tanto, no podía responder que “no hay”.

Pero en los últimos años, los restos de la abundancia fueron depredados; por eso, lo que más se escucha es que “no hay”. El poder empezó a depredar al sector privado, bien por estatizaciones tipo asalto o bien porque los boliplutócratas compraron empresas y las saquearon. Al mismo tiempo, ese poder también depredó los recursos públicos: los ingresos petroleros, las reservas internacionales, los activos en el exterior, el oro, en fin, todo lo que pudieron.

Y, encima, multiplicaron el monto de la deuda externa, que ya es impagable, y los artilugios de la criptomoneda no lograrán nada concreto, sino acaso correr la arruga de la depredación. Por eso es pertinente la pregunta “¿qué hay?”, y más pertinente todavía la respuesta: “no hay”.

Estas breves líneas van dedicadas a lo económico y social. Pero de lo político se puede decir lo mismo: ¿hay democracia, respeto por los derechos humanos, elecciones libres? No. No hay.

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