Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, fue un prolífico escritor, ideólogo y analista político ruso, quien por llevar a su minoritario partido socialdemócrata al poder y acometer la primera revolución marxista del mundo, pasó a la historia de la izquierda radical como el sumun de la sabiduría política de todos los tiempos.  No en balde siempre se ha sostenido que son los vencedores los que escriben la historia. Esto último es la razón por la cual, durante al menos cincuenta años, esa misma izquierda radical le daba la razón a Lenin y no a sus adversarios internos, en aquel partido político ruso, donde predominaron sus tesis.

Uno de los trabajos en los que Lenin discute sus tesis e impone su punto de vista revolucionario, sobre los reformistas, lo tituló ¿Qué hacer? Escrito entre el otoño de 1901 y febrero de 1902, allí pulveriza a los reformistas y los descalifica con los remoquetes de “social-traidores”, “economicistas”, “oportunistas” y demás epítetos denigrantes. La verdadera historia, la real, ha terminado por darle la razón a quienes no alcanzaron el poder, a los mencheviques, es decir, a los reformistas, a los socialdemócratas alemanes como Berstein y a los rusos como Kerensky. Lograron más, en el futuro, por la vía de la reforma y el estado de bienestar, en paz y en democracia, que toda esa mentira continuada tiránica y represiva que fue la “dictadura del proletariado”.  

Lo lamentable de toda esa historia es que nunca sabremos cuántos millones de seres humanos hubieran salvado la vida si el radicalismo leninista no se hubiese impuesto con su más funesta consecuencia: el stalinismo, sus purgas criminales y sus gulags; diseñados para los burgueses y terratenientes, pero donde terminaron sus días tanto mencheviques como bolcheviques que se opusieron a aquella supuesta dictadura del “proletariado”. Ah, y todo ello ocurrió porque hubo unos políticos timoratos, con Kerensky a la cabeza, que no los enfrentaron, con decisión y a tiempo, siendo mayoría en la calle.

En Venezuela debemos plantearnos hoy ¿qué hacer?, frente a la dispersión de la oposición al régimen de Maduro, sus diversas posiciones y donde el radicalismo parece ir ganando la batalla de la opinión, con su desiderátum de ineficacia y estulticia. Allí es donde nos asalta la mayor de las dudas y de las alarmas: si la política radical es la que se impone y frente a la dictadura nos dedicamos a la “abstención militante”, la cual nadie sabe con qué se come, es muy probable que despertemos el día siguiente a las elecciones presidenciales igual como amanecimos el 13 de abril de 2002, cuando veíamos, estupefactos, a Chávez retornar triunfante al Palacio de Miraflores. Y todo ello gracias a la inhibición de una dirigencia política democrática chantajeada, hasta el paroxismo, por unos radicales que –como dijera Unamuno– puede que lleguen a vencer, pero nunca a convencer, porque no tienen la razón.        

¿Qué hacer y cómo hacerlo? Sugiero que, para empezar, ese recién constituido Frente Amplio no se quede en un enunciado poético, sino en un activo buscador de la unidad de todos los que allí no están. ¿Cómo se puede adelantar una política unitaria si no se establece comunicación con el único candidato opositor inscrito para competir en la elección presidencial, el señor Henri Falcón, así este haya o no acertado en su decisión de presentarse aisladamente? Entre otras frioleras, porque no me parece ver alguien con la capacidad de tirar la primera piedra, de la ausencia de pecado, en el ejercicio de esta política opositora de bandazos, unos más o menos que otros. Ah, y a la señora María Corina y su grupo, cuya postura tampoco comparto, pero quien se debe tomar en cuenta por la misma razón que es obligatorio hacerlo con Falcón. Es que no nos sale tener enemigos de este lado del espectro político y del otro tampoco, solo adversarios.

En definitiva, ¿qué hacer?: unir a la mayoría para presionar a un gobierno terco, pero arrinconado por la comunidad internacional para que abra un nuevo diálogo, ahora sí sin trapisondas, para otorgar las condiciones mínimas que, todos sabemos, permitiría la participación opositora en bloque, a saber: elecciones a final de período, libertad de los presos políticos, apertura de canal humanitario, revocatoria de la inhabilitación de Leopoldo y Capriles y nuevo Consejo Nacional Electoral. Así iríamos a unas elecciones primarias, para que sea la gente y no un sanedrín que decida quién sería el candidato único y unitario de la alternativa democrática. Probablemente lograríamos, de nuevo como en 2015, el entusiasmo que derrotará la actitud contemplativa de una gente que no quiere votar, con razón, porque no nos ven unidos a todos por Venezuela.   

De tal manera, de lo que se trata es, ni más ni menos, de desalojar a la minoría del poder, tan fácil como eso. A menos que mi abuelita, que en paz descanse, termine teniendo la razón cuando exclamaba al ver las continuas equivocaciones de los líderes: ¡Ay mijito, es que usted no sabe… cuán brutos suelen ser los hombres de talento!

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@EcarriB      


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