La historia siempre es la misma, el líder carismático aparece en medio de la crisis con la promesa de darle un sacudón al status quo y despertar del letargo a las mayorías. Con la ayuda de su verbo y presencia, este líder es aclamado y elevado en hombros por las masas hambrientas de cambio y venganza contra el pasado. Él, por su parte, hambriento de poder, irrumpe convirtiéndose en la esperanza de millones y dirigiendo la estrategia para asaltar el Estado e iniciar la revolución.

Se arrasa con todo el sistema porque todo es visto como corrompido, elitista y reproductor de desigualdades. La promesa es la dirección colectiva, pero pronto no solo el ejercicio del poder se transformará en un ejercicio personal y absoluto, sino que todos los vicios del pasado serán repetidos.

Pero el culto al líder será más fuerte que cualquier intento de cuestionar el sistema. El líder único no permitirá que nadie le haga sombra y mandará como quien jamás pensará morir. Todo gira a su alrededor, es el único capaz de controlar las facciones porque nadie se atreverá a poner en duda sus méritos para estar al frente.

Pero inevitablemente llega lo único que es imposible vencer por los hombres: la muerte. Sin haber preparado la sucesión, lo que vendrá será un accidentado proceso de lucha entre facciones que siempre termina en purgas, procesos de rapiña por el poder de los cuales la historia nos trae muchos ejemplos.

En la Rusia estalinista de los años treinta fueron expulsados cientos de miles de antiguos revolucionarios del Partido Comunista. El dictador soviético no se intimidó a la hora de firmar sentencias de muerte para antiguos compañeros en la lucha contra el zarismo. Se abrieron campos de concentración, los tristemente famosos gulags, donde miles de señalados como opositores políticos languidecieron hasta morir exhaustos por los trabajos forzados.

Las purgas de Stalin, que murió en 1955 tras consolidar un poder indiscutido en la URSS, encontraron su eco décadas después en la China de Mao. La conocida Revolución cultural, que se extendió de 1966 a 1976, llevó a la muerte, la cárcel o el exilio a responsables del partido acusados de traicionar los ideales revolucionarios en favor “del camino capitalista”. Lo mismo pasó en Cuba y Camboya, donde la purga tomó un cariz de genocidio.

Si la historia se repite con diferentes protagonistas y diferentes lugares es quizás porque las grandes mayorías la ignoran. Pero frente al reflejo del pasado los hechos del presente no parecen más que un fiel calco de lo que se pudo evitar.

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@Brianfincheltub


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