Trump se metió primero con los medios, desde su campaña por la presidencia, y luego, ya electo presidente, con los órganos de inteligencia del Estado.

Los medios fueron claves en su triunfo electoral, porque durante toda la campaña le dieron más acceso que a ningún candidato en noticieros de televisión, programas de opinión, en la prensa escrita, por cable e Internet.

Las cosas que dijo desde el mero lanzamiento de su campaña, como la acusación a los inmigrantes mexicanos de ser delincuentes, violadores de mujeres y algunos, “asumo, buena gente”, causaron furor noticioso, rating, vendían. Por un buen tiempo, Trump aparecía todos los domingos en los programas de opinión de las principales cadenas norteamericanas de TV; si no era en cámara, era por teléfono. Trump se ahorró millones y millones de dólares en gastos de televisión, porque los programas de opinión y los noticieros le daban espacio gratis. Los medios simplemente reflejaban, como ahora, lo que él hacía, decía o había hecho en su vida.

Como el video donde aparecía años atrás pavoneándose por su forma de tratar a las mujeres. “Cuando eres una estrella, ellas te dejan hacer. Puedes hacer cualquier cosa. Le agarras la c***. Puedes hacer cualquier cosa”. Los medios impresos, con más espacio y oportunidad para hacer periodismo de investigación, dedicaron muchas páginas a sus antecedentes como empresario, recordando el número de veces que quebraron sus negocios, o la contratación de inmigrantes ilegales cuando construyó la Torre Trump en la Quinta Avenida de Nueva York, o los juicios que tuvo que enfrentar por acusaciones de que discriminaba a los negros en sus edificios de apartamentos en alquiler.

El billonario inmobiliario metido a político no tiene la piel gruesa de quienes son veteranos en estas lides nuevas para él, y reaccionó insultando y vejando a periodistas, y tratando de desprestigiar a los medios. Como cuando sugirió en medio de un debate presidencial que a la periodista que lo interrogaba le sangraba algo quién sabe por dónde, o cuando se mofó de un reportero parapléjico haciendo muecas de su discapacidad, o cuando ordenó sacar de una rueda de prensa a un periodista hispano que escudriñaba su opinión sobre los asuntos migratorios.

Como presidente, Trump ha llegado a decir que los medios son los enemigos del pueblo, que los medios grandes lo que hacen es publicar noticias falsas. Ha tuiteado contra The New York Times y The Washington Post diciendo que son medios fallidos, y contra CNN. Ni siquiera asistió a la tradicional cena de gala de la asociación de periodistas que cubren la Casa Blanca, como tampoco fue ningún miembro del personal de la mansión ejecutiva.

Después de que las principales agencias de inteligencia de Estados Unidos concluyeron que Rusia había intervenido en las elecciones presidenciales norteamericanas, para favorecer, por una parte, al candidato presidencial Trump y, por la otra, crear dudas sobre la fiabilidad del sistema electoral estadounidense, el presidente electo la cogió con la CIA, el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). La hipersensibilidad dérmica del candidato triunfador no le permitió, ni le ha permitido, reconocer este hecho y verlo como algo separado de la legitimidad de su triunfo. El ya presidente Trump sigue viendo el asunto como algo personal, como que los demócratas no se han podido sacar el clavo de la derrota y quieren deslegitimarlo, cuando incluso los miembros más prominentes del partido de gobierno, el Partido Republicano, han reconocido la realidad de la injerencia foránea y han propiciado en ambas cámaras del Congreso una investigación para aclarar si los rusos estaban comprometidos con el equipo de campaña del candidato Trump, lo cual haría más grave el intento del gobierno de Putin de socavar las instituciones democráticas norteamericanas.

Trump ha dicho que las agencias de inteligencia no saben quién esta detrás del hackeo al Partido Demócrata para interferir en las elecciones presidenciales. “Esa es la misma gente que dijo que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva”, tuiteó en diciembre pasado. A menos de 10 días de tomar posesión, tuiteó que las filtraciones de inteligencia que la prensa conocía eran “un último disparo contra él”, y agregó que era como “vivir en la Alemania nazi”.

Él más que nadie ha contribuido a que sus propias relaciones con los rusos no se perciban claras. Todavía se niega a mostrar su declaración de impuestos, lo cual se presta a especular sobre negocios internacionales que no quiere divulgar. Defendió a Putin incluso cuando un periodista amigo le comentó en una entrevista que el ruso mataba gente. “¿Tú crees que nuestro país es muy inocente?”, le contestó.

El mismo día que Obama decidió sancionar económica y diplomáticamente a Rusia por su injerencia en las elecciones norteamericanas, el futuro asesor nacional de seguridad de Donald Trump, Michael Flynn, se puso en contacto con el embajador ruso en Washington y las agencias de inteligencia detectaron la conversación. Trump y su asesor legal oficial fueron enterados al respecto por parte del Departamento de Justicia, pero por dos semanas se lo ocultaron al vicepresidente, quien se enteró de ello por filtraciones en la prensa. Trump tuvo que despedir a Flynn como asesor, por haberle mentido al vicepresidente, y librarse de su propio ocultamiento. Todavía defiende a Flynn públicamente.

El Congreso y el FBI no han detenido sus investigaciones, a pesar de que el director nacional de Inteligencia de Obama, James Clapper, dijo hace dos meses que en sus indagaciones nunca encontraron indicios de complicidad entre el equipo de Trump y los rusos en la campaña electoral, ni del mismo Trump; pero el presidente volvió a levantar suspicacias recientemente al despedir al director del FBI, James Conmey, y reconocer en televisión que el despido tuvo que ver con “la cacería de brujas” que los demócratas supuestamente tienen contra él por su presunta relación con los rusos.

Hace días, inmediatamente antes de la actual gira por Arabia Saudita, Israel y Europa, Trump recibió al canciller ruso en la Oficina Oval, algo que el presidente Obama no había hecho prácticamente desde la anexión rusa de Crimea y su invasión encubierta en Ucrania. De esta reunión se supo que el jefe de Estado norteamericano le transmitió al ministro ruso información altamente clasificada, aparentemente recopilada por espías israelíes, sobre unos potenciales atentados de ISIS a la aviación internacional con bombas implantadas en laptops y tabletas digitales.

La revelación dada a conocer por el The New York Times alarmó a los centros de inteligencia estadounidenses y del mundo occidental, porque con la información se corría el riesgo de que se supieran las fuentes y los métodos de recolección, que los rusos manejarían luego a su conveniencia.

Trump nunca hizo reclamos a Lavrov sobre la participación rusa en el proceso electoral estadounidense; más bien, le hizo saber que al salir de Conmey se libraba de un obstáculo en la relación entre los dos países, según se ha conocido de la conversación.

Nótese que la información que llega a los medios de comunicación es no solo sobre asuntos que ocurren en la Casa Blanca, sino en la propia oficina del presidente. Se presume que quienes tienen acceso a la información que se divulga por cuentagotas en los medios es gente que tiene autorización para enterarse de datos de carácter muy confidencial. Pudiera ser hasta personal del Consejo Nacional de Seguridad, con un muy alto nivel de confianza y confidencialidad.

La delgada epidermis de Trump y su acentuado egocentrismo lo han llevado a ver como amigo a un adversario que no se chupa el dedo y como enemigos a aliados potenciales que tienen una inmensa capacidad de manejar a su antojo el más importante recurso que tienen en sus manos: la información. Si Trump sigue por ese camino, no se cansarán de morderlo hasta verle el hueso.


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