Todos los procesos autocalificados como “revolucionarios” tienen en común la costumbre de afirmar que son la expresión de la voluntad del pueblo. En sus etapas iniciales tal cosa puede tener un alto grado de verdad, pero poco a poco, indefectiblemente, la invocación de la voluntad popular se desdibuja y pasa a ser lo mismo que la voluntad de los que dominan el proceso e invocan el nombre del pueblo para dar legitimidad a decisiones que la mayor parte de las veces nada tienen que ver –o hasta contradicen– el interés de las grandes masas.

Tal cosa es evidente en el proceso que viene viviendo Venezuela desde hace varios lustros. Si usted oye las peroratas de Maduro, los hermanos Rodríguez,  Diosdado & Cía., la palabra “pueblo” es parte central de toda intervención, lo cual se acompaña con la atribución de la condición de apátrida, derechista, oligarca, “cachorro del imperio”, lacayo, etc. para quien piense diferente.

Es así como en el supuesto nombre y representación del soberano el gobierno nacional afirma que en Venezuela no hay crisis alimentaria ni de medicinas, por cuyo motivo no hace falta ninguna asistencia internacional en esa materia. Pregunte usted a cualquier persona que viva en nuestro país si existe crisis o no y allí mismo quedará en evidencia que la afirmación hecha en nombre del colectivo es contraria a la opinión e interés de las mayorías, a las que en todo caso se pretende engañar con incesantes campañas de manipulación validas de la hegemonía mediática.

El ejemplo anterior es absolutamente indiscutible y evidente, pero existen también otras decisiones que siendo de capital importancia despiertan menor interés en el común de la gente. Es el caso de la política exterior que ha dejado de ser del  Estado para pasar a ser del gobierno y –peor aún– del  partido político del gobierno.

La idea original de Chávez de promover un orden internacional pluripolar que permitiera a los pueblos liberarse de la influencia de Estados Unidos, especialmente en la región, tuvo en su etapa inicial una justificación política aceptada al menos por una parte importante del estamento pensante venezolano. Buscar nuevos mercados para nuestro petróleo, independizarnos del suministro tecnológico de una sola fuente, etc. no lucía como algo fuera de lo aceptable o al menos discutible. Sin embargo, aquello llevó al exceso de romper lanzas con las vinculaciones tradicionales y arrojarse en manos –o garras– de otros poderes mundiales cuyos propósitos obviamente no son la consolidación de la justicia social en Venezuela sino su propio posicionamiento global, tal es el caso de Rusia y China, con los que se nos dice que tenemos alianzas estratégicas cuando la verdad verdadera es que hemos sido convertidos en meros peones de una nueva Guerra Fría que está comenzando a tener lugar en el mundo de hoy.

Es así como Miraflores (no el pueblo) se alinea con socios “contra natura” como Irán, Corea del Norte, Cuba, Sudán y otros forajidos del mundo produciendo el  aislamiento de nuestra Venezuela de los circuitos políticos –y fundamentalmente financieros– del mundo, lo cual no luce como beneficioso para el país. Naturalmente el público de a pie no tiene los elementos para opinar sobre el tema, pero sí sufre las consecuencias de una línea de acción que se lleva a cabo en su nombre, aunque no ha sido objeto de una consulta o un consenso gestionado con libertad.

Sin ir muy lejos, esta misma semana que termina hemos presenciado el bochornoso episodio escenificado en Ginebra cuando la Unión Interparlamentaria Mundial rechazó la presencia de una delegación de la asamblea  constituyente y aceptó la de los delegados de la  legítima Asamblea Nacional. Los ilegítimos que se atribuían la representación popular fueron invitados a retirarse y tuvieron que conformarse con dar declaraciones en la calle afirmando que su presencia en el foro interparlamentario era apoyada etc. etc., lo cual es mentira flagrante.

Lo mismo pasó también esta semana cuando el inquilino de Miraflores se solazó con la renuncia del presidente Kuczynski y afirmó que ahora sí sería bienvenido en la  venidera Cumbre de las Américas en  Lima, cuya invitación le había sido retirada por carecer de credenciales democráticas. Resultado: lo primero que hizo el nuevo mandatario, Martín Vizcarra, fue reiterar la exclusión de Nicolás, quien –naturalmente– interpreta el hecho como un ataque al “pueblo”, cuyo portavoz exclusivo es él y su reducidísimo combo.

Otro ejemplo no menos tragicómico es el protagonizado por el petro, cuyo  estrepitoso fracaso pretende ser disimulado con una arrolladora campaña de desinformación. Lo cierto es que la tal criptomoneda no ha sido aceptada en ninguna parte, su negociación ha sido prohibida expresamente en Estados Unidos y solo le queda como futuro el rol de vales o billeticos para el juego de mesa conocido como Monopolio. Tales verdades naturalmente se interpretan desde el oficialismo como ataques al pueblo.

Y para finalizar con una perlita para la reflexión, no podemos dejar de mencionar la acción de Guyana ante la Corte Internacional de Justicia, intentando llevar ya ante ese tribunal su diferendo con Venezuela por la zona del Esequibo. Tal acción naturalmente  deberá ser resistida a todo dar por Venezuela, pero no debe perderse de vista que quien contribuyó a desmejorar la posición nacional en ese asunto fue nada menos que el héroe del Museo Militar. Dejémoslo allí.


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