El problema de todos ya está más allá de cualquier previsión. Puede que el oficialismo controle al Alto Mando Militar y policial, pero la realidad de las calles es otro asunto. Allí, en autopistas y esquinas, hay una ciudadanía que responde a convocatorias, pero no está dispuesta a dejarse controlar más. Los uniformados y paramilitares armados lo saben, lo han experimentado en carne propia, por eso atacan con furia desaforada.

La Mesa de la Unidad Democrática es un fantasma, un espanto que a nadie asusta, solo existen realidades. La Asamblea Nacional, tímida, vacilante, contradictoria e incoherente, ahogada entre sus propios resquemores y esa fábula llamada “disciplina partidista”, que tanto daño hace, tiene, no obstante, el poderío de la legitimidad surgida de la voluntad de la mayoría ciudadana. Es el auténtico poder popular, el de verdad, el nacido del poder originario, no de la propaganda comunista vacía que esgrime el gobierno. No son comuneros sumisos, engañados, hipnotizados, son ciudadanos, son la fuerza de lo civil y los derechos.

El pueblo con principios de libertad y democracia acompaña a los dirigentes políticos que han salido a las calles a batirse al lado de los ciudadanos. Los sigue por eso, porque participan, pero va siendo hora de que actúen como el poder electo que son.

Los sectores populares tardan, sufren más, no son solo hombres y mujeres con simbolismos políticos, son vecinos de paramilitares y delincuentes, padecen hambre y mentiras, tienen más que perder, son instintivamente prudentes. El ejemplo de los dirigentes partidistas en las calles lo ven, también la rudeza asesina de la represión. Rudeza que conocen muy bien, la han padecido desde que nacieron. Los dirigentes de la oposición van a tener que dejar las calles de la clase media e ir a buscarlos en sus propias veredas, escaleras y casas. Y entonces serán seguidos.

No debemos criticar –es injusto– que la población más pobre no asista –lo suficiente– a las marchas opositoras, si la oposición no es capaz de acompañarla en la de ellos. Ciertamente son muy lamentables los caídos y asesinados en las protestas. Pero de lejos son muchos más los que mueren a diario en los barrios populares. Esto sin tomar en consideración el inmenso peligro que representan los colectivos irregulares y el grosero chantaje de perder los CLAP, solo viviendo ahí se puede entender. ¡Pero están allí vigilantes!

Los menos favorecidos, los pobres, escuchan, observan, esperan. Un día estallan, nadie los puede controlar. ¿Quién puede darle órdenes a quien está jugándose el pellejo en la calle, sin más armas que su cuerpo y su ingenio?

La rebelión se extiende entre los ciudadanos, es contagiosa. No son instrucciones, es instinto de libertad. Eso es lo incontrolable, lo que desconcierta a militares, policías y violentos por contrato. Es lo que la desbarajustada alternativa democrática y los dirigentes partidistas perciben pero no comprenden. No saben interpretar a pesar de que les salta en la cara. Ya es hora de que se sienten, distingan y comprendan. Es momento de escuchar otras voces, otras ideas, otras experiencias, no es tiempo de ensayar. No se crean sabelotodo, busquen ayuda eso no los desmerita, por el contrario, habla bien.

La violencia en las calles, las barricadas, los bloqueos, el valor contra perdigones, gases, golpes y balas, son ya el pueblo por su cuenta y riesgo, la clase media mayoritaria que no vive solo en Santa Fe y Altamira, también en Caricuao, El Valle, Prado de María, Antímano, es la que lidera, y tras ella vendrán también los menos afortunados cuando sean adecuadamente emplazados. Los dirigentes pueden convocar, y serán escuchados. Pero no subestimen a los vecinos, ellos no luchan por mandato sino por su libertad. Y solo la ley controla a la libertad.

Por eso mismo el gobierno se diluye, sentado sobre bayonetas que él y los suyos interpretan como poder, están confundidos, despistados, lanzan palos de ciego pero el pueblo no es piñata. Solo saben ordenar a diestra y siniestra y a nada atinan, como un Midas empavado que todo lo que toca lo estropea. Como han destruido la esperanza, la fe y la popularidad que heredó de manos de un moribundo.

Sólo saben prometer, soñar, divagar, malgastar dinero y manipular con una propaganda la cual ni siquiera sus propios seguidores creen. Tratan de vivir de un pasado difunto sin entender su propio presente.

Al final siempre la pregunta obligada: ¿Hay posibilidad de éxito? ¿Existe fuerza para lograr los cambios? La historia está llena de ejemplos en que un pueblo realmente decidido al cambio produce la transición de la dictadura a la democracia. Sin embargo, es necesaria la participación inteligente con estrategia y resistencia.


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