Gracias a la deferencia de El Nacional, dedico este artículo a las (y los) psiquiatras, y psicólogas venezolanas que realizan su congreso por estos días. A los que se enfrentan a las presiones del régimen que asesina y declara la muerte civil de mentes brillantes como la de Petkoff, por ejemplo, mientras vemos hundirse en la depresión a todo un pueblo torturado. Con humildad lo dedico en especial al Dr. Carlos Rasquin, a quien he tenido el gusto de conocer como amigo de la familia. Le recordé en particular por aquella sesión del cineforo que acertadamente suele organizar, y donde en una ocasión poniéndome de pie le comenté frente al público asistente y a Américo Martín como ponente, mi profunda decepción frente a determinados protagonistas que se llaman así mismos dirigentes políticos, en esta nuestra lucha por la democracia venezolana. A esos, como diría Mario Moreno Cantinflas, “yo ni siquiera los ignoro”. Más bien pido a todos que nos exijamos responsabilidad y madurez, o si no que nos dejen en paz, cuando  ya vemos consumada la situación a la que nos han retrocedido de recomienzo de esta lucha; a los costos en vidas y graves sufrimientos para nuestra nación.

Nada nos transforma más que una crisis. La ocurrencia de un evento o cadena de ellos que destapan el alma, y la mueven hacia el respiro para la supervivencia, y para el cambio. Tanto, que puede darle una nueva razón superior a nuestra existencia. También puede liquidar nuestra tendencia natural hacia la libertad, para encerrarnos en una adaptación a la esclavitud, supuestamente irremediable, por generaciones. Tiempo y espacio son variables claves que gobiernan el teatro de la vida. Sin pronóstico exacto posible, pero sí previsible, la telúrica reacción del mental ecosistema del pueblo venezolano encenderá la llama inexorable de la libertad, para salir del fondo de las tinieblas de la sin razón, y el extravío de la barbarie que nos desgobierna. Así venceremos este tiempo maligno, y surgirán nuevas generaciones, con nuevas oportunidades de progreso espiritual y material para la Venezuela grande y libre que nos prometen precisamente nuestros genes históricos.  

Tantos son los ejemplos de lo afirmado anteriormente que llenaríamos páginas y páginas de artículos para contarlos. Sintiéndome obligado como modesto propulsor de buscar en nuestra historia tales ejemplos de actuación, para vencer las sombras, no puedo, ni quiero, dejar de hacer mención a dos de los más grandes próceres de ella: Miranda y Bolívar. Miranda salió del seno de una familia de origen canario en Venezuela para buscar grandeza y reconocimiento frente a la hostil actitud de la aristocracia caraqueña de aquel tiempo. Se enrola en los ejércitos de la monarquía española,  para luego enfrentarla, y hacerse héroe internacional; no sin antes tener que defender su honor y libertad ante el tribunal revolucionario de Francia, que lo juzgaba por traición a la patria. De ello supo levantarse y defenderse para salvar su vida y su honor. Bolívar, ante sus continuas y dolorosas pérdidas de seres amados. La de su padre Juan Vicente, cuando tenía solo dos años y medio. La de su madre María de la Concepción, el 6 de julio de 1792, cuando apenas estaba por cumplir los diez. Más tarde, antes de cumplir los veinte, la muerte de su esposa María Teresa, el 22 de enero de 1803. Después de este último acontecimiento sale a su viaje por Europa, donde se produce el encuentro con su maestro Rodríguez, y en Italia hace el célebre juramento del Monte Sacro: “Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por mi honor; juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español” (Bolívar el caraqueño. Díaz Sánchez, Ramón. Pág. 64. Publicaciones españolas. Caracas, 1980).

Cuando Bolívar dispone su regreso a Venezuela, el cual luego concreta a finales de 1806, Miranda, ya con 56 años de edad había intentado la primera expedición de liberación de Venezuela; que como sabemos no triunfaría en aquel momento. Bolívar, quien va a cumplir para entonces 23 años, le escribe el 23 de junio a su amigo Alexandre Dehollain: “Todas las noticias que se nos dan sobre la expedición de Miranda son un poco tristes, pues se pretende que él tiene el proyecto de levantar el país, lo que podría causar mucho mal a los habitantes de la Colonia. A pesar de todo eso yo quisiera estar ya allí porque mi presencia en mi país podría ahorrarme muchos daños; pero la suerte quiere que me encuentre tan lejos de mi patria y sin los menores recursos” (Op Cit Pág. 67).

Volemos, por sobre los años y sobre los continentes, para volver a nuestro tiempo, y a nuestra tierra venezolana. Nuestro pueblo, nuestras mujeres, niños, ancianos ¡cuantos dolores y sacrificios han tenido que resistir para no doblegarse ante la dictadura! La dirigencia que se sienta hoy errática y desorientada, pero de buena fe, hágase así misma la promesa de no convertirse en obstáculo para el avance de la lucha popular por la reconquista de la libertad y de la democracia. Las palabras del secretario general de la OEA, Luis Almagro, son precisas y lapidarias: “Es muy claro que cualquier fuerza política que acepta ir a una elección sin garantías se transforma en instrumento esencial del eventual fraude y demuestra que no tiene reflejos democráticos para proteger los derechos de la gente, en este caso, el voto”. Es tiempo de que mueran los protagonismos inútiles y se forje una unión responsable y madura para la dirección política necesaria, ante tan difíciles circunstancias. 

Es tiempo y espacio para reorganizar las fuerzas de la nación venezolana, que quiere vivir en democracia. Fuerzas internas en cada uno de nosotros, que nos salven de la parálisis, o la subyugación frente a la tiranía. Les convoco al inmenso reto de mantenernos de pie frente la adversidad de hoy. A seguir en la lucha por nuestras convicciones, hasta vencer. Desde las fuerzas que emanan de lo más profundo del sentimiento contra la burla de la soberanía popular. Tiempo y espacio para la rebeldía de todos los seres que se sientan jóvenes de cuerpo, alma y espíritu. Es tiempo de forjar y preservar los verdaderos espacios de conciencia. Reconquistar y relanzar nuestra lucha por la libertad, la justicia y la auténtica democracia. Para reconstruir el país, rescatar su identidad, su historia, sus valores, bajo la certeza de que podemos sembrar de prosperidad el hermoso territorio que la providencia nos regaló al nacer ¡a todos!

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