Van transcurriendo los días y la cosa –para nuestra complacencia– pareciera ir inclinándose en favor de la opción democrática. Cierto es que hasta los momentos el que contesta el teléfono en Miraflores es Nicolás y quienes aún controlan el aparato administrativo aún obedecen sus estructuras jerárquicas, pero cada vez con mayor posibilidad de fractura. Los altos mandos militares que todavía reiteran su voluntad de acompañar la “revolución” hasta el hueco del camposanto y arrojarse al mismo junto con los dueños de la estructura mafiosa se perciben ya incómodos. Pronto parece que se reeditará aquello de que “los militares son leales hasta que se alzan”.

En el ínterin surgen expertos reconocidos y espontáneos en las materias de los derechos constitucional e internacional aspirando interpretar el fenómeno de una tragedia y crisis de grandes proporciones encasillándolos en elaborados y muy sabidos preciosismos técnicos que a estas alturas presentan poca utilidad aun cuando no se niega que sean necesarios. Hoy la cosa es conseguir nadar hasta la orilla, mañana podremos dedicarnos a las consideraciones de forma y fondo que sin duda aparecerán. Como profesor que hemos sido para generaciones de abogados venezolanos nos da vergüenza siquiera albergar esta clase de pensamiento en la mente, y como cristianos nos mortifica que el corazón se resista a considerar el perdón sabiendo que la reconciliación es indispensable para avanzar hacia la reconstrucción.

Esta vez ha quedado claramente demostrada una verdad que mucho hemos pregonado  desde esta columna y que pocos han compartido, siendo ella que sin la presión internacional los gobiernos dictatoriales no caen, y que también es cierto que con solamente dicha presión tampoco. A los escépticos se les invita a pensar cuál hubiera sido el desarrollo de esta crisis de no haber habido una OEA por más inútil que ella parezca, un Parlamento Europeo por más distante que se encuentre, un Trump que convoca amores y odios por igual pero que se definió por la causa democrática cualesquiera sean o fueren las razones altruistas o egoístas que lo inspiran. ¿Quién apostaba por que los “hermanos latinoamericanos”, el Grupo de Lima, algunos de los que otrora bailaron al ritmo de Petrocaribe, se la jugarían a la hora de las chiquitas? Pero allí están, aunque algunos aún sean refractarios, otros tibios y los menos ciegos.

Lo que sí se recomienda es mantener la sensatez suficiente que impida que la frustración contenida por tantos años se interponga en el camino. Tremendistas, talibanes, guerreros del teclado, hagan un paréntesis y pospongan la crítica por algunas semanas. Lo mejor es lo deseable, pero a veces ello colide con lo posible, y la política se concierne con esto último.

Guaidó y compañía prometen el ingreso de ayuda humanitaria: ¿dónde y cómo va a ingresar? ¿Qué aduana lo va a permisar? ¿Qué matraqueo habrá que desmontar?

La inflación requiere detener la impresión alocada de billetes. ¿Quién va a pasar el suiche a la maquinita?

Existe ya una ley para proteger los activos públicos en el exterior para que no puedan seguir siendo aprovechados y abusados por el fenecido gobierno madurista. Es cierto, pero ¿será con eso que los bancos privados de las naciones donde impera el Estado de Derecho van a dejar de atender órdenes de quienes son los autorizados para firmar en las cuentas? Ello ocurrirá, pero no de un día para el otro. Quienes alienten la esperanza de resultados a corto plazo generarán expectativas cuya demora en concretarse ocasionará desencuentros.

Hasta los momentos venimos constatando con satisfacción que el muy anhelado y requerido cambio generacional se viene concretando con coraje y con buen pie. La generación de quien suscribe es corresponsable de los fracasos y también de los muchos aciertos que constituyen el balance de nuestra historia reciente. Solo aspiramos a que los intereses partidistas no se interpongan con los de la patria. De eso no podemos estar seguros hasta que las disyuntivas afloren. Con avergonzado pesar confesamos no estar muy seguros de que tal vaya a ser el caso. Ojalá nos equivoquemos.


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