Uno de los valores que caracteriza a un líder democrático es la probidad. Rómulo Betancourt ejerció un liderazgo controvertido, pero su honestidad en el manejo de los fondos públicos siempre estuvo fuera de discusión. La honradez fue una de sus virtudes, al tiempo que no practicó el nepotismo.

Rafael Caldera y Jóvito Villalba, quienes junto al líder adeco suscribieron el Pacto de Puntofijo, también ejercieron la política con honestidad. Junto con esta virtud realizaron una actividad intelectual reconocida. Betancourt escribió una obra fundamental: Venezuela. Política y Petróleo. Caldera escribió su libro Derecho del trabajo, el cual dio inicio al desarrollo del derecho laboral en Venezuela. Villalba fue profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Central de Venezuela y maestro de una generación de destacados constitucionalistas.

El Pacto de Puntofijo le dio base política a la naciente democracia, y cuando se resquebrajó vinieron los demonios a pasar factura; se acabó la separación de poderes y se impuso el esquema totalitario amparado en la ideología dominante. Esto demuestra que los proyectos políticos de largo alcance requieren del entendimiento de la mayor parte de la sociedad: los partidos y organizaciones políticas, gremios, sindicatos y todas las manifestaciones sociales.

La derrota de la amenaza castrista contra la democracia venezolana fue posible gracias a la unidad de los distintos sectores del país y a las habilidades políticas de Betancourt. Asimismo, el papel de las Fuerzas Armadas de la época resultó determinante. El compromiso del poder militar con la democracia quedó evidenciado en esa larga lucha contra la violencia.

Fueron muchos los representantes del sector militar que contribuyeron a consolidar la democracia. Entre ellos hay que recordar al general Antonio Briceño Linares, quien tuvo un papel estelar en el combate contra la guerrilla castrista. Igualmente, otros oficiales jugaron con eficiencia su papel en el campo gerencial. Entre ellos se puede mencionar a Rafael Alfonso Ravard y Alfonso Márquez Áñez. El primero fue presidente de la Corporación Venezolana de Guayana y Pdvsa; el segundo dirigió la Línea Aeropostal Venezolana y Viasa. Sobre ellos no cayeron sospechas de corrupción ni de nepotismo.

El trabajo en armonía entre civiles y militares fue determinante en la consolidación de la democracia, la prosperidad económica y la posibilidad de desarrollar el proyecto de vida de los venezolanos, lo que existió durante los cuarenta años de vida en libertad.

Pdvsa se constituyó en un modelo para el mundo y su rendimiento era indiscutible; se manejó sobre la base de la meritocracia y alejada del populismo devastador. Para ello fue determinante el liderazgo civil bien formado intelectualmente y un sector militar comprometido con la democracia y la libertad. Esta alianza provechosa entre el poder civil y el militar fue regida y conducida por civiles, pues es esta una de las reglas de la democracia. Lo contrario sería un gobierno militar que, por definición, está reñido con la idea de tolerancia y libertad.

La situación trágica que hoy atraviesa el país requiere pensar en la necesidad de buscar un destino posible para los venezolanos. El socialismo al estilo cubano no es viable en ninguna parte del mundo. Las escenas del éxodo –sobre todo de los jóvenes que sienten haber perdido su país– son muestras claras de dicho fracaso.

En este momento circula en las redes una versión de constitución que, de ser impuesta, significaría el establecimiento definitivo del comunismo. Aquí resulta obligatorio que la oposición actúe con sentido de responsabilidad para construir la estrategia capaz de enfrentar tan grande amenaza. Ese texto que parece más bien un panfleto, de llegar a implantarse, significaría la pérdida definitiva de la democracia. No es poca cosa lo que tenemos por delante.

La sociedad en sus diferentes expresiones debe acometer el esfuerzo unitario para recuperar a Venezuela como país viable, que ofrezca la posibilidad a sus ciudadanos de desarrollar sus proyectos de vida en libertad.


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