Las contradicciones son una constante durante los ciclos de la historia en los cuales el hombre ha experimentado angustias y dudas, tanto sobre la vida como acerca de la muerte. La propiedad despierta esos sentimientos, ella forma parte indisoluble de su realismo mágico, en el tránsito de la vida a la muerte.

Al inicio de la historia del hombre, lo primero que posee es lo que come, viene a reflejar el sentimiento de propiedad sobre lo que caza ó recolecta, a lo cual se van agregando aquellos objetos para dar explicación de la vida. Comienza el mundo mágico para tratar de entender el nacimiento y la muerte. De tal manera que la propiedad de las cosas viene a convertirse en el sentimiento de la vida. Con el tiempo la tierra y la familia se convierten en su eje principal. Posteriormente es el monarca, el propietario de la mayoría de las tierras, quien asigna y se reparte entre notables civiles, militares y religiosos. De esta forma, la tierra se comparte entre el monopolio del monarca y el oligopolio de varios.

En 1690, el filósofo británico John Locke expresa que por propiedad deberá de entenderse el derecho propio que los hombres tienen sobre su persona y sobre sus bienes. Más tarde, en 1748, Charles-Louis de Secondat Montesquieu considera que la propiedad puede ser limitada por el Estado y en 1758, Jean Baptiste Rousseau, señala: “El derecho de propiedad es el más sagrado de todos los derechos ciudadanos y más importante, en ciertos aspectos, que la libertad misma. La propiedad es el verdadero fundamento de la sociedad civil”.

Los redactores de la Constitución norteamericana (1787) consideran que un buen gobierno debe limitarse a ayudar a cada uno y dedicarse a la defensa de sus intereses y a proteger la propiedad privada. En Francia (1789), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano señala: “La propiedad es un derecho natural imprescriptible, inviolable y sagrado, y nadie puede ser privado de ello, sino por necesidad pública ratificada por una ley, y mediante una indemnización previa y justa”.               .

En contra de estos principios se declaraba Maximillien Robespierre. Quien implantó el sistema del terror durante la Revolución francesa (1793-1794) y fue guillotinado sin proceso previo afirmaba: “Todo lo que es indispensable para conservar la vida es una propiedad común a la sociedad entera”.  Pero en 1821, pasando de la insensatez a la racionalidad e inteligencia, se promulga en Francia el Código Civil, definiendo a la propiedad como “el derecho de disfrutar y disponer de las cosas de la manera más absoluta”. Esos fueron días que parecieron siglos.

En el siglo XIX se presenta el proyecto socialista y sus pensadores comparten la idea de una propiedad colectiva al lado del sector privado. Se habla del cooperativismo. Karl Marx expone sus ideas para abolir la propiedad burguesa. Indica que “lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de toda especie de propiedad, sino la abolición de la sociedad burguesa”. En tanto que Engels señala que “el proletariado conquista el poder del Estado y transforma los medios de producción en propiedad del Estado”. En el siglo XX, en la Rusia de 1917, un decreto nacionaliza sin indemnización la gran propiedad rural de los particulares y de la Iglesia. Todas las tierras son declaradas propiedad nacional y son mágicamente entregadas al proletariado. Mágicamente porque el proletariado lo que obtendría es el usufructo de la tierra (esta figura del usufructo la conseguiremos 45 años después con la Revolución cubana y a partir de 1999 con la planificación comunal del régimen chavista/madurista).

Después de la Segunda Guerra Mundial (1945), el Estado se hace menos intervencionista y comienza a florecer un sinnúmero de empresas privadas, iniciándose la privatización de empresas públicas. En el caso particular de Venezuela, es a finales de los años ochenta cuando comienza el proceso de privatización de empresas públicas que fue paralizado después, en 1999, por el gobierno presidido por Hugo Chávez Frías. Lo consideran contrario al interés público, por lo que convierten nuevamente al Estado en paternalista e interventor. Errores del pasado vuelven a repetirse.

Comenzando 2007, el gobierno acelera su plan hegemónico y estatizador al expropiar la Cantv, las empresas eléctricas e industrias básicas. Utiliza la excusa del acaparamiento para intervenir y chantajear la cadena de producción alimentaria hasta su distribución y expendio, y luego discrecionalmente expropiar o confiscar, vocablo este último, “confiscación”, que es necesario evaluar con mayor detenimiento en un futuro artículo, ya que cuando se utiliza la vía de la expropiación como una extensión ideológica ella se transforma en confiscación.

Si a esto se suma la amenaza de la no renovación de la concesión a RCTV, la compra por personas interpuestas de diferentes medios de comunicación y la posibilidad real de la estatización de la banca, cualquiera con fino olfato podría deducir que se están preparando para una economía de guerra si relacionamos lo anterior con la carrera armamentista del régimen.

Es necesario que el país entienda que con lineamientos políticos y económicos desacertados, con mensajes cargados de odios y de resentimiento social, nunca logrará estar mañana mejor que ayer.

La propiedad de la tierra y accesorios debe ser un derecho sagrado del hombre como lo es su libertad. Las políticas populistas siempre han sido un fracaso, el ejemplo lo tenemos con las reparticiones de tierras en México, donde grandes extensiones se dividieron para beneficiar a los sin tierras, terminando en una baja producción agroalimentaria, en el deterioro de los suelos y con el tiempo las parcelas fueron cedidas a terceras personas. En Camboya, los Kremer Rojos colectivizaron toda la producción y la propiedad, lo que causó una hambruna generalizada y la ruina del país. Y si nos referimos a la Revolución rusa, en 1917 produjo la muerte por hambre, frío y retaliación política de una tercera parte de la población, aproximadamente más de  30 millones de personas, con la instalación del comunismo y del plan comunal.

Recordemos que la mayoría de las veces “la lengua es el castigo del cuerpo”, en particular si esa lengua crea anarquía, inseguridad personal, jurídica y económica, el odio de clases y el desaliento, como es el caso venezolano. Pareciera que la mayoría de las veces la intención de los ilegítimos presidentes Chávez y Maduro es promover la anarquía, la inseguridad, el hambre y la desesperanza para el nacimiento del hombre nuevo. Recordemos que no hay mayor peligro para un pueblo que jugar con su libertad y su identidad. Creando el odio de clases, aupando la excusa para delinquir –como lo hizo Jean Paul Marat, símbolo de los excesos en la Revolución francesa–, lo cual está expresamente sancionado en el Código Penal venezolano.

En Venezuela, nuestras numerosas Constituciones, desde la de 1811 hasta 1999, se expresan sobre la propiedad y sus limitaciones. Reproduciré solamente el Decreto Orgánico del Libertador de 1828, Art. 21: “Todas las propiedades son igualmente inviolables: y cuando el interés público, por una necesidad manifiesta y urgente hiciere forzosa el uso de alguna, siempre será con calidad de una justa indemnización”. Esta norma se reproduce en todas nuestras Constituciones y por ser esencial en todas, la compararemos con la Constitución de la República de Cuba en lo que se refiere a la propiedad y a la tierra. Es conveniente hacerlo porque en el acto de entrega de títulos de tierras que el presidente Chávez –quien renunció en 2002–  realizó en Santa Bárbara del Zulia, el 8 de septiembre de 2003, estaba acompañado, entre otros, del embajador y la ministra de Producción Internacional y Cooperación de Cuba, evento que reflejó las relaciones tan especiales y hermanadas a un proyecto político, económico, social y militar continental del Estado comunal.

Constitución cubana: Art. 14. En la República de Cuba rige el sistema de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción y en la supresión de la explotación del hombre por el hombre…

Código Civil cubano: Art. 128.1. En la República de Cuba rige el sistema socialista de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios e instrumentos de producción… Art. 140. El Estado puede conceder derechos de usufructo o superficie sobre tierras de propiedad estatal.

Del estudio de la legislación cubana, observamos los mismos principios marxistas de la extinguida Unión Soviética y a lo que nos señalaba tanto Mari como Engels. Nos preguntamos, si el régimen venezolano con sus actuaciones arbitrarias, violando las diferentes normas que rigen la materia, pretenden un regreso al siglo XIX de Marx y Engels entre otros, y al mágico ensayo de la extinguida Unión Soviética y de la Cuba actual.  Entregándole al campesinado, al proletariado y a la gente el usufructo y no la propiedad de las tierras, viviendas y empresas y convirtiendo al Estado en el único y gran terrateniente; terminando sus gobernantes como los únicos beneficiarios por tener el monopolio y el usufructo del poder. 

El binomio Chávez-Maduro desde la fraudulenta Constitución de 1999 tiene como objetivo, una vez que cierren el círculo pernicioso de las leyes habilitantes y de la espuria nueva asamblea nacional constituyente –habiéndose quitado el barniz democrático– aplicando el terror como política de Estado con la intención de humillar y amedrentar a la población, lograr la implantación del sistema comunal para así retroceder al siglo XIX. Con su locura ideológica han llevado a la población a la mayor crisis humanitaria por falta de medicinas, atención médica, hambruna generalizada, corrupción y la carencia de valores que hunden a la república en su disolución cuyos valores están roídos por la sinrazón que Venezuela haya tenido desde su nacimiento como república. Es el ciclo de la vida y de la muerte para volver a nacer desde las cenizas, ese es el reto, si no seguiremos repitiendo los errores del pasado, tenemos que aprender de ellos y no que se borren como humo en el aire porque si es así la hoguera será gigantesca.

Por donde andará Lucio Quincio Cincinato.

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