La pregunta del millón fuera y dentro de Venezuela sigue siendo ¿cuándo se va Maduro? Sin duda, la gran mayoría de la población quiere que este desaloje el Palacio de Miraflores de manera inmediata dado que la crisis del país empeora día a día. La segunda pregunta, que, a su vez, es más compleja que la primera, es ¿cómo se irá Maduro? Parece ser que algunas voces que siguen invocando el 187 de la Constitución o insisten en buscar una intervención humanitaria o una cooperación militar internacional para lograr la transición prefieren crear una narrativa simplista y cortoplacista que no llevará a una solución del conflicto en nuestro país. En pocas palabras, una intervención no es factible por dos razones: primero, al parecer, ningún país está realmente dispuesto a llevar a cabo una operación militar, y segundo, una intervención sería generar una ola de nuevos conflictos e incertidumbres dentro del territorio nacional que no sabríamos cómo contener. Entonces, si este camino no es el que nos conducirá a la transición, ¿cuál será la vía indicada?

Sabemos que, sin presión doméstica, Maduro ni los factores que lo rodean se verán forzados a negociar una salida a nuestra crisis. Ahora bien, sin el apoyo de la comunidad internacional tampoco podremos exigirle al dictador que se siente en una mesa de negociación. Es la combinación estratégica y sobre todo coordinada de estos dos factores que podrán facilitar una salida en un mediano plazo. En Venezuela, el presidente encargado Juan Guaidó hace lo humanamente posible para unir a diversos sectores de la sociedad, motivar y movilizar a la población y darle conducción a esta nueva esperanza democratizadora. Se ha presentado un Plan País, que por prematuro que sea, sirve de guía para acercarnos a esa Venezuela próspera que todos anhelamos. Pero, como a estas alturas del conflicto el esfuerzo internacional es igual de importante que los esfuerzos dentro de Venezuela, la diplomacia transicional tiene una gran responsabilidad sobre sus hombros. Los embajadores y embajadoras del presidente Juan Guaidó, que son los representantes de la Asamblea Nacional y por ende los representantes y mensajeros de la población venezolana. Esto significa que todos aquellos que han sido designados para luchar por la transición del país deben hacerlo de una manera cautelosa y muy profesional.

Las propuestas que hago en estas líneas las hago sabiendo que los representantes en el extranjero hacen su labor autofinanciándose y buscando maneras innovadoras para subsistir e incidir en el país designado. Aplaudo y agradezco como ciudadana este esfuerzo por la democratización de mi país. Al mismo tiempo estimo que existe una necesidad urgente de profesionalizar la política exterior. Es fundamental que todos los embajadores estén en sintonía en cuanto a su discurso. El mensaje diplomático debe reflejar la línea oficial del presidente. Esto naturalmente significa que no debe haber contradicciones entre el discurso del presidente Juan Guaidó y sus representantes. Si hay incoherencias en este ámbito ponemos en peligro este proceso que tanto nos ha costado construir. La diplomacia es un arte y requiere de mucho profesionalismo, cabeza fría y elocuencia. Debemos exigir que los representantes omitan opiniones personales sobre la situación del país o incluso sobre las estrategias propuestas por el presidente encargado. El diplomático no tiene la facultad de declarar a nivel personal y se debe concentrar únicamente en reproducir la información oficial y línea de acción del gobierno que representa. Solo una diplomacia coherente y coordinada podrá tener el impacto que tanto necesitamos.

Acordemos que tanto Chávez como Maduro han invertido millones de dólares en lobby internacional. Así mismo, trabajaron una narrativa populista que, aunque falsa, logró seducir a muchos gobiernos o movimientos sociales en el mundo. Si bien sabemos que la política exterior del chavismo ha traído consecuencias negativas para el país, hoy en día, Maduro se mantiene en Miraflores porque aún cuenta con apoyo internacional. Ese apoyo internacional ellos lo procuraron de manera consistente por dos décadas. Si queremos convencer e invitar a más sectores a sumarse a nuestros esfuerzos democratizadores, debemos hacerlo con cautela y estrategia. Necesitamos más coordinación, una narrativa nacional y mucha unidad. Estos elementos deben estar presentes dentro de la coalición democrática en el país, pero también deben reflejarse en el discurso y las acciones de los representantes. La comunidad internacional está decidida a apoyarnos, pero para mantener este apoyo debemos cuidar y profesionalizar nuestra diplomacia transicional.


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