La ideología de la revolución radical de tinte socialista que el gobierno trata de imponernos se quiere identificar como la revolución venezolana. Así, con el artículo, porque para sus promotores no ha habido ninguna otra revolución. La independencia tampoco se puede considerar revolución porque hubo cambio de régimen político pero no de cultura, ni de estructura económica, ni de relaciones sociales, ni de manera de pensar en la población, ni de ninguna de las organizaciones realmente fundamentales de la sociedad. Ahora sí, el proyecto es un cambio total tan radical que la próxima Venezuela no se parecerá en nada a la actual; y además se ha de obtener en poco tiempo. Será pacífico si es posible, pero si no, será a como dé lugar. Este es el verdadero proyecto. Para lograrlo, no se necesita ningún consenso democrático, porque ya se sabe que cuando se producen transformaciones de tal naturaleza, no se tendrá la anuencia de la mayoría, ni siquiera de una parte ni significativa de la población porque al producirse modificaciones totales y tan de fondo, la inmensa, especialmente de los sectores populares, poco capaces de calibrar el sentido de las realidades sociales concretas, se sentirá plenamente desquiciada en su forma habitual de vivir. Los verdaderos revolucionarios solo pueden ser una vanguardia que sabe plenamente la real marcha de la historia. Los demás, esto es, la masa, tendrán que someterse a la conducción de esa vanguardia. Y para lograrlo, se necesita disponer de todo el poder dirigido por ella.

Es verdad que nunca ni en ningún sitio se ha logrado una revolución de este calibre, como ya he dicho en otro momento, pero eso no es óbice para seguirlo proyectando. Por el momento, lo van consiguiendo. De esta manera diseñan nuestro futuro. No hay que esperar ningún retroceso real. Puede haber paradas, aparentes vueltas hacia atrás, pero solo será para tomar impulso y seguir adelante.

No estoy diciendo nada nuevo, pero es frecuente que este verdadero proyecto se nos encubra y desviemos de él la atención confundidos por los más variados acontecimientos los cuales forman parte del mismo proceso puestos ahí en buena parte para desviar el foco de donde debe ponerse.

Más que nunca es pertinente insistir en la llamada del Evangelio a vigilar, a estar despiertos y a no dejarnos adormecer por las muchas distracciones que se nos ofrecen mientras no tenemos más remedio que preocuparnos de qué comeremos, de cómo nos curaremos o de cómo llegar al trabajo.

El proyecto, pues, es hacernos realmente otros.

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