Como experimentados jugadores fulleros, Nicolás Maduro y sus adláteres quieren hacernos ver lo que no es. La fortaleza que pretenden exhibir es en realidad una manifestación de profunda debilidad. Mas esos signos de aparente vigor son mostrados de manera recurrente con el deliberado propósito de engañar a tirios y troyanos. Lo real y verdadero es que, en momentos en que el colapso del país alcanza cotas insólitas, son pocos los que auscultan en lo profundo para entender y percibir lo que es patente y claro en nuestra realidad política. Tan solo dos ejemplos nos servirán para evidenciar lo que acá referimos.

Varios meses atrás, específicamente el 2 de noviembre de 2017, a la 1:35 p m, ante la mirada atónita del Padre de la Patria, el conductor de Miraflores nos sometió a una de esas espantosas cadenas de radio y televisión que muy pocos venezolanos oyen o ven. Inmediatamente después de dar el pase a uno de sus muchos acólitos que tan solo se limitan a apostillar lo que el jefe ya ha dicho, Nicolás –sin tener consciencia de que su imagen seguía siendo televisada– procedió a abrir una gaveta de su luciente escritorio y no extrajo de allí un documento importante o una libreta para apuntar alguna idea relevante; lo que sacó del cajoncillo fue una enjundiosa empanada rellena de caraotas negras con salchichas Oscar Mayer que engulló con gran voracidad ante la mirada atónita de los presentes en el acto y los venezolanos hambrientos del país que lo seguían a través de la televisión, deseosos de saber si anunciaría otro aumento de salarios y pensiones.

Los comentarios por las redes llovieron a granel, pero se centraron en los malos modales del mandatario y su falta de modestia y circunspección. Nadie puso sobre el tapete un hecho de Estado más importante: la ausencia de una rigurosa agenda de actividades del presidente que prevea la necesidad de un almuerzo distendido, saludable y balanceado, con el fin de resguardar su salud. De manera que la escena puso en evidencia el permanente estado de estrés en que vive el sucesor de Hugo Chávez y que, al igual que a este último, terminará por minar su salud. No se trata, pues, de poca cosa.

Hay otra recurrencia suya que resalta siempre por ser efectista y exagerada, y que está dirigida a llamar la atención de los lerdos. Nos referimos a sus puntuales prácticas de bailoterapia en compañía de la primera combatiente. A través de ellas pone de manifiesto su pasión por la salsa y hace también evidente su condición de mal bailarín, que se limita a dar estrambóticos pasos de oso saltón, mientras mantiene fija la mirada en sus piecitos talla 47. Las escenas bailables se realizan siempre sin ninguna otra pareja alrededor, para así evitar odiosas comparaciones que afecten la grandeza y majestad de la dupla presidencial; pero, eso sí, rodeados de sus amenazantes y bien armados círculos de seguridad. Con ese encuadre se graba la escena danzarina que es luego proyectada al gran público televisivo, con el claro propósito de evidenciar un estado de relajación y buen ánimo que no son tales porque la procesión siempre la lleva por dentro.

Salvo su aparato represivo, que por ahora le es leal, Nicolás Maduro y los suyos no tienen control sobre nada más en el país.


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