Desde la primera semana del mandato de Maduro comencé a formular sugerencias para enderezar el curso económico. Todo ha caído en el vacío, para mal, pues, mientras más sugerencias se hacen más empeora la actividad económica, lo cual no nos desmiente, más bien nos alienta, lamentablemente, y no desde ahora, desde 1979, cuando empezó el “deslave” económico, agudizado, a partir de 1999, por el desorden ideológico del chavismo que dislocó el mecanismo normal de funcionamiento de una sociedad moderadamente organizada.

Nuestra imaginación, a duras penas basta para representarnos la vida económica moderna en toda su diversidad y enrevesamiento, puesto que una profusión de actividades distintas, todas engranadas y condicionadas entre sí, habrían de revelársenos si en este momento poseyésemos el don de la ubicuidad, o una capacidad superior a la ajedrecista para situarnos en todos los planos de la estructura social y visualizar el engranaje de interconexión al moverse la dinámica del conjunto social.

En miles de fábricas se producen miles de productos industriales; en unas zonas se siembra y en otras se recogen las cosechas; miles de trenes, camiones, barcos transportan otras tantas mercancías provenientes no solo de las economías internas, sino también de otros países (máxime ahora cuando el desgobierno de Maduro se enaltece anunciando que llegaron miles de toneladas de víveres a los puertos venezolanos, cuando en el pasado el orgullo nacía de las cifras logradas en la actividad económica vernácula, el Banco Central cada fin de año hacía los anuncios cargados de esperanza, ahora, silencio sepulcral, solo anuncios de barcos que atracan con trigo ruso, caraotas nicaragüenses, pollos brasileños, etc., lo cual más bien debería causar vergüenza al constatar cierta ineptitud para por lo menos producir los alimentos que necesitan los venezolanos); una corriente ininterrumpida de mercancías se vierte en los almacenes y fábricas, de los cuales fluye después otra, sumamente ramificada, que va a miles de establecimientos para luego, en ramificación aún mayor, terminar en miles, millones, de economías domésticas, hogares, y alimentar, vestir y abastecer a un inmenso ejército de obreros, empleados, funcionarios, empresarios, agricultores, etc., que con su trabajo nutren tal corriente de mercancías.

Otra, integrada por maquinarias, herramientas, cemento, y otros productos no aptos para el consumo inmediato, se encarga de abastecer simultáneamente a miles, millones, de centros productores en las ciudades y parques industriales, en el campo, de los medios auxiliares que habilitan para mantener en circulación aquella corriente de bienes de consumo. A la par vemos cómo se prestan multitud de servicios retribuidos: un médico opera el paciente, un abogado defiende un cliente, un economista prepara proyectos de asesoría industrial. Por si fuera poco, se ofrecen a nuestra vista las instantáneas del tráfico del dinero, del crédito y de la Bolsa de Valores. Y, por último, vemos cómo el Estado ha dispuesto pequeñas tuberías, algo así como desagües, por donde se fuga parte del torrente circulatorio que va a parar a las arcas públicas en forma de impuestos para financiar las actividades propias del Estado.

Se ha reducido cada vez más el número de seres humanos que, con absoluta independencia del mundo exterior, producen por sí mismos todo lo que necesitan para abastecerse. El campesino es el que más se acerca actualmente a tal situación; pero también él satisface cada vez más una parte de sus necesidades vendiendo sus productos y comprando muchas cosas que no produce por sí mismo dentro de su economía. Este proceso indirecto de creación de bienes y de satisfacción de necesidades se ha convertido hoy en regla general para el resto de la humanidad. Se basa en un principio que a todos es familiar con el nombre de división del trabajo, la cual supone, sin embargo, una coordinación armónica de todas las partes dispersas del proceso. Ahora bien, ¿quién cuida de tal coordinación en nuestro mundo moderno? ¿Qué pasaría si nadie se preocupara de semejante cosa?

Plantéese amigo lector el problema del abastecimiento cotidiano de la Gran Caracas, una gran metrópolis, con todos los productos que sus habitantes precisan para reponer sus energías, hermosear y alegrar la vida: a diario llegan miles de camiones por la autopista Regional del Centro, por la Panamericana, por la vía Petare-Guarenas, Caracas-La Guaira, etc., con miles de toneladas  de hortalizas, tubérculos, carnes, productos lácteos, resmas de papel, libros, tazas, bandejas, clavos, tornillos, y todo ello sin que hubiese habido escasez ni superabundancia antes de 1999. Todas estas cosas han de acomodarse a la hora, al día, al mes, o al año, en cantidad y calidad, a la demanda de millones de individuos.

Pero ¿quién vela por la coordinación y, por tanto, por el curso ordenado del proceso? Nadie. No hay ningún dictador que, abarcando el conjunto con la mirada, destine a los seres humanos a las distintas ocupaciones, que prescriba qué debe producirse y cuánto debe producirse y llevarse diariamente al mercado de cada mercancía; subsiste el principio de que los hombres siguen su propio criterio en todas las decisiones económicas (producción, consumo, ahorro, compra, venta). Hay, pues, una gran diferenciación del proceso económico sin necesidad de una dirección central, deliberada, de este engranaje tremendamente complicado. Ha fracasado donde se ha instaurado esa dirección de marras. ¿Por qué insistir a tan elevado costo?

La gran derrota de Maduro y del socialismo del siglo XXI radica en intervenir totalitariamente, de diversas maneras, para estropear este complicado mecanismo social al no comprender que el Estado no debería perturbar la fluidez de este funcionamiento. Por haberlo hecho, en nombre de espejismos ideológicos y por asesoría cubano-española, es por lo que existe enorme regresión económica, escasez, importaciones masivas de alimentos, desinversión, hiperinflación, desempleo, deterioro de la moneda, dificultades cambiarias y negativas perspectivas para los negocios. Extrañamente, este tema no figura en la agenda del presunto diálogo, por lo cual el desgobierno impone así su hegemonía en cuanto a los graves problemas económicos. No los considera objeto de consenso. Comunica de este modo muy mala señal a los emprendedores en la actividad empresarial y desesperanza a la comunidad en general.

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@psconderegardiz


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