“Why can’t you be like the Happy Prince?”

Oscar Wilde

Uno oye hablar a la gente de muchas cosas. El otro día pasaba a mi lado una pareja de hombres quejándose de los modales de los chavales. No era asunto mío. Aquella era una conversación privada de la que me convertí en oyente involuntario ya que caminábamos por la misma calle y en el mismo sentido. Iban los dos delante de mí y yo iba a lo mío. No pude evitar oír lo que decían sobre la educación de los adolescentes y los niños de hoy. De todas las etiquetas modernas dedicadas a las nuevas generaciones, ya sabe, generación X, millenials, nativos digitales y demás categorías, les oí decir una que desconocía: generación blandita, referida a los niños acostumbrados desde pequeños a no esforzarse en nada y a que se les dé siempre lo que piden. En otras palabras, niños a quienes se les trata como príncipes felices. Nada que ver con el príncipe feliz del cuento, por supuesto.

Al llegar a casa quise leer sobre la generación blandita y lo primero que me interesó fue el artículo de Berta G. De La Vega Niños mimados, adultos débiles: llega la generación blandita (El Mundo, 11 de enero de 2017). Ella lo explica basándose en la actitud de los niños en la escuela. Cuenta que los padres de estos niños les llevan los libros, les sobreprotegen y les defienden incondicionalmente, tengan razón o no. No les dejan ver la cruz de la moneda. En pocas palabras, no les suelen llevar la contraria. Estos padres enseñan a sus hijos que el mundo les pertenece. El objetivo primero y último en la vida consiste en la felicidad. Parece mentira, pero incluso Oscar Wilde quiso protegerse de la infelicidad y rodearse de cosas hermosas ignorando la fealdad y el dolor. Así lo reconocía en su largo y maravilloso escrito “De Profundis”. En el artículo de De La Vega, la periodista cuenta la anécdota de un alumno que llora al saber que ha suspendido un examen. La profesora le recrimina esa debilidad y la madre del chico va a ver a la docente para decirle que ha humillado a su hijo. El alumno de la historia tiene 19 años.

Por increíble que parezca, esto pasa. Lo peor de todo es que cada vez sucede más a menudo. La escuela y el instituto no son espacios destinados a hacer felices a los alumnos. A ver, la felicidad no es mala, pero la educación y la disciplina tampoco. Hay lugares para que los chicos se diviertan y lo pasen bien. La escuela es otra cosa. La escuela es un centro de instrucción, lectura, estudio y reflexión.

En una época que vivimos de fluir de ideas, de bienestar social y defensa de valores de corrección formal puede creerse que todos somos iguales y que cualquiera sirve para todo lo que se proponga y esto no es verdad. Podremos llegar a la igualdad de oportunidades y a una sociedad justa y equitativa, pero poco más. Los alumnos de una clase gozan de capacidades y aptitudes diferentes. Habrá que enseñarles a aceptar sus limitaciones, y claro está, incitarles además a superarse.  Por otro lado, tratar de convencer a un chaval de 12 años que será el próximo Rafa Nadal del tenis dedicando horas a la raqueta y entrenando duramente solo conducirá a la frustración en caso de no lograrlo. Desde luego, Rafa Nadal solo hay uno.

Lo que pasa me recuerda al chiste del loco y la farola. Un hombre desequilibrado pide ayuda a los transeúntes para que le ayuden a buscar una pluma estilográfica que ha perdido y algunos se detienen a buscar con él. Después de varios minutos dando vueltas en torno a la farola a uno de los voluntarios se le ocurre preguntarle al hombre si está seguro de haber perdido la estilográfica allí mismo. El loco le responde que la perdió unos metros más allá, pero que pensó que sería mejor ir a buscarla donde había luz, bajo aquella farola.

Esta generación nace y crece en un entorno de plumas, suavecito, de búsqueda de la felicidad a toda costa. Parece que la consigna mundial consiste en evitar que nadie se sienta ofendido. Hay que exigir la felicidad. La felicidad es un derecho.

Y no es así. La tristeza, la fealdad, el desencanto, el dolor y la desilusión no han desaparecido. Estas cualidades existen. El príncipe feliz del cuento de Wilde era un príncipe triste y sacrificado.


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