Desde el espíritu y las letras de la Constitución, la República “irrevocablemente libre e independiente” fundamenta su patrimonio moral y sus valores en la libertad, igualdad, justicia y paz internacional, en la soberanía popular que ejerce su autodeterminación tanto en relación a cualquier injerencia extranjera cuanto al uso impropio del poder de los órganos del Estado.

En la posmodernidad que emerge de los procesos de globalización no se construye un sistema de país en el cual “el todo es más que la suma de las partes”, definido por Aristóteles como configuración compleja que supera las simples conexiones causales e implica las interrelaciones entre las partes, sino que se manifiesta, en la visión de Nicolaus von Kues del siglo XV, como expresión de la noción de oposición y lucha de las partes dentro de la totalidad.  Por supuesto, dos siglos después Gottfried Wilhelm Leibniz vislumbra unas matemáticas ampliadas, capaces de otorgar formas a la dialéctica de Georg Wilhelm Friedrich Hegel y de Karl Marx, por la cual los procesos de confrontación asumen la identidad de tesis y antítesis.

Es oportuno precisar que por Hegel, cuya formación se había realizado en el “Turbinger Stipt” (Seminario de la Iglesia protestante de Wurtemberg), el todo es más que la suma de las partes: es lo que determina la naturaleza de las partes que no se pueden comprender como forma aislada del todo y, por consiguiente, están interrelacionadas o son interdependientes. Sucesivamente y con acierto Blaire Pascal afirma: “Creo que sea imposible conocer las partes sin conocer el todo, como conocer el todo sin conocer las partes”. De modo que cuando Ludwing von Bertananfly, después de la Segunda Guerra Mundial, propone que se debe realizar el estudio de las partes “para comprender los todos” con métodos, leyes, lógica y matemática propia, define una actividad científica en constante expansión, en movimiento, por lo que se dificulta la definición de la realidad, cuyas fronteras se dibujan y se disdibujan continuamente.

Deriva la tensión dramática y su fuerza persuasiva que muchas veces se esconde detrás de la ficción, de un diálogo extemporáneo que se invoca otra vez por el gobierno bolivariano y que en el reciente pasado muchas veces ha echado a perder para mantener la supremacía manifiesta con la opresión del ejercicio del poder determinado por la posesión de las armas; que por desatender sus obligaciones básicas  exige la creación de un mito (Chávez) para explicar lo que el mundo no es, pero que se utiliza para constituir en el imaginario colectivo, un intento ingenuo e inspirado en la ilusión de un renacimiento prometido.

¿Son estas las razones por las cuales el papa Francisco modifica sus evaluaciones y pasa de la política de confianza a la denuncia del incumplimiento, de la traición, al preguntarse sobre la naturaleza del señor Maduro, a la comprensión de sus motivos, al reconocimiento de la diversidad como acto generoso de misericordia? ¿Pero el sacrificio, el holocausto del pueblo venezolano, la emigración de 3,7 millones de habitantes, los miles de muertos por falta de medicinas y asistencia sanitaria y por hambre, no merecen mayor consideración de la que se demuestra para un gobernante ilícitamente enriquecido a espalda de un pueblo reducido en condiciones de pobreza extrema, con una renta per cápita que es inferior a 20 centavos de dólar diario, la sexta parte de lo que el PNUD (ONU) considera indispensable para la supervivencia?

Sin capacidad productiva y sin ingresos de divisa derivada de las exportaciones se ha creado una sociedad sin dinero en efectivo, cuya concreta reducción, casi abolición, ha sido sustituida por medios de pago electrónico y digitales, transferencias monetarias, tarjetas de pago, de crédito o débito, y se ha promovido por el Banco Central de Venezuela la creación y venta de un “criptoactivo” bajo la tecnología  blockchain basada en NEM (Petro Whitepaper, 2018).

Oscar Wilde dijo: “La experiencia es el nombre que damos a nuestros errores”.  A lo mencionado económico, se une el pragmatismo que viene reclamado por una realidad política que puede ser aún más dura y que viene evidenciada por Miguel Henrique Otero en el anamnesis del progresivo enlace del historial de las relaciones con Rusia realizadas por la revolución bolivariana, desde Hugo Chávez Frías hasta Nicolás Maduro, para armar la República: no es solo una crítica a la política del gobierno para la compra de armas que no paga (así como ha denunciado el ministro del Exterior por la cuota de 2.000 millones de dólares vencida hace 3 días), sino en nuestra interpretación, una denuncia también por los partidos de oposición  por su inedia, por su incapacidad política de prever consecuencias, por falta de responsabilidad y omisiones, y por haber permitido que se haya puesto en peligro la vida de todos los venezolanos, así como demuestra el desenlace de los acontecimientos con la presencia en el territorio nacional de militares extranjeros que transforman el territorio nacional en teatro de posibles operaciones de guerra.

La visibilidad internacional de la crisis venezolana es manifiesta y es atribuida al sistema social comunista aplicado bajo el esquema de centralismo democrático de estaliniana memoria y de dictadura. Para sustituirla y evitar confrontaciones internas que agravarían ulteriormente la situación de supervivencia, se invocan elecciones libres y democráticas, para las cuales no existen condiciones de operatividad hasta que un gobierno de transición no haya purificado el registro electoral y modificado el sistema para permitir un control real y transparente; para evitar confrontaciones internacionales de alcance imprevisible se invitan Cuba, Rusia y China a retirar sus militares presentes en el territorio venezolano: si las áreas de influencia política, económica y comercial en Venezuela y en el Caribe se definen con las armas los que sufrirán las peores consecuencias serán los ciudadanos venezolanos  quienes así tendrán otra oportunidad para agradecer la revolución bonita.

Al mismo tiempo se producen actos de contención de recursos y de presión a través del bloqueo comercial de petróleo y de la disponibilidad financiera, como la decidida por el Fondo Monetario Internacional que ha paralizado la entrega de 400 millones de dólares de derechos especiales de giro y el secuestro de los depósitos de dinero de privados que no han podido demostrar la legítima proveniencia; la suspensión de la reunión mundial del Banco Interamericano de Desarrollo debido al no reconocimiento de China del representante del presidente interino, el pronunciamiento de condena producido por la Alta Comisión de la ONU de Derechos Humanos frente al rechazo del Ejecutivo de recibir la ayuda humanitaria ofrecida por la comunidad internacional.

La presumida supremacía del sistema social comunista con “el imperio” ha significado un alto precio para el pueblo venezolano, que se encuentra en límites reales de sufrimiento. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y los organismos internacionales han afectado Pdvsa, Citgo, el gobierno y han aumentado la injerencia en el ejercicio real del poder de los carteles de la droga, cuya resistencia al cambio interno se consolida en un primitivismo natural de defensa que aumenta la dependencia del país de Rusia y China. 

La nación ha perdido su soberanía y definitivamente se ha transformado en tierra de conquista. Independientemente de las formas con las cuales los diversos actores consolidarán su presencia, siempre prevalecerá la relación entre costos y beneficios y, por ende, las alternativas que el mercado internacional ofrece, el intercambio, la sustitución y ubicación de los intereses específicos y, tal vez, la interposición de barreras que obstaculizan la comprensión de los acontecimientos para la consecución de equilibrios superiores.

Dado que en la historia entre naciones la relación de fuerza militar, tecnológica, financiera siempre prevalece, el necesario e inevitable cambio político de la filial venezolana de la izquierda internacional está condicionado a la perspectiva de tres factores, que así simplificamos: la resistencia de la máquina totalitaria y de sus cómplices; la decisión del pueblo de recuperar su libertad y soberanía en el tiempo determinado y bajo las formas establecidas con base en la propia autosuficiencia y sacrificios; la compatibilidad de los intereses internacionales con la explotación de Venezuela y su desarrollo y los reflejos que pueden determinar en los respectivos asuntos internos.


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