“La libertad, Sancho, es el más precioso don que los cielos hicieron a los hombres. Para la libertad y la honra se puede y debe aventurar la vida”. Sentimos el deber moral y civil de recordar el pensamiento de Cervantes el día en el cual los trabajadores de las naciones que se adhieren a la Organización Internacional del Trabajo celebran su fiesta y su dignidad de hombres. Por el contrario, en Venezuela los trabajadores constatan la pérdida de los valores, el despido masivo, la búsqueda en el extranjero de una ocupación que les permita sobrevivir en el signo de la libertad y no de la sumisión al régimen dictatorial social comunista bolivariano.

De modo que la libertad política, ideológica, de expresión, de prensa, de la necesidad de satisfacer las necesidades primarias, máxime para la recuperación de un trabajo remunerado en proporción al valor y calidad del desempeño, ha sido el contenido explícito e implícito del mensaje dirigido por el presidente interino Juan Guaidó al pueblo venezolano para salvaguardar la República de la dictadura civil y militar, síndrome del subdesarrollo al cual ha sido reducido el país.

Después de dos guerras mundiales, después del “renacimiento” de las experiencias del comunismo, del nazismo y del fascismo celebrado por la civilización occidental mediante el triunfo y despliegue de las posiciones laicas y humanísticas, de la afirmación del sistema democrático del Estado, de la cultura reasumida esencialmente en la ciencia y la técnica, al contrario en el siglo XXI se ha determinado en Venezuela la disolución de los valores institucionales definidos en la Constitución para afirmar un proyecto político partidista, mediante el ejercicio del poder dirigido al perseguimiento del business, del negocio de cualquier tipo, lícito o ilegítimo, sin cuidado del sentido de la dignidad individual y colectiva.

Por consiguiente, la reacción natural de la sociedad a esta manifiesta distorsión de la política, de la transparente administración del Estado, ha producido la lucha para reconquistar la propia identidad social con la fuerza del espíritu que supera los mitos totalitarios mediante una transición pacífica hacia perspectivas de respeto de las condiciones intrínsecas ya conquistadas en la historia y que han sido evaporadas por el gran naufragio del social comunismo universal, el desafío religioso marxista-leninista bolivariano prometedor de paraísos desvanecidos en la miseria, el hambre, la sangre, el holocausto de la balsa en la cual se había transformado Venezuela.

La aspiración al cambio para superar los desperfectos de la cuarta república había hecho perder a los venezolanos las moniciones de la historia, se habían olvidado del colapso de la Rusia soviética después de 72 años de marxismo-leninismo y de los 44 años en las 5 naciones satélites de la Europa Oriental. La conquista del poder operada no con la violencia de las armas sino con el uso del sistema democrático los había engañado, así como el secuestro del mismo perpetrado sucesivamente bajo los ojos del mundo occidental ocupado en curar los intereses de su propio desarrollo vinculado a las disponibilidades energéticas y a la supremacía tecnológica.

En la indiferencia internacional y con la complicidad de una oposición que se había alejado de su función institucional de control, la democracia venezolana ha sido reducida en instrumento de poder, en un proceso endógeno de dictadura que paulatina y sistémicamente ha perpetrado en el tiempo la conceptualización de la eliminación del Estado soberano para transformarlo en relaciones comerciales y de producción en una “Chernobyl económica” que ha hundido la sociedad en un derrumbe total de las instituciones y que ha dimensionado el riesgo de vida a la permanente ausencia de los elementos básicos de subsistencia.

La reconocible y perversa inteligencia de la organización del narcotráfico internacional ha asumido un papel de primaria importancia para sostener el régimen político social comunista bolivariano también utilizando una parte exigua de la Fuerza Armada: el fenómeno ha aumentado cada día los grupos marginales que se ven abocados a una situación desesperada. Es una situación de catástrofe para la cual de poco serviría responsabilizar personalmente una politización estratégicamente programada para anular el concepto del Estado-nación, para ocupar el territorio, tal vez con fuerzas irregulares y fuera del orden constitucional.

El régimen ha ulteriormente dimensionado su nivel moral para corresponder al mercado financiero los ingresos de un lavado de dinero ciertamente más importantes de los actuales provenientes del petróleo y de la inconsistente y no reconocida criptomoneda. Pero no se trata de una contraposición ideológica, casi unidimensional al pensamiento económico neoliberal relacionado con el valor y la función de la moneda –el cual aparentemente podría ser constituido por una innovación financiera de tercera generación aportada al sistema internacional para plantear una nueva distribución de beneficios y riesgos– sino del intento de trasladar ipso iure al espacio del sistema internacional vigente, dotado de configuración jurídica y de propia potestad procesual, pautas que corresponderían a la dimensión de la explotación del trabajo humano subyacente a las necesidades de la producción, distribución y comercialización de los alcaloides y otras sustancias estupefacientes.

De este modo se podrían originar corrientes financieras que se introducen en el mismo capitalismo digital y que podrían producir procesos incontrolables para alimentar  situaciones de inestabilidad interna y externa del país comprometido por un Ejecutivo nacional en la búsqueda desesperada de recursos: lejos de crear áreas de influencia internacional, como hizo en el reciente pasado restando de los ciudadanos venezolanos los ingresos petroleros, ahora fomenta pánico en las familias, euforia e histeria individual y colectiva, mientras que los costos de la crisis inducida no son realmente ponderados ni asumidos por nadie en salvaguarda de la sociedad, sino por la persecución y supresión que realizan los organismos  internacionales especializados y por los tribunales.

Los acontecimientos indican que para beneficiar Cuba, y con la asistencia de Rusia y el determinante apoyo financiero de China se ha intentado de afirmar en Venezuela y todavía expandir en el área del Caribe y en América Latina el social comunismo salido del Foro de San Paulo de 1990 bajo la forma de un régimen dictatorial civil y militar fundamentado en la creación estratégica de una sociedad sometida a un riesgo de dependencia, pero que ahora ha terminado de existir por haber tomado consciencia de ser mayoría constructora de su propio destino y se ha constituido en una oposición que fundamenta la credibilidad de su acción en los postulados de la Constitución y rechaza la sumisión a la única y falsa proposición otorgada por el régimen dictatorial a los problemas no solucionados del país y sumergidos en años de mentiras.

Es una situación que coincide con el preciso momento histórico en el cual se afirma el quehacer de la nación en el trabajo y se elimina la ideología intoxicada del pensamiento único social comunista bolivariano para la cual había sido reducido en expresión de dependencia y que, al contrario, afirma su libre escogencia y albedrío para definir su identidad social, soporte de la seguridad existencial de las personas, de la naturalización de las evidencias culturales e históricas para la construcción de un país libre e independiente.

El trabajo no se suprime en el consumo del propio producto; al contrario, se exalta en la producción de riqueza. De modo que, como deduce Hannah Arendt: “No desaparece por efecto de la racionalización, sino que se reduce y rarifica, perdiendo su sustancia fundadora de sentido” cuando no estimula el crecimiento y la sociedad laboral no sabe qué hacer consigo misma, porque no tiene alguna alternativa si queda limitada por una servidumbre voluntaria a un régimen totalitario que la ha obligado a decir adiós a las alternativas que la evolución natural pone a su alcance.

En la perspectiva de la recuperación ética y moral del país que ha asumido este Primero de Mayo de 2019, tres son los valores que el pueblo de Venezuela ha afirmado como su identidad y frente a la comunidad de las naciones: que está firmemente determinado a luchar por la propia libertad e independencia, que persigue y adopta irreversiblemente el sistema y la forma democrática de gobierno y que quiere reconstruir su porvenir con el trabajo, en la práctica del derecho, de la justicia, de la paz.


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