Finalmente Lula da Silva está en la cárcel. Pasará años en una celda especial, aislado de los demás delincuentes. Una estancia con barrotes donde gozará de beneficios y recursos de los que personas libres e inocentes no disfrutan en el mundo. Pero lo más importante es que está en prisión. Ha recibido un gran castigo.

Además del desmoronamiento de su imagen de «defensor» de los trabajadores y la justicia, su encarcelamiento es un mensaje para quienes, desde el mal uso del poder, creen en la arcana práctica de la impunidad populista. Enfermedad que las sociedades aceptan de vez en vez, cerrando los ojos, borrando la memoria, como si, por el contrario, fuese una cura contra otros males. Error que hace siglos reciclamos. Y así nos va.

Mientras los acólitos de Lula, la desquiciada fanaticada socialista, voceros y vociferantes de la izquierda mundial pretenden hacerlo ver como víctima de la derecha, quienes a pesar de la epidemia de corrupción y manipulaciones mediáticas aún creen firmemente en la institucionalidad, aplauden su condena como gran primer paso contra esa organización deshonesta y criminal que es el socialismo del siglo XXI. La justicia, no la corruptela legalizada de estos gobiernos, se ha impuesto en Brasil. Y sus ecos están llegando, quizás con más fuerza de la que se cree, a Latinoamérica.

La justicia probó que Lula recibió coimas por beneficiar a la constructora OAS en contratos con la petrolera estatal Petrobras. A cambio OAS le reformó un apartamento de lujo de tres pisos en la costa de Sao Paulo. Y además está imputado de otros casos, la mayoría de corrupción, relacionados con el escándalo de Petrobras. Luego de esta primera sentencia, ejecutada por el juez Sergio Moro, la condena deberá aumentar gradualmente. El destape de la fábrica de descomposición socialista está aún en su primera fase.

Lula ha comenzado a fallecer. Sus aliados poco a poco se echarán a un lado como bien saben hacer. Las escenas teatrales serán así: mientras que con sus consignas los mafiosos expertos en el travestismo ideológico neomarxista, publicitado como socialismo del siglo XXI, digan apoyarle eternamente y sus rostros expresen enojo porque lo han metido a la cárcel y hagan declaraciones sobre la importancia y vitalidad de sus proyectos sociales, al mismo tiempo se apartarán del Lula perdedor, sentenciado, el corrupto puesto en evidencia. Ellos también lo sentenciarán a esa muerte pantanosa que es el apartamiento, el declive, el olvido. Tal es el mecanismo de las pandillas comunistas.

¿Quiénes han sido los principales respaldos a nivel internacional de Lula, desde el Foro de Sao Paulo, esa reunión de forajidos que, disfrazados de demócratas y defensores de los derechos y las necesidades de los desposeídos, marcaron para mal el inicio de la centuria y cuya sombra continúa? Castro, Chávez, Morales, Bachelet, Correa, Ortega, Lugo, Mujica, Funes, los Kirchner, Rousseff. Menuda lista. Unos habitan el valle de los caídos del socialismo y otros han desaparecido.

Hacía rato el Partido de los Trabajadores había pasado a segundo plano. Pero la grosera impunidad de Lula amenazaba la institucionalidad y la decencia del país. Moro ha hecho algo que años atrás era casi impensable.

Asistimos a la primera muerte de Lula. Cuando la izquierda apele a sus mitos echará mano a significantes como el Che Guevara y Fidel Castro. A diferencia del “defenestrado” Lula, el guerrillero argentino cubano fue derrotado intentando subvertir la sociedad boliviana, y el viejo dictador del Caribe, cuyos restos se han inscrito en piedra en la historia del comunismo, murió tranquilamente en su mansión, después de cederle el poder a su hermano, a la familia y los elegidos de la cúpula castrista.

Uno de los andamios mitológicos mejor montados del socialismo del siglo XXI acaba de derrumbarse. Maduro y el segundo Castro seguirán amparando el embuste de Lula, pero ojo: los totalitarismos no creen en imágenes desgarradas ni en antiguos poderes disminuidos. Lula ya no les sirve a estas dictaduras. En el comunismo no importa la historia real. A sus ingenieros les interesa el uso, el mal uso, que pueda dársele a sus relatos. Lula es historia muerta. Lo revivirán cuando les convenga, pues jamás han dejado de manipular a sus momias. Pero ha sido sepultado en el patio trasero.


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