Pasado el festín electoral del gobierno, con el evidente y grosero derroche y utilización de todos los bienes públicos habidos y por haber en favor de sus candidatos y candidatas, lo que en un país con instituciones sólidas e independientes sería impensable y menos que ocurriera, aquí el presidente sigue utilizando los medios de comunicación social no para anunciar soluciones inmediatas para la resolución de la tragedia en la que tiene metido al país, sino para hablar necedades y de hechos consumados ya conocidos por la opinión pública. Ya sabemos hasta la saciedad que las personas postuladas y elegidas con todo el apoyo del Estado mal administrado por el régimen, con  ventajismo, dádivas y, por supuesto, con bastante peculado de uso, asumirán sus cargos como si tal cosa. Todo eso lo vimos y lo sabíamos. A los residentes de la gran Caracas solo nos quedará esperar a ver si la alcaldesa Erika Farías se ocupa de algo tan elemental como es recolectar la basura y no siga el ejemplo de su predecesor, el psiquiatra hacedor de todo y nada. No pudo ni con la basura. Ahora es ministro de información y representa al gobierno en eso que llaman diálogo (ya condicionado por el régimen), por el tema de las sanciones impuestas al país por su desempeño antidemocrático, lo que no le compete, dicho sea de paso, resolver a la oposición. Pero bueno, ya el carnaval electoral que el régimen alaba denodadamente como obra inequívoca de las bondades socialistas es cosa del pasado.

Ahora lo que nos debería convocar a los demócratas es la sincera unidad de todos los factores de la sociedad (políticos, asociaciones empresariales, gremios profesionales y técnicos, las distintas academias del país, las universidades, sus profesores y estudiantes, las amas de casa, las asociaciones de vecinos, los sindicatos, los colegios de profesionales, y la búsqueda y escogencia de un candidato presidencial que inspire y aglutine en torno suyo a la mayoría de los ciudadanos, y presentarle al país un plan de gobierno serio, creíble, inclusivo, con programas sociales viables para los más desposeídos. Reinstitucionalizar la nación y con ello la vigencia plena del Estado de Derecho, con poderes públicos autónomos e independientes. Que no sea un rosario de promesas y mentiras al mejor estilo del golpista Hugo Chávez y su pésimo sucesor el inepto Nicolás Maduro, sino que la gente lo haga suyo, se motive, se cautive y, lo mejor, que le devuelva  a los ciudadanos la posibilidad de creer en los líderes políticos. Lo que ha pasado en el país era previsible con toda esta ristra de improvisados y peleles, trasnochados del pasado, ávidos de poder, ladrones a manos libres que decidieron asaltar el poder y arrasar con sus instituciones, y someter a sus habitantes a la más cruel miseria de la que se tenga conocimiento, habida cuenta de los inmensos recursos con los que cuenta el país. Pero lo ineludible, ahora, ya, aunado a lo antes precisado, es que los venezolanos que merecemos y aspiramos a un país mejor, recordemos y retomemos el contenido y la fuerza del mensaje, y la fortaleza de hierro que los líderes del 1958 exhibieron. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, por nombrar solo tres, que junto con otros muchos líderes sacaron a Venezuela de la oscuridad que impuso la dictadura clásica de Marcos Evangelista Pérez Jiménez. Es el momento que los jóvenes busquen en Google, se documenten e informen cómo fue ese proceso y cómo se logró la libertad y la democracia en Venezuela, perdida como ahora. Pero que la recuperaremos como entonces. Ese es el reto, ese es el camino. No hay otro.

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