Desolación, incertidumbre, miedo y hambre. “La pequeña Venecia” iniciaba el 2019 como un pueblo sumiso que sobrevivía con las sobras del comunismo de Nicolás Maduro. Muchas maletas llenas de sueños partieron los primeros días de enero. El país había olvidado que la “elección” del pasado mes de mayo de 2018 fue una farsa, y gran parte de la población se había resignado a vivir bajo estas pésimas condiciones que hoy padecemos.

Llegó el 5 de enero y la juramentación del nuevo presidente de la Asamblea Nacional pasa casi desapercibida, un nombre que el país desconocía empezó a retumbar desde Santa Elena de Uairén en el estado Bolívar, hasta Pueblo Nuevo en el estado Falcón, Juan Guaidó. ¿De dónde salió ese muchacho? Era la pregunta de toda la nación. Al parecer los milagros sí existen y un sobreviviente de la tragedia de Vargas realzó la esperanza del bravo pueblo de Venezuela.

No hubo juramento bajo el negro primero que valiera en una sala chimba llena de títeres disfrazados de magistrados. No había Presidente, había un vacío de poder. Con palabras tímidas y frías, Juan Gerardo Guaidó alentaba a la población y la invitaba a retomar las calles de la manera más cívica posible: “Venezuela nació en un cabildo y hoy los venezolanos nos reencontramos en ellos”.

No hubo un cabildo vacío, el miedo se perdió en tan sólo 2 semanas y la invitación para una fecha histórica (23 de enero) invadía todas las redes sociales. A absolutamente todos se les oía decir: “¡Llegó la hora!”, “¡Ese muchacho es la cara nueva que el país necesita!”, “¿En serio Guaidó tiene 35 años?”, y el desespero de los antagonistas crecía cada vez más, secuestrando a este joven servidor público y liberándolo pocos minutos después, o peor aún, el desespero llegó al nivel de volver a declarar a la legítima Asamblea Nacional en desacato, pero nadie les prestó atención.

El 23 de enero llegó y trajo consigo diluvios de gente en cada rincón del país. No había partidismo, había civismo. Guaidó apareció, se le notaba calmado y seguro. Vestía como un digno representante del país. No había ropa deportiva ni populista con la cual ya nos acostumbramos a ver a los candidatos presidenciales de la última década.

Una bandera de 7 estrellas se alcanzó a ver detrás de él. Guaidó no se autoproclamó (como lo hizo Pedro Carmona en 2002), se juramentó como Presidente Interino de la República Bolivariana de Venezuela, apegado a los artículos 233 y 333 de nuestra Constitución. “¡Tenemos nuevo presidente!”, gritaba el país en tono ansioso y motivador. Lágrimas y sentimientos encontrados, pero eso no era todo, las cascadas de reconocimientos internacionales dijeron presente a pocos minutos de tener nuevo presidente.

No todo podía ser alegría y el usurpador respondió con sus asesinos. Un triste saldo de más de 20 héroes caídos dejó dos tensas noches de protesta. Más delitos a los cuales responderán cuando se establezca nuevamente el orden constitucional.

Queridos amigos, son días largos los que se avecinan. No todo es alegría cuando de enfrentar rufianes se trata. Juan Guaidó dio un paso importante y nosotros lo acompañamos. No podemos abandonarlo en ningún momento, ahora y con más compromiso, esta lucha no es contra las fuerzas armadas del país, todo lo contrario; lo que hoy nos impide conquistar la democracia es un muro verde el cual es representado por todos esos oficiales que también están en la incertidumbre. Nosotros necesitamos de ellos, y ellos de nosotros.

Hermanos de la Fuerza Armada Nacional: la hora es ahora. El momento de defender la Constitución y a su general en jefe, Juan Guaidó, llegó. ¿Para qué seguir estando a merced de quienes seguro se irán corriendo a buscar asilo en Osetia del Sur? La Libertad es un clamor nacional, únanse ustedes también.

¡Seguiremos en la calle! ¡Dios Bendiga a Venezuela!

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