La  casona  caraqueña, antes mansión  del colonizador esclavista y del criollo rico, desde el siglo XX petrolizado, se convirtió en el hogar de diversas clases sociales emergentes. Si su dueño la rentaba como domicilio de habitaciones  individuales  era “casa de vecindad”,  donde  bajo normas de justa ley doméstica convivían nativos de todo el país con inmigrantes de toda laya. En su puerta de entrada, sin falta, había un postigo, la ventanilla que servía de control para seguridad de los  inquilinos.  Por allí se auscultaba con un ¿quién es? Si lucía persona decente y respondía “Soy gente de paz” (¿o de paso?) se le abría el portón de par en par. Pero si su conducta de visitante o fijo incumplía con mentiras o vicios que dañaran  al prójimo, de inmediato sus víctimas lo  denunciaban en el puesto policial más cercano. Incluso en plena dictadura gomecista.

Por manía comparativa se puede de asociar este recuerdo personal con el asunto de la reciente película norteamericana  sobre los archivos secretos del Pentágono (1971), escándalo que amenazó la existencia de The Post, así llaman popularmente al prestigioso diario impreso con sede en la capital Washington DC. El mismito que poco después averiguó y publicó los detalles del delictivo Watergate, cuyo efecto inmediato ante esa postura informativa profesional, solitaria, muy riesgosa y valiente, tribunal judicial de por medio, fue la renuncia de Richard Nixon, presidente en ejercicio y de su equipo.

Durante el peligroso episodio político narrado en esta cinta, su sala de redacción, repleta de jefes, reporteros, columnistas, espías y mensajeros, el Washington Post supervisado por su  excepcional dueña heredera y los accionistas de vieja estirpe junto a los de nueva  generación (un elenco de primera categoría) se vio en la coyuntura de ceder a presiones y padecer el mismo destino de su rival The New York Times, intervenido  por el partido de turno en la Casa Blanca mediante el truco de una compra ventajosa para sus antiguos propietarios. O por el contrario, asumir la norma constitucional sobre la inviolable libertad de expresión, fuente del poder más importante en toda república demócrata: su Corte Suprema de Justicia. Bajo el peor sistema capitalista al final del acoso sí funciona este binomio  periodismo libre-magistratura judicial, siempre encuentra soporte legal  para evitar la  asqueante condición de voluntario ciego, mudo, sordo, cómplice del organizado crimen estatal que sí son condiciones obligatorias en el ruso Pravda, el chino Diario del Pueblo ,el castrocubano Granma,  similares y afines del fascio-populismos a la moda.

Esta dupla formada por el riguroso correo de investigación y la insobornable  justicia constitucional  es el postigo por donde se vigila y  cuida la casa de vecindad nacional para conservar su  derecho a la seguridad  individual y colectiva, en democracia liberal y liberadora.

The Post, película número 30 de Steven Spielberg, es el artístico crudo retrato sobre la comunicación en gobiernos capitalistas  al servicio de su sociedad  con todas las de la ley. Y también con toditos sus  negros bemoles, hasta que según Winston Churchill se invente  otro mejor sistema político.

 Y testimonio de por qué  cada dirigencia política  totalitaria es criminal, merece prisión perpetua y el cadalso sin medias tintas del condenatorio rechazo internacional.

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