Muchas veces nos intrigan las causas de las circunstancias y no encontramos satisfactorias respuestas. Muchos se preguntan si se justifica el interés internacional en la triste situación venezolana, el desarrollo de una tiranía que ha producido a lo largo de 4 lustros una tragedia nunca vista hasta hoy en los últimos 150 años de historia, que ha destruido y arruinado una nación en paz, sin guerra y por sus propios gobernantes. Podría calificarse de genocidio, pero la aniquilación por vías pacíficas lo impide. Podría denominarse contienda, pero la ausencia de enemigo lo descalifica.

Entonces ¿qué pasa en Venezuela que amerita, justifica y exige un interés internacional y también, para muchos, una acción más allá de la condena diplomática y moral a nuestro oprobioso régimen bolivariano?

La situación del ciudadano común en nuestro país es tal que, sin haber librado combate, se encuentra sin alimentos para satisfacer su hambre, sin medicinas para curar sus dolencias, sin protección para sus vidas ni propiedades, sin moneda que amerite llevar el nombre del Libertador. Ese pueblo es el que camina las rutas del éxodo en búsqueda de un presente tolerable y un futuro deseable.

Ante esta absurda circunstancia, los países se implican, algunos por el impacto que sobre sus propios territorios está teniendo nuestra tesitura; y otros por su compromiso, no solo formal sino genuino, con los derechos humanos acordados en la carta universal.

Nadie cuestionaría hoy involucrarse en la liberación de un preso político como Nelson Mandela, ni pensaría que un régimen de “apartheid” es asunto exclusivo de la soberanía de una nación. Los crímenes de lesa humanidad, violaciones de los derechos fundamentales, masacres de los pueblos, apoyos al comercio de drogas y lavado de capitales son y deben ser de interés y acción internacional, eso ya es doctrina en el mundo civilizado del siglo XXI.

La realidad venezolana, producto de la curiosa guerra de sus gobernantes contra su pueblo, es hoy tema de discusión en los centros de estudios de mayor prestigio, de tertulia en los programas de radio y televisión del mundo, materia de articulistas y autores en los más importantes diarios y redes sociales, motivo de discusión entre políticos y partidos. La justificación es muy clara, la libertad se fundamenta en valores cívicos, derechos del ciudadano, libertades civiles, pluralismo y ausencia de toda coerción.

Los valores supremos y absolutos de la comunidad homogénea de seres que bajo el manto de su Constitución se convierten en Estado soberano son reconocidos y respetados por el conjunto de naciones, y expresado su compromiso en los tratados como el de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Corte Penal Internacional, la Corte Interamericana y multiplicidad de obligaciones ineludibles para no ignorar nuestro padecimiento.

La soberanía no puede ser utilizada como disfraz para cubrir y defender la crueldad de una tiranía que carece de elementos de cohesión social, de sentimientos que se consideran vertebradores de una nación.

He ahí el porqué.


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