No existe mayor prueba del ejercicio democrático que el voto. Todo el armazón del Estado –bajo cánones de libertad– se alza contando con la anuencia ciudadana. Con el sufragio es que podemos lograr los avances que toda sociedad requiere para poder desarrollarse eficientemente. Las grandes conquistas públicas se iniciaron cuando los ciudadanos escogieron bien; al no hacerlo, y padecer administraciones corrompidas, también se contó con el sufragio para que recuperara espacios necesarios para encauzar la república.

En la historia, el voto ha sufrido las persecuciones propias de la satrapía que enajena pueblos y ensalza el crimen como panegírico de sus misterios. Las dictaduras tratan de imponer la pólvora por encima de la voluntad popular. Estas se preservan en su fuerza disuasiva para arrancarles a las sociedades su poder protagónico.

En Venezuela en los últimos tiempos han surgido pequeños sectores opositores que llaman a abstenerse. Alegan una serie de argumentos que algunas veces suenan válidos, pero que reflejan un juego maniqueo que termina favoreciendo al régimen. La acción de quedarse en casa jamás ha derrocado las tiranías. Quien no participa termina siendo el culpable de mantener la pesadilla que tanto critica.

Es cierto que en el caso venezolano las condiciones para votar están sometidas por instituciones secuestradas, pero acaso: ¿la historia electoral es un colchón confortable en todas partes? En un sinnúmero de países tuvo que lucharse hasta lograr los espacios requeridos. En situaciones tan complejas como la nuestra la salida la construyó la participación, creer en revueltas populares gigantescas que penetren el palacio presidencial y lo sometan todo es propio de otras sociedades o de la ciencia ficción de algunos grupos extremistas que importan ideas caducas para adornar la escasez neuronal.

En la política se actúa con el cerebro y no con las vísceras. Creer que el fuego consumidor es más trascendente que elegir, es propio del arrebato que conduce al extravío. Aquí solo lograremos derrotar la dictadura es con votos, no matándonos. La frustración que deja el ejercicio violento, postra a los grupos que creyeron en la heroicidad victoriosa de su acción. Ese despecho existencial va reduciéndose aceleradamente en la medida que comprenden que las elecciones regionales son ideales para restarle poder al gobierno tiránico.

Llegó la hora de votar masivamente. No existe otro camino que aquel que conduce al elector a colocar su huella en la historia, lograr un avasallante triunfo es la gran apuesta democrática, quien se quede en casa sufraga indirectamente por el gobierno…

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