El régimen nos convirtió en un lamento. Ha muerto una gran cantidad de venezolanos luchando por la libertad nacional. Luego de recordatorios –mucha veces hipócritas– son olvidados por una rutina de desafueros que no tiene precedente.

Es increíble que un gobierno con el mayor rechazo del planeta se sostenga después de resistir colosales manifestaciones populares que se tradujeron en absolutamente nada: si hablamos de resultados concretos. Los totalitarios siguen manteniéndose en el poder con un desparpajo que asombra al análisis internacional. ¿Cómo es posible que una administración tan desacreditada gobierne?

Seguramente los especialistas nos hablarán del apoyo de la cúpula militar como garante de un entramado narco-corrupto. Es lógico que pensemos esto ya que la orfandad popular del gobierno de Nicolás Maduro es un hecho incontrovertible. Ese liderazgo castrense es ciertamente de las pocas cosas que los mantienen.

La realidad es que la pesadilla es un serial que prosigue por encima de la tumba democrática. Se sostiene ante nuestros errores. ¿Cuáles son esos errores? Quizás el importar ilusiones de naciones con otra idiosincrasia, creer que tenemos el espíritu arraigado de pueblos guerreros que se alzan sobre los promontorios de humeantes cadáveres. Soñábamos con una rebelión estilo ucraniano que hiciera salir al pueblo a luchar en contra de una tiranía. No medimos que somos cromosómicamente distintos, que los venezolanos no tienen esa tradición de siglos. Comenzábamos a exponer experiencias que representan culturas ajenas a nuestro gentilicio. Vivimos armándonos de las frases de Nelson Mandela o Mahatma Gandhi sin comprender que la realidad venezolana es otra.

El gobierno jugó a cansarnos, terminamos encerrándonos en nuestros espacios colocando el candado de la incoherencia irreductible. Protestas sin una dirección inteligente fueron los embates que nos hicieron naufragar. La anarquía tomó la dirección de la protesta hasta el punto de desviarlo todo. Las actividades terminaban siendo dirigidas por encapuchados irresponsables, especímenes tan despreciables como los violentos gubernamentales. El verdadero espíritu del cambio popular se alejó definitivamente. Anarquizamos la protesta y la verdadera ruta murió en las manos de quienes anhelan perpetuarse en el gobierno. Al final, en la oposición sufrimos del cuestionamiento general, mientras el gobierno se anotaba un triunfo. No aprendimos que estos regímenes se enfrentan con cerebro y no con las vísceras. En política las arrancadas intestinales nos conducen a nuevos fracasos, en experiencias dolorosas que reafirman al malhechor gobernante.

Es la hora de un inmenso encuentro de voluntades. Las fuerzas democráticas de diversos sectores deben actuar en una estrategia común de salvar a Venezuela de la dictadura. Que cada acción sea acordada no por un cogollo caraqueño, sino por un conjunto de expresiones sociales que representen a las mayorías. Que el interés verdadero sea la nación, ya que estamos hartos de las agendas particulares de las figuras presidenciales.

Aquí el verdadero diálogo debe ser entre todos los venezolanos. Saber canalizar el descontento general, organizar al pueblo en redes que protesten por sus necesidades básicas. Planificar acciones que lleguen hasta el último rincón comunitario, y no solamente en la comodidad de visitas a los medios de comunicación. Volver a las raíces populares para comprender a quienes no tienen voz. Solo quebrándolos en todos los sectores podremos salir de esto. Que las protestas sean con la robustez de un pueblo unido. No necesitamos mirarnos en el espejo de otras naciones, los venezolanos somos capaces de encontrar nuestro propio destino: si podemos hablar el idioma de aquel que sufre los rigores de una pesadilla…

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