Cuando tenía a buena parte del mundo hechizado por su carisma, la ex-gobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, renunció a su posición como embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas. ¿Qué habrá pasado?

Nikki Haley es vista por muchos analistas como el futuro del partido republicano, capaz de liberarlo del largo secuestro en el que lo han mantenido los singulares extremismos que hoy confluyen en la figura de Trump. Exitosa gobernadora, hija de inmigrantes de la India, de agenda conservadora en lo económico y moderada en lo social, su liderazgo transpira un sentido común que se echa a faltar en Trump.

Tracemos un poco de contexto. Muchos republicanos han preferido diferir la pelea con el excéntrico magnate y concentrarse en las coincidencias entre este y la agenda del Partido Republicano. Esto, sin caer en las provocaciones del ruido generado por la procaz narrativa política de Trump, y pensando que podrán “temperar” sus impulsos populistas y francamente xenófobos como nexo-autoritarios. Al fin y al cabo, Trump ha complacido al liderazgo de su partido en tres cosas: 1) recortes de impuestos y desregulación financiera o económica; 2) nombramiento de jueces extremadamente conservadores en su perspectiva social; y 3) capitulación absoluta ante el “lobby” del National Rifle Association, sin importar los horribles impactos y la violencia en una sociedad armada hasta los dientes y sin control. Los que quieren llevar al Partido Republicano a otros derroteros, más cercanos a lo que pensó en su fundación Abraham Lincoln, son conscientes de que esta pelea no es fácil. Unos han decidido confrontar a Trump. Otros, navegar en las turbulentas corrientes de su demagogia… por ahora.

Nikki Haley tiene poco que ver con Trump ni con sus ideas xenófobas y racistas, tampoco con su disfuncional manejo del tema económico o la agenda populista y nacionalista que pregona en lo internacional, entre otras cosas, pero sabe que su carrera exige paciencia. Aceptó el muy clave cargo de embajadora ante las Naciones Unidas donde seguro refrescó, en el contacto cara a cara, la mediocre agenda internacional de Trump y su negativa imagen. Su presencia enviaba una señal importante: Trump no es totalmente representativo de Estados Unidos ni de su propio partido. Figuras como Haley así lo confirman. Se puede estar en desacuerdo con algunas de sus propuestas, pero obviamente personas como ella devuelven el discurso político al civismo democrático y bipartidista que dinamitan individuos como Trump.

Al salir del cargo, Trump programó una rueda de prensa conjunta con Haley. Había que enterrar los rumores de desacuerdos e incluso la especulación de que sectores del Partido Republicano ven en ella una posible candidata para enfrentar a Trump en una inusual primaria para evitar su reelección. Le funcionó, porque ella afirmó dos cosas: que hará campaña por la reelección de Trump; y que había sido un honor prestar servicios en la ONU. Dijo más. Haley dijo que el mundo respeta al gobierno de Trump, y que Estados Unidos es respetado en el mundo. “Muchos gobiernos pueden estar en desacuerdo con las políticas de Trump, pero nos respetan”, dijo.

Al decir eso, Haley demuestra que además de política, aprendió de diplomacia. Esa misma semana, el prestigioso Centro PEW publicó una de sus siempre sólidas y contundentes, libres de sesgo partidista, investigaciones estadísticas. En la encuesta que periódicamente mide el liderazgo de Estados Unidos en el mundo surgen dos tendencias muy claras: 1) Todo el planeta, particularmente las naciones democráticas, apuesta al liderazgo de Estados Unidos como necesario y positivo; al tiempo que 2) Trump tiene el mayor desprestigio que cualquier otro presidente ha acumulado en el planeta. En todas las regiones del mundo, salvo en Israel (donde tampoco mejora la imagen con relación a otros presidentes anteriores). La caída del prestigio de su liderazgo es abismal cuando se compara con anteriores presidentes y, muy especialmente, con el prestigio que acumuló Obama. En América Latina y Europa el rechazo a Trump es monumental. Nadie podrá olvidar cómo un nervioso Trump intentaba solapar las risas frente a su discurso en la ONU con un gesto compartido por él mismo. Como quien levanta los brazos triunfante ante una rechifla, intentando hacerla pasar como aplauso.

Se ha especulado sobre por qué se retira Haley. Todo indica que lo hizo para preservar capital político sin entrar en una diatriba partidista. Se aleja como una leal republicana de un presidente tóxico, pero al fin y al cabo coyunturalmente empoderado por la base de una organización política cuyo ADN sociológico ha cambiado, inflamado por la retórica y la ansiedad socioeconómica de estos tiempos.

Alguien podría detectar grietas que separan a Haley de algunas decisiones de la Casa Blanca, como retirar a Estados Unidos del Consejo de los Derechos Humanos, abandonando así con posturas unilaterales la lucha diplomática en tan importante foro multilateral. Pero al margen de todo ello, Nikki Haley conoce la encuesta de PEW… y sus palabras cuidadosamente escogidas lo dicen todo, sin desagradar a Trump, cuya vanidad es infinita: todo el planeta respeta a Estados Unidos. Cómo no respetar a una nación con esa historia y que, además, es simultáneamente la primera economía del globo y la fuerza militar, convencional y tecnológica más poderosa que haya conocido la humanidad.

Todos los países aspiran a que el gigante del norte desempeñe un papel edificante en la lucha por los derechos humanos y la democracia, en la cooperación para el desarrollo social y económico, en la promoción de soluciones sanitarias y humanitarias donde más se necesitan y, como dijo la propia Haley: “Puede que no estén de acuerdo con las políticas que esta administración promueve, pero nos respetan”.

Claro que el respeto también se gana con miedo, y no siempre con liderazgo persuasivo y positivo. Eso lo sabe Nikki Haley, quien también debe tener claro que no se puede estar demasiado tiempo junto a la candela sin quemarse. De momento, ella ha preferido ponerse a buen resguardo. Es evidente que se reserva para otros destinos, más elevados. Hay quienes dicen que Nikki Haley está apostando a que el senador Graham de Carolina del Sur reemplazará a Jeff Sessions, abriéndole la oportunidad de aspirar a ser su reemplazo en el Senado. Pero en todo caso, más allá de esa “jugada en carambola”, es obvio que Haley se está preservando para un futuro político que le sonríe. ¿Acaso el más encumbrado de cuantos puedan imaginarse?

Twitter @lecumberry


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