El egoísmo nos condujo a estar en condiciones patéticas. Faltó grandeza para comprender que primero estaba Venezuela.

Cada uno guardaba su banda presidencial en un maletín, no les importó el dolor de un pueblo sometido a la desgracia, lo sustancial para estas pagodas rociadas de necedad es creerse los predestinados de la historia. Cuando menos lo esperábamos encendieron un cartucho de dinamita y la unidad nacional se convirtió en escombros.

Después de la hecatombe surgieron las culpas, cada uno sentenció a su compañero para librarse de su responsabilidad. En definitiva, contamos con un liderazgo opositor enano, simples parcelas en donde la soledad campea. Son pequeñas sociedades engreídas que asumen el papel de enrostrarles a los demás sus propias precariedades. Ese triste espectáculo de egos inflamados es responsable de la falta de una alternativa real de poder frente al gobierno.

La diáspora del liderazgo opositor ha facilitado el segundo aire de gobierno en los últimos tiempos. El régimen sabe manejar sus múltiples contradicciones. Cuando tiene que enfrentarse con los factores democráticos lo hace con una granítica unidad que lo vuelve un adversario muy duro.

La experiencia de veinte años lo hizo a pruebas de tempestades, administra muy bien sus fortalezas y explota sin piedad nuestras debilidades. Uno de los peores dramas que nos acontecen es no tener un liderazgo que vaya más allá de sus fronteras. La característica de secta medieval en la que solo comulgan los escogidos es una falencia que arrastramos como una gruesa cadena en la pata de un paquidermo. Son tan excluyentes que los discursos solo invocan a los espíritus de su cementerio.

Falta grandeza para comprender que Venezuela debe ser la brújula que guíe hasta la libertad. La primera lección que deben aprender es la siguiente: aquí nadie puede solo, aquellos que lo creen terminarán estrellándose contra la realidad de un pueblo que los siente lejano.

El liderazgo opositor carece de raíz popular, solo ráfagas de algún nimio apoyo que terminará detestándolos. Al no tener respaldo sueñan con la invasión alienígena. Que el monstruo imperial despierte del letargo paleolítico y accione un interruptor que haga polvo cósmico el proceso hegemónico. Cuando escuchan a Marcos Rubio lloran de felicidad, igual les pasa con Luis Almagro. Deliran con portaviones irrumpiendo en nuestras aguas. Todas pamplinadas que al final motorizan nuevas frustraciones. Requerimos de una nueva generación de ciudadanos para responderle al pueblo desde sus entrañas.

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