Uno lee a Jorge Luis Borges (1899-1986) y se pregunta con molestia: ¿Cómo es posible que no le hayan otorgado el Nobel? Después uno se entera de que en esos tiempos la Academia Sueca estaba llena de prejuicios izquierdosos, y entiende. ¡Gracias a Dios que los superó porque de lo contrario Mario Vargas Llosa seguiría esperándolo!

La literatura borgiana tiene un sello original. Se puede decir que en ocasiones parece ciencia ficción o narrativa fantástica sin llegar a serlo. No sabemos cómo clasificarla, pero lo cierto es que a las personas que poseen una formación científica y humanista les genera un inmenso placer, sea poesía, ensayo o ficción. Además, posee un estilo impecable al redactar junto a una maestría en construir historias de maravillosas conexiones atendiendo a la especulación filosófica.

Por estas razones hace cuatro años tomé la decisión de leerlo al menos una vez al año, tal como hago con otros maestros de la escritura y la historiografía. Y es así como en el último mes me ha tocado disfrutarlo. Por lo general tiendo a leer lo que me falta de su obra, pero es inevitable caer en la relectura para ver si ¡por fin! entiendo mejor algunos de sus cuentos. Ahora leí los cuentos que contiene Artificios (1944), sus ensayos Historia de la eternidad (1936) y escuché sus conferencias que después fueron transcritas en Siete noches (1980).

¿Cómo conocí a Borges? Me lo presentaron dos personas: en mi niñez el famoso entrevistador español Joaquín Soler Serrano en su programa A fondo, transmitido por Venezolana de Televisión (cuando esta televisora era excelente y no había sido canibalizada por los que creen que un canal del Estado solo debe dedicarse a la mentira); y hace 17 años mi primo-ahijado Raimundo Esteban.

Escuchar a Borges tan humilde y humano poseyendo tanta fama me hizo admirarlo, y despertó en mí una gran simpatía. Lo percibí como un amigo cercano con el cual podría descubrir mil nuevos temas. ¡Tenía que leerlo! Pero no lo hice, fue mi ahijado el que me leyó un primer cuento: “Funes el memorioso” (1944, Artificios). Él quería que conociera el extraño caso de una persona que lo recordaba todo, de manera que se le hacía imposible pensar al tener tal agobio de recuerdos. Olvidar nos permite generalizar y gracias a ello pensamos. Acá tenía el primer ejemplo de ficción filosófica o como la llamó Ricardo Piglia (1941-2017): “ficción especulativa o literatura conceptual”, que es la gran invención de Borges.

Así empecé a leerlo y pude descubrir sus “demonios”; es decir, los temas que le obsesionaban y se repetían en muchos de sus cuentos y ensayos: los laberintos, los ciclos, la confusión entre ficción y realidad, la cábala y el Oriente, los mitos, los libros, la biblioteca y especialmente la posibilidad de conocer un lugar (el Aleph) o algo que lo contenga todo. En pocas palabras, la existencia de una interconexión en el universo que nos hace pensar que la diversidad es una apariencia.

Pero también están los temas que vienen del criollismo (en el caso argentino: la gauchesca) pero que muestran una identidad o esencia iberoamericana (por lo menos para su tiempo): la violencia, el honor, el caudillo, el “compadrito”, el machismo, el guapo y la muerte.

Ambos conjuntos de temas son expresión de lo que él consideró su herencia (Ricardo Piglia): la biblioteca del padre y la tradición de los estancieros. Al final se repite el gran dilema de nuestra civilización iberoamericana: el conflicto entre nuestra alma occidental (racionalista, científica, urbana, legal, institucional, ordenada, ilustrada) y nuestras pasiones y pulsiones (irracional, temeroso, tradicional, supersticiosa, mítica, salvaje y violenta), que paradójicamente nos muestra en su “Poema conjetural”.  Cambiando lo cambiable es el famoso dilema de la barbarie versus la civilización

Así como a Borges no se le puede leer una vez, tampoco se le puede comentar en un solo artículo, pero por ahora tendrá que esperar a una próxima entrega en la que seguiremos intentando conocer su maravillosa literatura.


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