En la ofrenda de sangre que los admirados muchachos han hecho por Venezuela no hay ningún sector ajeno. En estos días veo una foto de un grupo de criaturas donde destaca un rover scout que portando uniforme y pañoleta se enfrenta a las pandillas militares y toda su parafernalia erizada de armas con una humilde piedra. Él es fiel retrato de una ciudadanía huérfana de liderazgo que ha salido a las calles pese a una dirigencia pusilánime o cómplice. La comunidad scout de base, esa que no presume de tacos de madera ni se jacta de comisionadurías, ha entregado su ración de vidas, Paul Moreno en el Zulia y Diego Arellano en San Antonio de los Altos así lo demuestran.

Y al igual que ocurre en muchísimos otros sectores nacionales, la institución –léase la Asociación de Scouts de Venezuela–, permanece muda y juega a lavarle la cara al gobierno. Tal vez ello se entienda porque César González, director ejecutivo nacional de la mencionada institución, aparece en las redes vistiendo una franela con los ojos del difunto origen de todas nuestra penas; juego en el que sin dudas están también Juan Pablo Díaz y Jorge Hernández, presidente y vicepresidente, respectivamente, del Consejo Nacional Scout, quienes se jactan de ser chavistas duros. Por otro lado, una larga lista de dirigentes scouts de base acompaña a sus muchachos y tratan de aportar visión estratégica a la chita callando.

No hay manera de soslayar o manipular el compromiso con la libertad de cada venezolano. Mujeres y hombres, ancianos y niños, dan lecciones de hidalguía a diario. No hay manera de que cierta casta siga jugando a mariscales de una guerra en la que no terminan de enfrascarse, pese a las fotos y declaraciones altisonantes que cual saludo a la bandera entonan ocasionalmente.

Al final, los grupos scouts y sus gallardos rovers no son marcianos ni entes ajenos a nuestra golpeada Venezuela. Ellos son una réplica de la catástrofe que nos recorre transversalmente, eco de una dignidad que pelea sin tregua contra la tiranía, y a la que, quienes debieran conducir y orientar, se limitan a acusar de anarquistas porque hacen el juego al enemigo rojo. La canallada siempre es cofrade de la cobardía.

Mientras tanto sigo rezando por esa muchachada, sin distingos ni miedos, que enfrentan a la versión actual del dragón –hordas de malandros verdes y rojos– con sus nada inocuos escudos de madera. En muchos de ellos reluce deslumbrante el estandarte de san Jorge y están dándolo todo por legarnos un mundo mejor. Gracias, y que Dios los bendiga.

© Alfredo Cedeño

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