Nació este año 2019 con el surgimiento del diputado por el estado Vargas Juan Guaidó, de quien nada o muy poco se hablaba y conocía hasta diciembre, cuando demasiados venezolanos opuestos al régimen castromadurista y sus víctimas se dejaban llevar por el desaliento en esas fiestas de Navidad y Año Nuevo que fueron, sin duda, las más desangeladas de la historia que recordamos.

Semanas silenciosas, exiguas gaitas, hallacas pálidas e insípidas –solo para los afortunados que tenían dinero, paciencia y entusiasmo de hacerlas–, el tradicional dulce de lechosa con menos azúcar y papelón que de costumbre. Fueron días tristes, de angustia y desesperanza por el oscuro futuro que se avecinaba.

Y de repente, en la que muchos suponían iba a ser otra ceremonia sin especial trascendencia en una Asamblea Nacional a la cual la dictadura había apartado –aunque nunca logró difuminarla– y de la cual la gente recibía mensajes y orientaciones contradictorios, sin inspiración ni entusiasmo, se apareció este joven y antes de que se dieran cuenta le cambió el nombre al juego, que de régimen castrista pasó a llamarse dictadura tiránica contra las cuerdas y oposición al centro del ring.

Hasta el día antes de Juan Guaidó se comentaba sólo como uno más de los nuevos dirigentes de un partido que sólo parecía tener un líder, Leopoldo López, preso y rehén del régimen, algún real o presunto traidor socialista adeco, otro asilado en una embajada, y comienza a destacar, una rara avis en la política: no es autodidacta, abogado o militar sino ingeniero, lo cual presume una mente organizada. Y encima es un político que viste bien, no tiene barriga pero en cambio sí una esposa, Fabiana Andreína Rosales Guerrero, periodista, activista por los derechos humanos, que lo acompaña sin buscar protagonismos –y eso la hace más protagonista–, que tiene agilidad y juventud de sobra para montarse en el techo de una camioneta y conversar sin interferencias ni vigilantes de mensajes, que no habla florituras como los políticos profesionales y politiqueros repetidos, sino que exhibe un lenguaje natural, sencillo, directo, profesional que no busca ayudas ni soluciones sino que quiere ayudar y resolver.

Y entonces, aunque el gobierno –siempre torpe, lerdo y limitado– no se dio cuenta al principio, los viejos zamuros, veteranos gavilanes de la oposición asociada y colaboracionista, que tenían alas lánguidas, agotadas, plumas enclenques cayéndose descoloridas, picos resquebrajados y carcomidos, sí entendieron que Venezuela, la clase media, universitaria y popular, estaba pariendo un nuevo líder.

El régimen, dedicado a buscar salidas que cada día tiene menos, no reaccionó, y cuando voltearon ya Guaidó volaba solo, brillaba por cuenta propia, y los venezolanos, chavistas, viejitos milicianos y maduristas incluidos, lo miraban y escuchaban, centraban en él sus esperanzas que, por primera vez, en demasiado tiempo, renacían. En eso siguen, es Juan Guaidó en quien se concentra alegre y optimista la fe abrumadora y apabullante de la mayoría ciudadana; obreros, profesionales, estudiantes, técnicos, trabajadores, empleados, desempleados y los que en la Cuba que envejece inexorable y sin relevos llamarían “cuentapropistas”.

El grave y comprometido problema de Juan Guaidó, que terminará sin duda resolviendo, es el peso de esas viejas –no necesariamente referida a la edad– aves de rapiña que, ahítos de derrotas y topetazos, aprovechándose como garrapatas sedientas, quieren usarlo como trampolín a ver si pueden volar de nuevo.

Ambicionan el regreso, ellos y sus amigotes destructores del país, garantizándose impunidad como influyentes protagonistas, aplicando el «gatopardismo» o lo «lampedusiano», que es en ciencias políticas el «cambiar todo para que nada cambie», paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957). La cita original expresa la siguiente contradicción aparente: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie», y por eso se oponen a una transformación radical y profunda que evite el retorno de esta ignominia que padecimos los venezolanos durante los últimos 20 años. La Venezuela por venir debe ser nueva, diferente, sin podredumbre, dejando atrás lo malo.

Pero da la impresión de que un líder de esa magnitud, que se codea y conversa con los principales líderes del mundo, y pronto lo hará también con China y Rusia, tiene la fuerza suficiente para seguirse elevando a pesar del inmenso peso muerto que significan los buitres carroñeros que lo rodean, que buscando un último aliento irán quedándose sin respiro, agotándose y cayendo carentes de fuerzas propias.

@ArmandoMartini


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