A persignarse. Una vez que se cierre el capítulo más espeluznante en la historia contemporánea de Venezuela habrá que hacer muchas revisiones individuales, gremiales y generales. Desde la conveniencia de sostener una estructura castrense que absorbe gran parte del presupuesto nacional y que a la hora de la verdad no defiende ni a la Constitución ni al pueblo (al pueblo real no a la entelequia oficialista), hasta el papel de los medios de comunicación. Es sobre este último punto que tratarán las próximas líneas, corriendo el riesgo de terminar como Jesucristo. Desde 1999 comenzó un proceso de satanización del periodismo y de los periodistas que, a juzgar por lo que diariamente se escucha y se ve, puede calificarse de exitoso. Pocos se han detenido a pensar en el fondo de lo que sucede hoy en día con las televisoras nacionales. En los sistemas dictatoriales es una prioridad cercenar las libertades, incluidas las de expresión e información. En este punto, la censura es el instrumento. Militares toman las antenas, mientras el funcionario de turno hace su parte. ¡Ring! “Corta esa declaración o te tumbo la señal”. ¡Ring! “No transmitas tal evento o te tumbo la señal”. Ring, ring, ring, infinitas veces al día. Muchos hablan del momento de restearse y, por supuesto, esa es una posición respetable, pero aquí surge la invitación a explorar otro ángulo. En una conversación con la comunicadora Macky Arenas, relató que viajar le ha permitido compartir con colegas argentinos y chilenos que vivieron los regímenes autocráticos de sus países. Todos coinciden: hay que tratar de mantener las ventanas abiertas, porque si de cinco temas se puede abordar uno, eso es preferible a no tocar ninguno.

Para graficar de manera simple: ¿Qué es más útil: una pantalla que ofrece servicio público al solicitar donantes de sangre o medicamentos para enfermos, en un contexto de severa escasez, o la inexistencia de esa pantalla? ¿Qué es preferible: tener a Vladimir Villegas enfrentando a los políticos de todas las tendencias o no tenerlo? La condena general también desconoce las luchas internas: el productor que pelea para que no le veten a un invitado, el reportero que se queja porque su material no salió al aire, la modificación de un libreto con la omisión de un adjetivo o la sustitución de una palabra por otra menos complaciente, la defensa de las opiniones en las cuentas personales de las redes sociales. Lo bueno es que, en una coyuntura así, falta menos para el exorcismo. 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!