“Es el mensaje que quisiera transmitir en esta, la más amarga y dolorosa circunstancia de nuestra historia: respaldar a las fuerzas por ahora agrupadas en Soy Venezuela y colaborar generosamente con la construcción del centro político social, liberal y democrático, capaz de sacarnos del pantano del populismo y la dictadura. Es el imperativo categórico del momento”

A María Corina Machado y Antonio Ledezma

Nos aproximábamos al primer gran acto de rebeldía democrática, que culminara en una dolorosa traición a la tradición democrático electoral venezolana, el referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, fecha del fraude fundacional de esta dictadura que nos aherroja.

Formaba parte de la comisión política de la Coordinadora Democrática en la que se reunían bajo la coordinación del entonces gobernador de Miranda, Enrique Mendoza, con un espíritu auténticamente democrático y ecuménico, todos los sectores de la oposición, representantes de la sociedad civil, partidos y gremios, intelectuales, académicos y diplomáticos.

Me correspondió actuar en tres comisiones: el cultural, bajo mi dirección; el internacional, bajo la dirección de Humberto Calderón Berti; y el de la asesoría política, bajo la dirección de Alberto Quirós Corradi. Ello me permitió conocer y disfrutar de la amistad de ilustres venezolanos, como los mencionados, así como compañeros del quehacer cotidiano del más eficiente y capacitado conglomerado político que se haya constituido jamás en la Venezuela posdemocrática: desde Pompeyo Márquez hasta Julio Borges, y desde Alejandro Armas hasta Helen Fernández. Por cierto, y sea dicho a favor de esa extraordinaria instancia plural de entendimientos transversales, los secretarios del establecimiento de la cuarta república actuaban en la sombra del cogollo y a la hora de las discusiones colectivas lucían por su notoria ausencia.

La iniciativa estaba en manos de la sociedad civil, no de los partidos. Que al acaparar el poder desde 2006 con la candidatura presidencial de Manuel Rosales echaron por tierra el que hasta entonces fungiera de motor de la resistencia, esa misma sociedad civil.

De esos años de intensa actividad política que me llevó a dejar de lado incluso mis imperativos familiares, uno de los recuerdos más dolorosos y sorprendentes fue ver salir de la que llamáramos Casa de la Unidad, cabizbajo y apesadumbrado, a un hombre al que apenas conocía, con quien no había intercambiado más que un par de palabras hacía más de una década en su despacho de la Torre Las Delicias de la avenida Libertador, en donde colaboraba con el recién electo Carlos Andrés Pérez. Me refiero a Antonio Ledezma. No sé si él lo ha contado y si es esta una indiscreción ruego pasarla por alto: ese cogollo de acción semiclandestina de la dirección de los partidos del viejo sistema lo había expulsado de la dirección de la comisión de coordinación regional, bajo la acusación de actuar guiado por sus propios intereses proselitistas. Celebrábamos una rueda de prensa montados sobre una tarima situada en el antepatio de la mencionada sede cuando lo vi escabullirse como una sombra bajo el peso de una medida que anticipaba el comportamiento de los viejos partidos ante su amenazante realce. 

Ignaro de los entretelones e intimidades de los partidos, pude hacerme una idea del modo como se batía el cobre en el interior de nuestras dirigencias políticas. Me había parecido desde que lo conociera en el penthouse del edificio de la avenida Libertador como un hombre discreto, respetuoso, incapaz de montar jugadas aviesas con el propósito de encumbrarse a las alturas del poder. Pude experimentarlo en la mayor proximidad cuando muchos años después me incorporara como asesor a su equipo de trabajo al frente de la Alcaldía Metropolitana. Desde entonces lo tengo por el político más honorable, respetuoso, abierto, lúcido y capaz de aprendizaje de entre quienes llenan la fauna de las élites políticas venezolanas. Tras diez años a su lado puedo dar fe de su grandeza, desprendimiento y generosidad. Lo he visto crecerse hasta convertirse en uno de los poquísimos hombres de Estado de nuestra anquilosada o inexperta clase política. Y lo digo ahora, cuando por fuerza de las circunstancias, su atinada decisión de romper las injustas cadenas que lo aprisionaban lo llevó a arriesgar su vida para sumarse a la lucha por la liberación de nuestra patria y nos separa un océano de lejanías y distancias. 

Las lecciones que se derivan de la esclarecedora victoria de Sebastián Piñera al frente del centro democrático chileno, capaz la derecha por primera vez en la historia de la modernidad de abrirse a una propuesta unitaria y abarcadora de todos los chilenos tras un proyecto de engrandecimiento, acorralada y desviada la izquierda gobernante de ese que hubiera debido ser su eje articulador, como lo fuera de la Concertación Democrática, nos llevan a depositar todas nuestras esperanzas en la necesaria clarificación de los frentes políticos venezolanos, hoy sumidos en el más nebuloso extravío, hundidos en sus mezquindades y claudicaciones, una vez iniciado el tránsito hacia una nueva democracia. Y apostar por una reflexión colectiva que nos lleve a apostar por la renovación de los liderazgos desde las que hoy considero las únicas fuentes susceptibles de respeto y respaldo en medio del trágico abandono de nuestra democracia: María Corina Machado y Antonio Ledezma. He visto derrumbarse ante nuestros ojos los liderazgos más prometedores de futuro. Hoy embarcados en una incomprensible connivencia para con la dictadura de Nicolás Maduro. 

¿No es posible imaginarse un gobierno del mismo tenor que los que los chilenos tuvieran bajo Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz Tagle y Ricardo Lagos, directos antecedentes del impulso centrista que hoy motiva a Sebastián Piñera? No veo otra acción política actuante y positiva que trabajar hoy por construir esa vía de un centro democrático capaz de representar la búsqueda de nuestra futura democracia. Confieso mi profunda desilusión ante el extravío de la MUD, esa instancia que formuláramos inicialmente e impusiéramos con Antonio Ledezma y su equipo de asesores, entre quienes tuve el orgullo de contarme.  Lo que hoy funge de tal ha traicionado nuestro proyecto originario: dotar a la sociedad venezolana de un ente de dirección capaz de articular los anhelos democráticos de una sociedad aherrojada por la dictadura. Para convertirse en una instancia dispuesta a la colaboración y la connivencia con el horror de los tiranos. 

Es el mensaje que quisiera transmitir en esta, la más amarga y dolorosa circunstancia de nuestra historia: respaldar a las fuerzas por ahora agrupadas en Soy Venezuela y colaborar generosamente a la construcción de ese centro político social, liberal y democrático, capaz de sacarnos del pantano. Es el imperativo categórico del momento.


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