Mister Trump, invocando su promesa de campaña de retirar a Estados Unidos del tratado suscrito en 2015 entre seis países (Rusia, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Alemania) por un lado e Irán por el otro, para la congelación del programa nuclear de este último, ha anunciado el retiro de su país de tal acuerdo. La medida –como todas las grandes decisiones de los Estados que ocupan el centro de la escena mundial– ha sido difícil y necesariamente complace a algunos mientras desagrada a otros.

A lo mejor los venezolanos pudiéramos creer o decir que ese es un asunto entre actores distantes motivado por cuestiones que no nos incumben. Nada más errado que creer o decir eso. De esa decisión dependen cosas que nos interesan en forma directa e inmediata como es el aumento ya visible del precio internacional del petróleo, por la incertidumbre que se genera en la zona más políticamente caliente del planeta. Ese incremento incidiría de manera positiva en la suerte del gobierno de Venezuela, que pudiera ver sus ingresos súbitamente aumentados de no ser porque los “bolivarianos” se han encargado de colapsar la producción de crudo a sus más bajos niveles de las últimas décadas. Lo que pudiera permear para la Tesorería de Pdvsa serviría a lo mejor para paliar las dramáticas angustias que vive nuestro colectivo y –con mayor seguridad– como salvavidas para un gobierno que ya no encuentra de dónde obtener recursos para seguir sobreviviendo en contra de la opinión mayoritaria de la población y la condena casi unánime de la comunidad internacional.

En un escenario más amplio se anticipa que Washington reinstituirá las sanciones que había colocado contra Irán antes de 2015 (que fueron derogadas con la firma del tratado) y que había llevado a Irán a un colapso económico de tal magnitud que los obligó a comprometerse a renunciar a la casi totalidad de su programa nuclear por un período de más de dos décadas. Lección para los venezolanos escépticos: las sanciones económicas son más fáciles de imponer y más devastadoras que la intervención militar.

Paralelamente al caso anterior, el presidente Trump ha anunciado ya lugar y fecha para la reunión con Kim Jong-un, presidente de la República “Democrática” de Corea (Norte), para el próximo 12 de junio en Singapur. De esa negociación pende también el mantenimiento de la paz en una zona que lleva más de medio siglo de tensión al rojo vivo, además del posible desmantelamiento del programa militar del venático “RocketMan” (como Trump denominó peyorativamente a quien no es tan loquito como parece) que ha conseguido desarrollar una tecnología nuclear y misilística que al menos amerita tener el papel tualé a la mano. De no ser así no imaginamos al soberbio “Commander in Chief” viajando medio mundo para procurar el aplacamiento de las aguas.

Es cierto que también esta misma semana el vicepresidente Mike Pence pronunció un muy fuerte discurso en el Consejo Permanente de la OEA sin ahorrar descalificativo alguno hacia el señor que ocupa el Palacio de Miraflores. Sin embargo, quienes seguimos en vivo la intervención de mister Pence apreciamos los escasos y fríos aplausos que salpicaron su discurso, lo cual revela que nuestros compatriotas latinoamericanos –como siempre– son más dados a la retórica que a la acción.

El Grupo de Lima sigue comprometido con la condena a la dictadura venezolana, pero salvo alguno que otro pocos se ven dispuestos a ofrecer más que saludos a la bandera. La verdad es que ni pueden, ni tienen cómo, ni gozan de una gobernabilidad sólida como para convertir el discurso en acción. Vergüenza da cuando del otro lado del Atlántico los países africanos han sido capaces más de una vez de embarcarse en acciones de fuerza colectiva, dentro del marco de su organización regional (OUA) cuando la circunstancia lo ha ameritado.

Así pues, lo anterior nos lleva a la conclusión final que es la misma que ofrecimos en nuestro artículo anterior: este asunto lo tenemos que arreglar nosotros, aprovechando el apoyo político y/o declarativo de la comunidad internacional que ya ha entendido el drama. Pero… como dijo el pintoresco pero pulcramente demócrata Luis Herrera Campins: “A ponerse alpargatas porque lo que viene es joropo” y eso no se baila ni con guitarra eléctrica ni con balalaika, sino a punta de arpa, cuatro y maracas bien venezolanas.


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