Quienes se dedican al ejercicio activo de la política en la actualidad –en Venezuela– mantienen en su gran mayoría una postura política cuasi uniforme Tanto en las  formas como en los medios para encarar la crisis nacional que nos sofoca y nos mantiene casi asfixiados. Todos sabemos que la asfixia conduce irreductiblemente a la muerte, si no se impide con resolución su desarrollo. No solamente a la muerte física, sino a la esencial en el cuerpo social. Es decir, a la denominada manera y modos de convivencia republicanos. Donde el Estado es producto de una confluencia equilibrada de todos los factores que conforman la nación a través del equilibrio de poderes (independientes los unos a los otros), pero que de manera conjunta propician el desenvolvimiento armónico de la sociedad con el uso de todos los mecanismos apropiados que garanticen la resolución pacífica de los problemas o desencuentros. Aquellos que de manera normal se producen en todo tipo de conglomerados y de la convivencia social civilizada.

Al referirme al ejercicio activo de la política (en lo que atañe al artículo) me refiero de manera específica al campo de la oposición. A quienes disponen de algunos de los diversos medios idóneos –en tiempo de normalidad republicana– como lo son los partidos políticos. Nuestra historia nos ha demostrado que los liderazgos individuales (reminiscencias del antiguo caudillaje con sus “peonadas” de rigor), revestidos de solvencia política, carisma y formación intelectual, necesitan inexorablemente de la organización para anudar voluntades y conseguir los fines previstos. Requieren del insustituible apoyo –algunas veces esquivo– de las masas populares; pero también, como requisito sine qua non, del llamado aparataje. El mismo no es otra cosa que la organización para implementar a cabalidad la estrategia y táctica para la conquista de estos fines.

La MUD –ya nos hemos referido a ello en otras oportunidades– se constituyó como una herramienta de carácter unitario con la finalidad de, en primer término, facilitar y propiciar la consolidación de acuerdos entre los diversos partidos, grupos e individualidades para participar en los diferentes procesos electorales efectuados en los últimos años. En este aspecto, hay que reconocerlo, se logró relativamente el objetivo deseado. Lo que no ha resultado satisfactorio ha sido la consolidación de la estrategia fundamental, perfectamente definida y delimitada, por intermedio de tácticas idóneas para enfrentar con propiedad al totalitarismo vigente.

Así las cosas nos encontramos –casi “entubados”– para confrontar en el último trimestre del año, con hechos puntuales electorales que traerán inexorablemente más de lo mismo: Estirar la arruga, casi tiesa, permitiéndole al gobierno explayar a satisfacción la disertación dialéctica de que vivimos en un auténtico régimen democrático donde los procesos electorales se reproducen con la naturalidad practicada por los conejos. Si todo se desenvuelve como lo ha previsto el oficialismo, septiembre y octubre estarán cubiertos con una engañosa feria electorera dispensadora de sueños de verano y utopías irrealizables. Maduro impartió las órdenes pertinentes para facilitar las primarias opositoras a ser realizadas en estos días. Luego, en la primera quincena de octubre, constataremos la celebración y consolidación del sainete mayor. De tal manera que en noviembre y diciembre veremos en acción al TSJ (subordinándose ilegal e ilegítimamente a la “constituyentica”. Quinientos ignaros ilegítimos decidiendo a la brava por treinta millones) –con sus complacientes Salas– resolviendo lo “cantado”. La Constitucional, interpretando de manera fabuladora y acomodaticia los restos de la Constitución. La Electoral, procediendo de manera similar a lo acontecido y practicado con el nefasto precedente de los tres diputados indígenas defenestrados en 2016. La Penal, infamando con penas corporales e intelectuales a opositores molestos.

Estas reflexiones me llevaron a desempolvar viejas anotaciones. Las suelo hacer cuando leo determinados textos. Presento excusas por no señalar la fuente, derivada de un error de mi parte al no copiarla adecuadamente: “El sabio tiene poder sobre su espíritu mediante la idea; el poeta tiene poder sobre lo real mediante las palabras y el intelectual tiene poder sobre los hombres, mediante las palabras e ideas”.

“El intelectual de hoy ya no puede asirse a lo esencial, ha perdido la práctica; solo le queda la retórica, un poco de cultura general, algunas referencias históricas, para hablar sobre política, moral, ideología”. Pienso que esta definición del “intelectual de hoy” es un poco arbitraria por generalizada. Sin embargo, mutandis mutando, se les podría adjudicar con precisión matemática a muchos políticos venezolanos que forman parte orgánica de la MUD. Aquellos que forman parte de diversos partidos políticos contrapuestos por peculiares intereses. No de carácter ideológico precisamente. A estos les une un mínimo común denominador táctico, muy pragmático. El de participar a todo evento, en las actuales circunstancias, en la farsa electoral (por todo lo que engloba y está en juego) más grande que ha parido Venezuela.

La contradicción más evidente entre ellos viene dada por la connotación del término “unidad” y “unitario”. Este sibilino juego indiviso se encuentra condimentado con todo tipo de zancadillas y maniobrillas pueriles. ¡Les importa un comino Venezuela! Puesto que sus intereses están supeditados a la hegemonía política regional (parecida a la practicada por los viejos caudillos regionales del siglo XIX y comienzos del XX) tendentes a remendar, en vil urdimbre, la cobertura nacional actualmente apolillada en la colcha insalubre de esos partidos. ¡La contradicción plena del contenido del estribillo de los Tres Mosqueteros!

El proceso unitario político en casos determinados confronta serias trabas cuando los intervinientes son portadores de diversas posturas ideológicas. Para superar la contradicción es menester graduar con objetividad los fines propuestos en aras de la consolidación de lo deseado. En la Venezuela de 1957 los cuatro partidos políticos existentes, AD, PCV, URD y Copei (socialdemócrata, comunista, liberal y socialcristiano) se pusieron de acuerdo –a pesar de los desencuentros ideológicos– para derrocar; a como diera lugar, la nefasta dictadura milica de aquel entonces… ¡Y  lo lograron!

En la Venezuela de 2017 –sesenta años después– existen muchos partidos. La mayoría de ellos no mantienen discrepancias ni contradicciones de carácter ideológico. Las incompatibilidades son de mero signo subjetivo; personalísimas; de estilo; de competencia silvestre; de fatuidades; de egos. En fin, de todo tipo de motivaciones. Menos de refutación ideológica. Esta sui géneris confrontación la observamos –yo me encuentro entre los atónitos– tanto en la oposición como en la robolución.

En la oposición se denominan socialdemócratas, miembros o aspirantes a formar parte de la Internacional Socialista, a diversas organizaciones como AD, UNT, VP, AP, CR, MAS, ABP; entre otras. PJ se debate entre las simpatías por la socialdemocracia y el socialcristianismo; aderezado con un ligero matiz de liberalismo. Con particular militancia en su seno de determinadas individualidades con pensamiento socialdemócrata, y, hasta socialistas. Los socialcristianos tienen a Copei, Convergencia, Proyecto Venezuela, etc. En la robolución la dispersión ideológica es similar. Concluiríamos entonces que en nuestro desgraciado país la argamasa fundamental de la política; es decir, la ideología, no reviste ninguna importancia, porque lo privativo es la preponderancia de elementales intereses personales.

Observo con creciente preocupación ciudadana (como consecuencia de lo anterior) la similitud que se observa en la práctica cotidiana del ejercicio político; cultivado, tanto por el gobierno, como por algunos partidos de oposición. La robolución nos ha mal acostumbrado al ejercicio pleno del nepotismo y de la rotación indiscriminada de personeros emblemáticos en diversos cargos públicos. De ministros pasan a gobernadores, de gobernadores saltan a diputados, de diputados transitan a “constituyentistas” y, de estos últimos, franquean nuevamente a gobernadores.

La MUD también nos ha mal acostumbrado a la rotación indigna de personeros que saltan, de manera reiterativa, de cargos públicos remunerados, a otros de igual destino en cuanta elección se produce. El vergonzante espectáculo de observar a diputados de la AN electos en diciembre de 2015, quienes se postulan a gobernadores. El más emblemático lo representa un pertinaz candidato a gobernador (lo ha sido en dos oportunidades en un estado y una en otro sin fortuna) aspirando nuevamente. Es un irrespeto, tanto al estado, como a su partido. Donde las legítimas aspiraciones de sus compañeros se ven contenidas y represadas por su voraz apetito burocrático. De igual manera el uso del ejercicio del nepotismo para consolidar posiciones (padres e hijos; cónyuges; hermanos; primos; cuñados etc.). Fundamentado casi como un derecho divino. Devenido en una peculiar “realeza” de nuevo cuño –para nada republicana– venezolana.

Este vuelo rasante de las motivaciones, la composición ideológica de los partidos venezolanos y del círculo vicioso en que nos encontramos inmersos, nos permite llegar a la única conclusión objetiva posible. Prevalecen los intereses personales por sobre los grupales. Estos imperan por encima del interés mayor indelegable: ¡el de Venezuela! La mayoría de estos dirigentes practican una armonía conceptual inaudita entre jóvenes y maduros. Sin  las recurrentes desavenencias generacionales palpables en otras coyunturas históricas. Participan casi todos –por acción u omisión– en una praxis política desprovista de elementos consustanciales de carácter ideológicos, éticos y ciudadanos. Cónsonos para la restauración a plenitud de la república y del Estado venezolano con todos los valores tradicionales intrínsecos que jamás pueden estar sujetos a negociados electoreros ni a conveniencias particularísimas cuyo estipendio se estipule en diputaciones, concejalías, gobernaciones y alcaldías.

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@CheyeJR

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