Esta hora que vivimos en Venezuela no es de ninguna manera un momento discreto en el tiempo, es de verdad un proceso. Muchos creyeron o querían creer que el 30 de abril se produciría un crujido definitivo de la dictadura e iba a dar lugar a un proceso de transición.

Más allá de la naturaleza de los eventos de ese día, la perplejidad que nos produjo, la confusión que ha generado y las múltiples lecturas que ha producido ha sido un momento donde aparecen condensadas todas las contradicciones que se han acumulado durante 20 años.

Como en toda crisis, y en esta en particular, se exponen y materializan concepciones y representaciones de la política, sus significados y de los actores que son sus portavoces respectivos y, por supuesto, de sus luchas para imponer como dominante su respectiva representación de la política y sus significados. Esto ha sido así en cada uno de los eventos críticos que hemos vivido desde la década de los noventa.

Ahora bien, todos suponemos que hay una negociación entre los diferentes actores o por lo menos entre los más significativos de este momento. Pero, llegar a acuerdos no es tan expedito, tal como las diferentes declaraciones de los actores que entran en juego han presentado

Y no era ni es tan fácil, porque se trata de actores que, como ya he dicho, se enfrentan no solo con distintas maneras de ver el país, sino también de entender la política y de definirla. Por ejemplo, miren a Maduro, mejor oigan a Maduro, aparentemente dice disparates y seguramente muchas de las cosas que dice son frutos de su reconocida falta de preparación y competencia intelectual, pero también en sus representaciones caóticas se expresa una idea y una definición de la política.

En efecto, Maduro reduce la política al poder. Esta idea de política no es de ninguna manera una construcción conceptual propia. La encontramos en los textos del marxismo primitivo y fundamentalmente, también, proviene de la manera como entiende la política el actor Fuerzas Armadas que reduce, y ha pensado y concebido, la política como guerra. Esta manera de pensar en la  política se hizo representación dominante desde el ascenso de Chávez al poder y justamente, el poder, y como mantenerlo, es su variante principal.

Pensemos, por ejemplo, en María Corina Machado, quien se define como liberal y lo es, pero lo curioso en su planteamiento es que a pesar de que minimiza al Estado sigue pensando en él y en el poder como el único espacio de la política. Aquí, observamos, hay una diferencia con los planteamientos que hasta ahora ha sostenido Guaidó, pero no en López.

Así las cosas, estamos ante representaciones disimiles de hacer política, pero por lo menos las dos citadas como ejemplo tienen en común que confunden la política, el Estado y el poder y ya una desembocó por su naturaleza en un régimen autoritario y dictatorial y la otra, aun cuando se defina defensora y luche por el rescate de la democracia, podría derivar en un modelo efectivamente democrático pero con un fuerte acento autoritario, no porque tenga vocación autoritaria, sino por la naturaleza del modelo que propone.

Frente a estas maneras internas de entender y hacer la política (hay muchas más, imagínense al grupo que lideran los llamados guerreros del teclado o la idea de política que a su manera expresan y hacen las estructuras partidarias, o, la idea de política y movilización que emerge con la aparición de los  estudiantes como un actor político de primea línea y otras que no son objetivos de estas notas), hay concepciones de la política que provienen de las relaciones que se han establecido con el entorno internacional.

Aquí hay que subrayar que con el advenimiento del chavismo el Estado derivó en un ente aparentemente soberano. Pero, ojo, la cuestión venezolana se ha convertido en una cuestión global y el Estado derivó en una ficción, pues sus decisiones más importantes en términos de política se tomaban fuera de sus fronteras.

Así el Estado venezolano es con el chavismo apenas un segmento de una entidad mayor que está colocada fuera de sus fronteras, lo cual cuestiona la idea misma de Estado-nación, cuando todas sus decisiones de política se toman, se evalúan y se controlan desde Cuba.

Toda esta lógica política que se construye desde este paradigma, supuestamente revolucionario y soberano, hace dificultosa toda negociación que desde los actores internos se pueda establecer porque un sector significativísimo dentro de esos actores políticos que entra en la negociación no tiene autonomía para decidir.

En el sector opositor existe, por la naturaleza misma de los diferentes actores que conforman el amplio espectro opositor, una pluralidad de visiones de lo que es la política y cómo hacerla. El mérito de Guaidó está en que a pesar de esas diferencias, que muchas veces se expresan en actitudes mezquinas de parte de algunos dirigentes opositores, se convirtió en el articulador de una unidad para la transición que debe convertirse en una unidad para gobernar y consolidar un orden democrático definitivo.


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