Después de los recientes resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales en Brasil, en los que Jair Messias Bolsonaro se impuso frente el candidato más cercano, Fernando Haddad, heredero político de Luiz Inácio Lula da Silva, por cerca de 17 puntos porcentuales (46% – 29%) es casi imposible que los brasileños no votarán por Bolsonaro en la segunda vuelta a finales del mes de octubre de este 2018. Con este escenario e incluso revirtiéndose estos resultados la situación de Brasil en el contexto de la economía mundial parece llena de enormes incertidumbres y al interno, minada de frustraciones.

La economía brasileña de los últimos años se ha caracterizado por una contracción de su PIB nacional, y una tímida recuperación desde 2017. Actualmente, según datos oficiales, el PIB brasileño se ubica en 1,6% en comparación con países como Costa Rica (3,3%), Perú (3,6%), Chile y Honduras (3,9%), Paraguay (4,4%), Panamá (5,2%) y República Dominicana (5,4%).

Ciertamente, estos datos no expresan necesariamente que el crecimiento alcanzado por algunos países de América Latina se deba a la economía real (economía de la innovación). Sin embargo, estos datos son un referente que permite evaluar indicadores macroeconómicos en esos países, los cuales han sido controlables en medio de la gran complejidad que el sistema económico mundial está experimentando. Pero ese no fue el caso de Brasil, donde además el dinamismo de las industrias tecnológicas ha perdido fuerza.

En la economía real uno parte del supuesto de que si un país crece por la contribución económica de la ciencia, la investigación y la innovación al país le irá bien, o por lo menos en situación de crisis económica estos tres elementos se conforman en patrones potenciales para la recuperación económica. Y esto no depende exclusivamente de un mayor presupuesto gubernamental para esos fines, más bien, ello depende tanto de la capacidad y la independencia de los actores del sistema de innovación como de la «inteligencia política» para orientar y mover estratégicamente un país hacia la economía real.

En muy pocos casos en América Latina uno podría debatir objetivamente sobre el desarrollo futuro de la «inteligencia política» en la economía de la innovación. Y Brasil es uno de esos casos. Brasil ha sido un país que, más allá de pretender constituir una capacidad de innovación competitiva, pudo centrar buena parte de sus políticas en la creación de condiciones para impactar en la economía. Asunto este, por cierto, que debiera sensibilizar al resto de los países de la región que aún creen que la innovación se logra a corto plazo, de hoy para mañana.

Por ejemplo, Brasil, desarrolló una estrategia económica, iniciada hace más de 40 años, que buscaba articular las capacidades de conocimiento instaladas en las universidades y centros de investigación con el sector empresarial. A estas alturas, aun con los grandes avances logrados en este ámbito, tal vinculación no es completamente efectiva ni tampoco se ha logrado a lo largo y ancho del país. Pero, sin duda, los logros allí alcanzados, han sido una condición suprema para crear capacidad de innovación.

Brasil requerirá de más «inteligencia política» para enfrentar los actuales desafíos de la economía mundial, caracterizados fundamentalmente por la velocidad y singularidad del cambio tecnológico. Y es en este escenario donde el país deberá paralelamente responder a las grandes presiones y demandas sociales caracterizadas por la desigualdad y la pobreza. Pero, también, tendrá que responder a las demandas ambientales. Y, no menos importante, tendrá Brasil que surfear con la ideología política que la agobia, y, asimismo, enfrentar la corrupción.

Cuando uno analiza las propuestas políticas y programas de gobierno tanto de Bolsonaro como la del candidato Haddad, uno puede adelantarse a concluir que en ambos casos el Brasil de la economía de la innovación podría correr el riesgo de estar ausente. Y esto llama profundamente la atención.

Ni Bolsonaro ni Haddad presentan en sus programas de gobierno propuestas consistentes para la innovación. Apenas, en el caso de Bolsonaro, en su objetivo de armar su base de gobierno con base en la seguridad armamentista, educación “sin adoctrinamiento” y la economía, menciona algunas estrategias que no dejan de ser parte de las políticas tradicionales y casi obsoletas desarrolladas por los países latinoamericanos desde la década de los setenta del siglo pasado: a) aumento en el presupuesto de ciencia y tecnología y b) convertir sectores tecnológicos en motores de crecimiento económico.

Uno puede intuir que en las propuestas de Bolsonaro y Haddad la innovación no es asumida como imperativo del nuevo modo de convivencia entre la política y la economía.

Aun cuando el plan de gobierno de Bolsonaro presenta la innovación de forma muy tímida, es importante, sin embargo, resaltar allí un elemento que podría ser determinante en la sostenibilidad de las estrategias para el desarrollo del conocimiento en Brasil en los próximos años. Se trata de la descentralización de los fondos para el financiamiento de la ciencia, la tecnología y la innovación, en donde participaría la inversión privada extranjera. Y esto tiene sentido por muchas razones, entre ellas, porque la complejidad económica y tecnológica actual requiere de mucha financiación para la ciencia, y los países latinoamericanos no tienen suficientes recursos económicos para invertir en ella de forma sostenida. Y, también, porque la inversión privada se constituye en una estrategia que permite bajar la tasa de riesgo de la actividad de investigación cuando se presentan reducciones presupuestarias. Pero fundamentalmente la inversión extranjera de grandes empresas tecnológicas puede facilitar y aumentar la tasa de innovación en sectores económicos específicos a través de la transferencia de tecnología.

En el mejor de los casos, estas buenas ideas tomarán un buen tiempo para concretarse, siempre y cuando la política y el control de las presiones y demandas sociales lo permitan.


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