Las sentencias signadas con los números 155 y 156 de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia en la república bolivariana, no socialista, de Venezuela significó el palo a la lámpara que sumió en la oscuridad absoluta a la vapuleada institucionalidad jurídico-política venezolana.

La intelligentzia chavista, perdóneseme el oxímoron, o mejor dicho la contradictio in abyecto, no ha abierto la boca ni siquiera para decir “esta boca es mía”.

Por ejemplo, el poeta Gustavo Pereira, que redactó el socorrido y tantas veces invocado Preámbulo de la Constitución más violada del planeta Tierra, ni siquiera se ha acercado a la Radio Nacional de Venezuela ni a la planta televisiva del PSUV, Venezolana de Televisión, a decir tan siquiera sandeces y memeces tan siquiera aptas para consumo de militantes estupefactos por la droga del marxismo militarista cuartelario. ¿Por qué callas Pereira? ¿A qué le temes en esta hora aciaga que vive lo que tú llamas “patria”? Como dijo injustamente tu comandante eterno en una ocasión refiriéndose al insigne Pedro León Zapata: ¿cuánto te pagaron por tu bochornoso silencio? Eres abogado, según tengo entendido, pero ante la flagrante violación de la carta magna te pasa el texto supremo de la República por el forro de la boina roja que calzas a todo evento, contra todo principio de elemental honestidad intelectual.

Ven poeta Luis Alberto Crespo, ven Tareck Williams Saab, ven William Osuna, ven Juan Calzadilla, vengan todos ustedes poetas totalitarios filotiránicos, vengan a ver el derrumbe de una nación ante los ojos desorbitados y estupefactos de un continente que no sale del asombro ante tanta hambruna abatiéndose sobre los niños y ancianos de esta república de tristes y famélicos que caen como moscas verdes sobre los basureros de este desvencijado promontorios de escombros que van quedando como resultas de esta gran maldición revolucionaria que ha derruido la institucionalidad que cae día tras día como lamentable castillo de naipes pestilentes mientras los jóvenes emigran por legiones ante la clausura del futuro en el gran erial en que la nomenklatura bolivariana ha convertido esta inmensa y destartalada gasolinera en el sur de Miami que una vez tuvo por nombre Venezuela.

Es el tiempo de los grandes campanarios sonando ensordecedoramente ante los oídos de América Latina, esta es la hora exacta de los gavilanes, de los ángeles caídos y de las alas rotas por la discordia social sembrada y abonada por el rencor y el odio feraz inoculado entre las familias y los hermanos que se delatan y se venden por tres denarios o cuatro maravedíes devaluados. FíjateTareck, llegó el momento del hacha de los santos, voltea y empínate, Osuna, anda y ve más allá de los muros de la patria escarnecida. Despierten, poetas de la mala hora, abran sus ojos y miren la osamenta regada por los puntos cardinales de este ex país, de esta esquizoide ínsula barataria monitoreada desde La Habana. Esta es la hora de las definiciones últimas; nunca más pasará un tren camino a ninguna parte. Recojan sus metáforas lávenlas de los excrementos militarizados y ya no hubo tiempo para contar saldos ni para mirar el reloj derretido de la historia.


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