“Misión cumplida, señor presidente”, podrán decir (llevándose, por qué no, la mano derecha a la frente en signo de saludo marcial) los “mediadores” designados por Nicolás Maduro para crear la ilusión de un supuesto deseo, por parte de su gobierno, de consensuar con la oposición un modus vivendi respetuoso de los principios fundamentales de la democracia. Misión cumplida, en efecto, pues con su actitud, ayudaron a su empleador a ganar tiempo, a crear el espejismo de un diálogo cuyo saldo real se mide en millares de heridos, centenares de detenidos y torturados y, para colmo de oprobio, decenas de vidas diezmadas por los esbirros del régimen.

En la tarea de coadyuvar en la consecución de los designios del régimen castromadurista, el ex presidente colombiano Ernesto Samper –coartífice junto con el presidente venezolano Nicolás Maduro del grupo de “mediadores” cuando se desempeñaba como secretario general de Unasur– ha desplegado un celo tal que le permite competir holgadamente con el cabecilla de aquel grupo, es decir, el ex jefe del gobierno español, Rodríguez Zapatero, por la medalla de oro al servilismo en materia de arbitraje internacional.

A todo lo largo de esa pantomima de “mediación”, Samper puso su esmero en dar la impresión de que el llamado diálogo iba por buen camino y estaba a punto de cuajar.

Fue así como en noviembre de 2016, calificó de “muy exitosa” una reunión que sostuvieron los mediadores con representantes del régimen y de la oposición, afirmando, sin ambages, que “se avanzó en unos acuerdos fundamentales”.

Días antes, el personaje que nos ocupa había recomendado “no crear falsas expectativas” con el diálogo, y ello en un momento en que la oposición exigía corajudamente una salida electoral a la crisis que vive ese país por medio de un referendo convocatorio conforme a la Constitución legada por Chávez. Dado el contexto de esa declaración, la misma equivalía a obligar a la oposición a abandonar su iniciativa, lo que lógicamente, condujo al secretario ejecutivo de la MUD en ese entonces, Jesús Torrealba, a rechazarla categóricamente.

Y mientras Samper se revolcaba de esa manera en el fango de la complicidad con el régimen castromadurista, el número de venezolanos detenidos, torturados y muertos continuaba en aumento.

El servilismo de Samper lo llevó incluso a asumir la defensa del régimen venezolano en el campo de la economía. Ello ocurrió en abril de 2016, cuando afirmó que mucho de lo que se dice sobre la situación económica de Venezuela es “mentira”, y añadió, como si fuese un logro, que Venezuela es el único país de la región que no ha dejado de pagar la deuda externa. Con esa declaración, se adelantó al propio Maduro, quien acaba de calificar de “milagro financiero” el pago de esa deuda.

Con su declaración, Samper desestimaba o escondía un hecho clave, a saber: dicho pago no constituye en lo más mínimo un signo de fortaleza de una economía asfixiada por la pésima gestión del “socialismo del siglo XXI”. El mismo obedece, simplemente, a la necesidad del régimen de evitar a toda costa que sus acreedores traten de incautar las embarcaciones cargadas de petróleo venezolano a fin de resarcirse, ante la justicia de terceros países, de lo que les debe Venezuela o la empresa estatal Pdvsa.

Al mismo tiempo que se afanaba en presentar al régimen dictatorial de Maduro bajo una luz favorable, Samper no desperdiciaba ocasión alguna para poner en entredicho a la oposición. Tan es así que llegó incluso a culparla por la muerte del juez Nelson Moncada a través de un tweet en el que se leía: “Lamento el asesinato del juez Moncada. Por este camino, la oposición solo conseguirá aumentar la violencia y alejar la paz en Venezuela”. Y al constatar la avalancha de condenas que esa acusación sin fundamento había suscitado en las redes sociales, decidió borrar sigilosamente su nefasto texto, sin dar las excusas que exigía tan deleznable desatino.

El doble rasero de Samper no ha conocido límites. Si bien calificó de “linchamiento mediático” la información que brindaban los despachos de prensa sobre los cargos de corrupción que contra su amigote, el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula, estaba formulando la justicia brasileña (una justicia a todas luces independiente), la Secretaría de Unasur, dirigida en ese entonces por el mismo Samper, llegó a afirmar que “respetaba” la condena del líder opositor venezolano Leopoldo López a casi 14 años de prisión. Nada le importó que el injusto y arbitrario encarcelamiento de Leopoldo López fuese denunciado incluso por el fiscal encargado de instrumentarlo, Franklin Nieves, quien escapó de Venezuela para poder desvelar el siniestro trasfondo del juicio estalinista al que había sido sometido el Mandela venezolano.

La superchería de Samper se ha hecho patente una vez más en sus recientes intervenciones con respecto al giro inequívocamente dictatorial que ha tomado el régimen venezolano. Ahora que el diálogo por él promovido aparece ostensiblemente como lo que siempre fue –una táctica dilatoria del régimen venezolano– y luego de que Rodríguez Zapatero, tratando de lavarse las manos, juzgase oportuno reconocer que “el primer responsable (de la falta de resultados) es el gobierno”, Samper intenta escapar a la responsabilidad que cae sobre sus hombros afirmando que la asamblea constituyente urdida por Maduro es un “peligroso salto al vacío”.

En un artículo ulterior, publicado en el diario madrileño El País, Samper tiene la osadía de afirmar que nunca ha tomado partido “a favor o en contra de los bandos en que se encuentra dividida la política en Venezuela”.

Tremendo tupé. El mismo Samper que ha defendido la indefendible gestión económica del régimen castromadurista mientras los venezolanos tienen que hurgar en los cubos de basura para buscar qué comer; el mismo Samper que arremetió contra la oposición a través de un tweet, incriminándola sin prueba alguna en el homicidio del juez Moncada; el mismo Samper que hizo decir a la Secretaría de Unasur que respetaba el encarcelamiento del principal líder de la oposición; el mismo Samper que no escatimó esfuerzo en crear la ilusión de que el supuesto “diálogo” avanzaba, ese mismísimo Samper, repito, ahora juega a la mosquita muerta y se pinta como el santo patrono de la imparcialidad.

En el precitado artículo, Samper hace cuatro recomendaciones cuya aplicación dependen única y exclusivamente del régimen venezolano, a saber: acordar un calendario para todas las elecciones previstas, otorgar una amnistía general para los “detenidos judiciales por razones políticas”, devolverle a la Asamblea Nacional sus prerrogativas constitucionales y, por último, adoptar medidas humanitarias tendientes a asegurar la provisión de bienes y servicios esenciales.

Después de esas recomendaciones, en su afán de seguir atribuyéndole a la oposición una responsabilidad cualquiera, le exige a la misma abandonar la lucha callejera. Pasa así en silencio que dicha lucha no ha tenido otro objetivo que exigirle al régimen de Maduro la aplicación de medidas como las reclamadas ahora por él mismo.

Como las protestas callejeras han quedado interrumpidas, le corresponde a Samper reconocer que es el régimen venezolano, y exclusivamente el régimen venezolano, el que tiene en sus manos la posibilidad de desactivar la crisis accediendo a los cuatro reclamos formulados por él.

Por haber encubierto solapadamente al régimen castromadurista, Ernesto Samper cargará ante el tribunal de la historia con una gran cuota de responsabilidad en la tragedia que hoy vive el hermano pueblo venezolano. Difícil le será pues –si le queda un ápice, no de dignidad (pues ha demostrado no saber lo que es eso) sino de amor propio– conciliar el sueño ante el espectro de la condena que la historia le tiene reservada.

En cuanto a nosotros, hombres y mujeres de buena voluntad de América Latina y del resto del mundo, nos corresponde, por encima de la legítima diversidad de nuestras sensibilidades políticas, por encima de los problemas que aquejan a nuestros respectivos países, alzar la voz en solidaridad con esa Venezuela inmortal que tanto ayudó a quienes sufríamos el yugo de dictaduras de derecha, y desenmascarar a esos personajes de siniestra catadura que, como Ernesto Samper, acuden en socorro del régimen que hoy sojuzga a la patria de Simón Bolívar.


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